Misión del ágrafo
- Dibujos: Javier Roz
Estrenamos 2016 con Misión del ágrafo: el primer ensayo en castellano que se atreve a pensar la escurridiza figura del ágrafo al tiempo que abre una fértil discusión acerca de cuál es el papel de la escritura hoy día, ahora que se escribe y se publica como nunca antes.
«Valdecantos va trazando con perspicacia e ingenio admirables la etopeya del ágrafo desde distintos ángulos, como un naturalista que describiera la fisonomía de una rara especie soñada.» José Manuel Cuesta Abad.
Tal vez haya que desconfiar del diccionario de la Real Academia cuando define «ágrafo» como una persona «que es incapaz de escribir o no sabe hacerlo». Porque el ágrafo que en este insólito ensayo Antonio Valdecantos disecciona no sólo puede y sabe escribir, sino que sencillamente se resiste a hacerlo. En estos tiempos en que sobreabunda la escritura –en realidad, nunca se ha escrito y publicado tanto–, tal vez sea preciso dar la razón a Tolstói cuando anotó en su diario: «Escribir no es difícil, lo difícil es no escribir».
Pero ¿qué es un ágrafo?
Según Antonio Valdecantos: «El ágrafo es casi un exacto Antibartleby, que, ante cualquier sugestión para que escriba algo, contestará con toda la ironía que es posible en este mundo: “Yo, por mi parte, preferiría hacerlo”».
Es más: ágrafo es quien debiendo ser, por su sabiduría, su agudeza y su talento, un escritor prolífico, incumple su destino y se resiste a escribir y a publicar. Acaso, un escritor o escritora sin obra: «De hecho (matiza Valdecantos) cuando habla el ágrafo —y puede llegar a hablar muchísimo— es como si estuviera escribiendo».
Es decir, la cara opuesta del «Bartleby», que acuñó Vila-Matas en su célebre libro.
«El ágrafo cumple además —se lee en este lúcido ensayo, que termina con un homenaje a Montaigne— la ingrata función de poner de manifiesto que los escritores somos impostores más o menos mañosos, pero censurables por igual. Se podría concluir que el ágrafo es por todo ello un personaje maldito y no le faltarán enemigos.»
«Las razones por las que el ágrafo no escribe o no publica son innumerables, según pone de manifiesto la minuciosa casuística que, no sin humor, ofrece Valdecantos. [...] Que Valdecantos, grafómano excelente, haya elegido la figura del ágrafo puede entenderse sin duda como uno de los muchos recursos irónicos que prodiga este libro, pero nada tiene de casual ni de arbitrario. […] Ni que decir tiene que los nombres de Montaigne, La Bruyère, La Rochefoucauld, Gracián, Shaftesbury, Diderot, Nietzsche o Chesterton son exponentes diversos de la moderna estirpe del escritor moralista, a la que pertenece –sin apenas precedentes genuinos en la reciente historia de la filosofía y la literatura españolas– Antonio Valdecantos.» José Manuel Cuesta Abad, del prólogo a esta edición.