«Broyard revive aquel mundo progresista, romántico y bohemio que fue el Village», reseña en Cultura|s de La Vanguardia
«Broyard revive aquel mundo progresista, romántico y bohemio que fue el Village», reseña en Cultura|s de La Vanguardia
Una época, un lugar
Robert Saladrigas
Cuando Kafka hacía furor (Memorias del Greenwich Village), de Anatol Broyard, traducción de Catalina Martínez Muñoz.
No puedo evitar preguntarme qué rastro pervive de Anatole Broyard (Nueva Orleans, 1920–Boston, 1990) en la cultura norteamericana actual. ¿Alguien se acuerda de sus interesantes artículos de crítica literaria en el suplemento de The New York Times? ¿Y qué visitante de nueva York se deja atrapar hoy por las míticas calles del viejo Greenwich Village y busca las sombras de los que ocuparon las viviendas en 1946, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando según lo recuerda Broyard, el Village «era lo más parecido a París en los años veinte. Los alquileres eran baratos, los restaurantes eran baratos, y yo creía que incluso la felicidad podía adquirirse a un bajo precio».
Por supuesto que no queda huella del Village que conoció aquel Broyard joven que al principio compartió apartamento –una agobiante covacha invadida por la suciedad– con la pintora vanguardista Sheri Donatti [Sheri Martinelli], trató a luminarias deslumbrantes como Anaïs Nin («Anaïs ya estaba pasada de modo, mientras que Sheri empezaba a estarlo»), que residía en el vecindario, y asistió en la New School de la Universidad de Nueva York a las clases de Erich Fromm, Meyer Shapiro o el doctor Ernest Schchtel, todos ellos celebridades alemanas repescadas del descalabro europeo que trataban de influir en la receptiva juventud de Estados Unidos al finales de los cuarenta.
Todo ello pertenece a otra época e incluso a un lugar que a estas alturas del siglo XXI sólo cabe hacer el esfuerzo de imaginarlo. Por fortuna, tras un tiempo de enseñar en las universidades de Columbia y Nueva York, el por entonces ya famoso Anatole Broyard –sus relatos y piezas de ensayo aparecían en The New Republic y The Partisan Review–recibió una becaGuggenheim con cuyo importe decidió ponerse a escribir sus memorias sobre el período en que, por el hecho de respirar la atmósfera vitalmente bohemia y liberal del Village, tuvo acceso a los niveles superiores de la vida intelectual de la América de posguerra. El resultado fue este libro inconcluso –en 1988 le diagnosticaron un cáncer de próstata– Cuando Kafka hacía furor (Kafka Was The Rage) que se editó con carácter póstumo en 1993.
Para la gente de mi edad Greenwich Village pertenece al territorio de lo legendario. Quizá por eso en la primera página Broyard señala: «Creo que hay mucha nostalgia de cómo era la vida en Nueva York y sobre toddo en Greewich Village, en el período que siguió inmediatamente a la Segunda Guerra». El período dorado en que, en efecto, Kafka arrasaba porque era Dios para los miles de jóvenes ávidos de lectura que nunca se cansaban de descubrir libros y autores; ecino de un barrio encantador, desprejuiciado, en el que era factible cruzarse o tropezar con Auden o Dylan Thomas, experimentar la evolución de las teorías psicoanalíticas, asimilar los lenguajes del arte contemporáneo (las brillantes lecciones de Meyer Shapiro sobre Van Gogh, Cézanne y Picasso eran para Anatole Broyard «revolucionarias»), o podía uno soñar despierto con ritmo de jazz en el cuerpo.
Hoy todo eso es puro arcano, un mundo remoto, progresista, romántico y libidinoso que, por lógica, no superó la prueba del tiempo y se extinguió. Pero llegar la realidad que fue a través de las palabras de Anatole Broyard, observar cómo se transmite sus impresiones de antaño un tipo con su talento para el relato que escribe desde un sentimiento de expatriado constituye, al menos para mí, a tanta distancia de lo que reconstruye, un extraño placer que simultáneamente se transforma en escalofrío.