«Con Pablo Remón, desde "Barbados", cada palabra un golpe, una verdad», JM de los Santos
«Con Pablo Remón, desde "Barbados", cada palabra un golpe, una verdad», JM de los Santos
Cada vez que voy al teatro cambio de forma. Las certezas desaparecen
JAIME M. DE LOS SANTOS
Septiembre de 2020
Con Pablo Remón siempre quiero repetir, desde la primera vez en 'Barbados'. Recuerdo el aire, más que cálido, pesado, narcótico. Las frases, más que breves, rotundas. Cada palabra un golpe, una verdad absoluta. “El mundo está a punto de desaparecer”. Una pareja típica, “una pareja que va bregando con los sinsabores del día a día”. Sentado en mi silla me hago pequeño. A su lado no soy nada. O muy poco. Y quiero ser algo; no sé qué, pero algo. Y regreso. Al mismo ambigú, a la misma oscuridad clara. Están Fernanda Orazi y Emilio Tomé. De negro. Desde hace 4.280 noches. Está el amor; del uno por el otro, por la música, por el teatro, por lo que importa, y sobre todo por aquello que no importa tanto, quizá lo más verdadero. Se hablan. No quieren olvidar. No quieren desaparecer.
Lo que 'Rosita' no quiere es estar sola. O no sola del todo. Por eso le implora cartas, “muchas cartas. Mira que yo las leeré todas”; por eso baja al paseo. Por eso yo vuelvo a Lorca. Para tampoco estar solo. Al Lorca 'anotado' por Remón, a su inmensidad poética, a su fragilidad trágica. Ahí está todo. El drama de la carne y la ficción autoimpuesta, el silencio que duele y la verdad revelada. El desamor y la miseria humana. Y “eléboros, fucsias y crisantemos”. Puro realismo mágico. También Jerry le escribe cartas a Emma. Es la mujer de su amigo. De su mejor amigo. Pero la ama. O eso dice. Y construye una vida que es la suya pero que a la vez es otra; una vida de certezas a medias, de rincones oscuros. De celos. De esperanza. De miedo. Todos son el otro, todos el envés de un triángulo que se acaba convirtiendo en círculo.
La idea de otredad atraviesa el texto de Pinter, transita por entre los mundos de Jerry y Emma, de Robert. Una sucesión de recreaciones, de rémoras, de visiones sesgadas. Un indicio permanente de fatalidad. De mentiras. La mentira como principio de todo, como final; y la extinción del amor, de todos los amores. Incluso por uno mismo. 'Traición' es un juego de equilibrios, de concesiones, de callejones anegados de dudas. Un marasmo. Hay algo turbador en la forma en que Robert mira a Emma. Lo sabe, “imaginaba que tenía que ser algo así”. Y durante un tiempo no importa, no lo suficiente. Tal vez no importe. O no sea tan grave. Tan definitivo. Tan definitorio. Pero Robert también la engaña, “con otras mujeres, durante años”. Y acaba cediendo. Y se abandonan. No él a ella, ni ella a él; la vida con ella, con él. Sus vidas.
Eso es lo peor de las rupturas, la absoluta y total desconexión con un tiempo que se convierte en pasado. De un golpe. Que te convierte en pasado. Y te crees presente, solo presente. Un hoy suspendido de un cielo que amenaza lluvia. Y te sientes feo. O temes estarlo. Y te ves en una soledad indefinida tratando de añorar lo justo pero echando de menos todo. Cada mañana, cada tarde, la música de Bach, “tus ojos que me matan” y el apartamento de Wessex Grove. Allí es donde se domestica el amor, donde se pasa. Entre las blancas paredes de lo cotidiano, frente a una cama que ya ni recuerdan si estaba.
El que ya no está es Ross Laycock cuando Félix González Torres fotografía su cama, la que habían compartido, la que mantiene, incólume, el peso de sus cuerpos ausentes. El sida, esa otra pandemia, se lo ha llevado el veinticuatro de enero de 1991. Ahí están sus formas, sus sueños, su hambre. Veinticuatro carteles repartidos por Nueva York que buscan al espectador, su mirada, que lo increpan. Una reliquia dadá. Un grito desesperado y bello. Hay algo circular en esa cama, iniciático. Un rincón de vida y muerte, para el amor. Para hacer el amor. “Qué expresión”, dice Fernanda; “mientras fuera vuelve a llover”, replica Emilio. He vuelto a 'Barbados'. A ese instante de niebla, de vitalidad atropellada. Al teatro.
Cada vez que voy al teatro cambio de forma. Las certezas desaparecen y me asalta el abismo. Y el fuego. Y la sed. Y todo se mezcla. Lo que siento y lo que he sentido, lo que sé y aquello que debo olvidar. Y vuelvo a casa. Caminando. Y, como Rosa, “ya está bien de llamarla Rosita”, al llegar, hablo con mis plantas. De Harold Pinter. Ellas, disciplinadas, no dicen nada. Solo escuchan, enorme virtud. Y me pongo a escribir, a construir una historia, esta; que ya existía. Que transcurre en tres tiempos, a través de tres trabajos de Remón. Que habla de amor, de traición. Y de la vida; tan imperfecta como solo la vida puede ser. Tan prolija. Tan única.
*Todos los entrecomillados pertenecen a textos de Pablo Remón.
'Barbados', etcétera. Texto (en Abducciones. Ed. La uÑa RoTa) y dirección: Pablo Remón.