Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898 - Berlín, 1956) era
muy flaco y tenía una cara de hambre que parecía
ligeramente torcida debido a la gorra; sus palabras
llegaban rígidas y entrecortadas, daba la impresión
de ser un prestamista que lo iba tasando todo
con sus penetrantes ojos negros.
Debió de ser un escritor minucioso, pero nunca dio esta sensación.
En cuanto tenía una visita, dejaba al punto libre
de papeles o libros una silla y se transformaba en
seguida de escritor en oyente. En 1933 se exilia
en Francia, luego en Dinamarca, Suecia, Finlandia
y, al fin, en Estados Unidos. Justo después de la
guerra, en Leipzig, Brecht tuvo su primer encuentro
público con estudiantes, quienes le preguntaron:
«¿Cuál es el objetivo de su teatro, señor Brecht?».
A lo que respondió: «Mi teatro no tiene otro sentido
que organizar el escándalo».
A principios de 1954 enumera sus bienes: ninguna enfermedad grave,
ningún enemigo mortal; trabajo, lo suficiente; su
ración de patatas, pepinos, espárragos, frutillas;
el placer de ver las lilas en Buckow… Brecht contempló
siempre la literatura, la filosofía y todas las
artes, es decir, la vida entera, desde la perspectiva
de un autor teatral. «Un teatro donde uno no pueda
reírse –dijo hacia el final de su vida– es un teatro
del que uno debería reírse. La gente sin humor
es ridícula». El 10 de agosto de 1956 estuvo en el
teatro por última vez. Había engordado con los
años y se movía muy poco.
Murió de una trombosis coronaria el 14 de agosto. De acuerdo con
su voluntad, la lápida, que se eleva en el cementerio
de Dorotheen, sólo dice «Bertolt Brecht».
[Biocollage a partir de anotaciones de Max Frisch,
Elias Canetti, Frederic Ewen y Matthias Langhoff.]