Cuando en 1851 se publica Moby Dick, Herman Melville (1819-1891) tiene 32 años, ha navegado por medio mundo, ha convivido con caníbales, se ha casado con Elizabeth Shaw, tiene dos hijos, ha escrito cinco novelas, ¡cinco!, y ya sabe lo que es el éxito y, sobre todo, el fracaso. Ni Moby Dick, que dedica al "genio" de Hawthorne, ni Pierre o las ambigüedades (1852), su siguiente novela, funcionarán comercialmente, más bien todo lo contrario. Por entonces, Nathaniel Hawthorne (1804-1864) acaba de publicar La letra escarlata, que lo convirtió en el escritor estrella de la incipiente literatura estadounidense: en diez días La letra de escarlata habrá vendido el mismo número de ejemplares que Moby Dick en tres años. Mientras que Hawthorne, en Bowdoir College, se hizo amigo de Longfellow y Franklin Pierce, futuro presidente de los Estados Unidos, Melville se enrolaba en el ballenero Acushnet en compañía de borrachos, expresidiarios y fugitivos sin una pizca de sensibilidad. La amistad entre Melville y Hawthorne, los dos grandes novelistas estadounidenses del sigo XIX, era una amistad a todas luces improbable, y sin embargo la presente correspondencia testimonia una relación fructífera y compleja, de una intensidad poco común que, según dicen, cambió el rumbo de la literatura norteamericana. Apenas dos años después, a finales de 1852, se dejaron de ver y de escribir. Por lo visto, Hawthorne puso tierra de por medio. Pero esta ya es otra historia.