Discurso de Juan de Sola, premio de traducción Ángel Crespo 2018

Correspondencia 1914-1922, Marcel Proust, Jacques Rivière

Discurso de Juan de Sola, premio de traducción Ángel Crespo 2018

33ª Nit de L'Edició

 

Senyors, senyores,

Amics, amigues,

Paula Jarrín, Lluís Pasqual.

Estar aquí hoy, y los que me conocen saben que no es coquetería, me infunde un profundísimo respeto. Respeto, o responsabilidad, al ver de pronto mi nombre incluido en la nómina de ganadores del Premio Ángel Crespo. Sentir que el trabajo que uno hace puede ser digno de continuar la labor previa de otros colegas a los que uno lee con devoción y de los que aprende sin parar, lo sitúa a uno en un plano nuevo, desconocido, atractivo pero no menos incómodo.

Buena parte de los aquí presentes trabaja en el mundo editorial y habrá oído probablemente hablar alguna vez de la visibilidad del traductor, casi siempre en forma de reivindicación. Es un asunto peliagudo, con una vertiente teórica que no abordaré hoy aquí, y con otra vertiente práctica en la que, si me dejan, sí me extenderé un poco.

Visibilidad no es sólo poner el nombre del traductor en la cubierta, aunque es de agradecer (y muchos, como lectores, lo apreciamos de veras). Visibilidad no es sólo mencionar al traductor en una reseña o en la ficha bibliográfica de un catálogo, que también. Visibilidad es tomar conciencia de que ese libro, escrito en un idioma incomprensible para muchos lectores y hasta editores, en un país lejano o en una época remota en el tiempo, tiene también, por arte de magia, un segundo autor que, de la mano del primero, ha conseguido que ese libro pueda leerse gracias a una labor paciente y abnegada, un segundo autor que se ha pasado tres, cuatro o cinco meses trabajando en él, en silencio, sopesando frase a frase, párrafo a párrafo, la mejor manera de hacer justicia al original y de traerlo, por tanto, a nuestro ámbito lingüístico como si fuera la cosa más normal del mundo.

De ahí que visibilidad sea también dar cabida a la traducción en la cultura que la recibe, la absorbe y se la hace propia. No sé a ustedes, pero a mí sigue asombrándome poder leer a Goethe, a Munro, a Mann, a Valéry o a Ferrante en mis dos idiomas como por arte de birlibirloque. Y creo que ya va siendo hora de que se tome conciencia de este hecho. Los lectores ya hace años que lo saben, y muchos prefieren leer a un autor en la traducción de Fulanita antes que en la de Menganito, del mismo modo que prefieren leer el trabajo original de un autor que de otro. También muchos editores están sobre aviso y acceden a negociar mejores condiciones, sabedores de que la traducción no es un gasto, sino una inversión.

Como a la cultura y a sus edades se las juzga y valora por lo mejor que dan, del mismo modo que recordamos los mejores versos de un poeta y olvidamos enseguida los más flojos, creo poder decir que en España y en Cataluña se traduce hoy de maravilla: han mejorado las herramientas, por supuesto, y el acceso a toda clase de textos, corpus o diccionarios, pero sobre todo ha cambiado la noción que los traductores tienen de la importancia, de la responsabilidad intelectual de su trabajo.

Si me permiten la boutade, les diré que a veces me pregunto si en este país no se traduce mejor que se escribe: si no hay años en que la cosecha autóctona está por debajo de la importada. Si pasa con los vinos, ¿cómo no va pasar con los libros? Aproximadamente un tercio de la mejor literatura que se hace hoy en este país estaba escrita en inglés, en alemán, en árabe, en italiano o en francés. Y es curioso que, pese a estar escrita originalmente en inglés, alemán, árabe, italiano o francés, pase a formar parte de nuestro mercado y en cierto modo también de nuestro sistema cultural. Los Dickens de Josep Carner, el Petrarca de Ángel Crespo, los Faulkner de Esther Tallada, los Calvino de Esther Benítez o los Bernhard de Miguel Sáenz, ¿no son acaso también literatura nuestra, catalana o castellana? ¿De verdad creemos que son sólo literatura inglesa, italiana o alemana? ¿Por qué? ¿Por la supuesta primacía de un original que está debajo, pero es invisible en la traducción?

Cada vez que un amigo alemán o francés me dice que maldita mi suerte de poder leer a Cervantes o a Ausiàs March en el original, les digo que no, que la suerte la tienen ellos, que podrán algún día traducirlos a su idioma. Yo podré traducir a Goethe, a Proust o a Rivière, pero nunca una sola página de Cervantes, nunca un solo verso March. Y créanme que me duele. La traducción no es necesariamente la mejor lectura, pero sí la lectura más atenta, la más profunda, las más escolástica de todas, al punto de que muchos, antes de entregar, la leemos en voz alta.

La Correspondencia entre Marcel Proust y Jacques Rivière, por cuya traducción he tenido la suerte y el honor de recibir este premio, es uno de los libros con los que más he disfrutado como lector y como traductor. Se fraguó como idea en el quai Voltaire de París y se terminó como libro en el port de la Lune de Burdeos. Es un libro precioso, un documento editorial e intelectual de primer orden; ustedes, los editores, deberían tenerlo siempre a mano; ustedes, los autores, también. Es un viaje en el tiempo del que aprenderán muchas cosas. Verán cómo se forma uno de los mejores libros del siglo xx, todos los contratiempos con los que topa, desde la guerra hasta la carestía de papel, desde la enfermedad hasta la lenta aparición de la muerte, pasando por la crítica, la recepción e incluso, cómo no, la traducción. Asistirán al llanto y la desesperación de un editor, y a los lamentos, rabietas y consternación de un autor que siempre se queja. A algunos les gustará saber que en estas páginas es el editor el que pide prestado dinero al autor… Aunque les suplico que no traten de seguir el ejemplo.

No quisiera terminar sin agradecer a la ACEC, a Cedro y al Gremi d’Editors la convocatoria del Premio Ángel Crespo, y al jurado la enorme generosidad que ha tenido al concedérmelo. Como en la introducción del libro se menciona a todas y cada una de las personas que me han ayudado en esta labor, y aprovechando que Carlos Rodríguez, editor de La Uña Rota, se encuentra hoy aquí, quería añadir solamente que este libro no sería, o sería menos, si no hubiera contado desde el principio con su inquebrantable apoyo, su comprensión, y su complicidad. La Correspondencia nace de un libro y cuenta una amistad, la misma amistad que nosotros celebramos gracias a este libro.

Muchas gracias.

 

Juan de Sola

En el teatro Goya de Barcelona

33ª Nit de L'Edició, 10 de diciembre de 2018

 

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Aquí, el vídeo de la lectura del discurso