Adelanto de "Una costilla sobre la mesa", de Angélica Liddell

Adelanto de "Una costilla sobre la mesa", de Angélica Liddell

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Después de haber escrito sobre ti no queda nada más en el mundo sobre lo que escribir.

Tomo apuntes en Berlín sobre la democracia, El contrato social, Rousseau, Diderot, como si hubiera contraído un deber contra el amor. Finjo que trabajo. Finjo novedad, sorpresa y aventura, pero la realidad es una tumba que jamás termina de cavarse. Ya pasó el tiempo de abrirse camino a machetazos. Expiro como las mulas expiran bajo el peso ilimitado de sus amos. Para mí Dios. Para los otros las religiones. Mi velo es la eternidad. Solo se meven los ojos a través de una estrecha abertura que muy pronto también cerraré. He trazado una línea aquí. A este lado empieza el asco por la vida a consecuencia del carácter de una maldición eficiente a perpetuidad. Al otro lado un soplo en el corazón, anulada por esta desigual fortuna de una lucha que ni siquiera existe. Y descalza en mitad del camino polvoriento miro a todos los que llevan zapatos. No sé en qué momento perdí el derecho a la súplica. El punto magnético de tu inocencia te hace más y más dañino. Y cuanto más me arruino más aumenta tu ausencia de culpa, siendo la exculpación aquello que moldea los atributos fríos de una deidad cruel. Aún no entiendo cómo una persona tan inocente ha contribuido a mi fracaso con semejante poder, nunca se llegó tan lejos con tanta decencia, se diría una pureza criminal. Pero serán mis huesos en cambio los que acaben en la cárcel por un asesinato que nunca cometí. Parece que solo existo para probar qué grado de sufrimiento puede provocar en mí tu ingenuidad dentro de un mundo donde todo funciona ya de forma inversa. Son los perros los que llevan suavemente un pan redondo entre los dientes para ponerlo en las manos de sus afligidos dueños. Por desgracia acaba de morir el perro que me alimentaba. También finjo que me alimento. Si no fingiera que vivo me pasaría el día entero hablando de tu composición, de ese rostro teomórfico, imposible, que me pone en contacto con la muerte más que ninguna otra cosa. Mirarte es como beber sangre. Si el rugido del león sirviera de intermediario entre la causa y el efecto tal vez todavía me quedaran esperanzas. Pero no puedo entregarme por entero al ejercicio del Mal. Cuando uno desea ser malvado necesita prepararse concienzudamente para sufrir. Y yo no estoy preparada, sino completamente acobardada, pues ahora los espectros ya caminan a plena luz del día.

Perdóname si te canto con una lengua mortal.

Angélica Liddell

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*En librerías a partir del 9 de abril de 2018.

Ediciones La uÑa RoTa
240 páginas
PVP: 18€
ISBN: 978-84-95291-57-8