Encuentros en la tercera fase con Joseph Conrad (II)

Encuentros en la tercera fase con Joseph Conrad (II)

Citamos a Joseph Conrad y Franz Kafka en un balneario. Y se ponen a hablar del tiempo. Del tiempo que dedican a poner el punto y final a un libro. En este caso, uno habla de Lord Jim; el otro de cómo escribió La condena… En la foto de abajo, a Franz se le ve risueño, relajado, a punto de darse un baño. Todo lo contrario a la imagen que encabeza este texto: un Kafka niño enfurruñado y con sueño, tal vez planeando su próxima noche con papel, pluma e insomino...

CONRAD: ¿Sabes? Para escribir el final de Lord Jim, mandé a esposa e hijo fuera de la casa – a Londres – y me senté a las nueve de la mañana, con la desesperada resolución de terminar con el asunto. A cada rato daba una vuelta por la casa, salía por una puerta y entraba por otra. Comidas de diez minutos. Todo con prisas. Las colillas se elevaban hasta formar un montículo, como los túmulos que se erigen sobre los héroes muertos. La luna se levantó sobre el granero, miró por una ventana y desapareció de la vista. Llegó el amanecer, la luz. Apagué la lámpara y seguí adelante, con todas las hojas del manuscrito volando por la habitación por culpa de la brisa de la mañana. Salió el sol. Escribí la última palabra y me fui al comedor. Eran Las seis. Y compartí un resto de pollo frío con Escamillo, mi perro. Me sentía muy bien, con algo de sueño; me di un baño a las siete y a las ocho y media estaba de camino hacia Londres.

KAFKA: Pues esta historia, La condena, la he escrito de un tirón, durante la noche del 22 al 23, entre las diez de la noche y las seis de la mañana. Apenas si podía sacar las piernas de debajo de la mesa, entumecidas por haber permanecido sentado tanto tiempo. La tensión y la alegría terribles con que la historia se iba desplegando ante mí, y cómo me iba abriendo paso entre las aguas. Varias veces, durante esta noche, todo mi peso se concentró en la espalda. Cómo todas las cosas pueden decirse, cómo para todas, para las más extrañas ocurrencias, hay preparado un gran fuego en el que se consumen y renacen. Cómo la ventana se volvió azul. Pasó un carruaje. Dos hombres cruzaron el puente. A las dos, miré el reloj por última vez. Cuando la criada recorrió por primera vez la antesala, yo escribía la última frase. Acción de apagar la lámpara y luz diurna. Leves dolores cardíacos. El cansancio que desaparece a la mitad de la noche. La entrada temblorosa de las hermanas en el aposento. Lectura en voz alta. Previamente, el acto de estirar los miembros ante la criada y decir: "He estado escribiendo hasta ahora". El aspecto de la cama intacta, como si acabaran de introducirla. La confirmada convcción de que, con mi novela, me encuentro en las vergonzosas depresiones que tiene el arte de escribir. Sólo así se puede escribir, sólo con esa cohesión, con esa apertura total de cuerpo y alma. 

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(1) Carta de J.C. a Galsworthy del 20 de julio de 1900, (Las vidas de Joseph Conrad, de John Stape, Lumen.)
(2) 23 de septiembre de 1912 (F.K., Diarios, Galaxia Gutenberg)