«Rodrigo García propone poesía en la lista de la compra.» Por María Velasco

11.01.2016

«Rodrigo García propone poesía en la lista de la compra.» Por María Velasco

Publicado en PRIMER ACTO

CON EL PALO SELFIE EXPULSARÉ A LOS MERCADERES DEL TEMPLO: BARULLO, de Rodrigo García.

Por María Velasco

Primer Acto | Enero 2016

 

Cuando escribe “Protegedme de lo que deseo” (título de una obra inédita de 1997, publicada aquí junto con ocho textos recientes), Rodrigo García podría estar refiriéndose a las palabras. El palabreador se justifica: “Digamos que yo no supe matar”. Los vocablos de alguien “que hace arte porque no tuvo coraje para matar”, siempre se autoimputan, y expresan su complejo de culpa por ser lo que son. A partir de ahí, en avalancha, hacen “meadillas” a los discursos-artimañana, porque, como se sugiere en Daisy, la casa de las palabras debería ser de chocolate, no un búnker: frente al canto de las sirenas, “cantar mal” –sin ley, sin técnica–, no hay otro modo de “sobrevivir con algo de júbilo en esta tierra roñosa” (Gólgota Picnic). Pensemos en las descargas de tinta del calamar, su eyaculación incontrolada.

El conflicto de estas obras está, pues, en el propio lenguaje, convertido en campo de minas; de ahí, que no tengan necesidad de ser teatro para ser teatrales. Que la literatura está para ofrecer resistencia a la escena, como dijo Heiner Müller, lo sabemos; y que los límites de la heterogeneidad se han vuelto extremadamente flexibles, hasta el punto de que “un drama es lo que yo llamo un drama” (de nuevo Müller), también. Rodrigo, heterogéneo/hetero-genio se autorretrata: “Siempre que escribió relatos / acabaron como poemas / y aquella vez que / urdió un cuento terminó siendo un ensayo / siempre que tentó el teatro / concluyó filosofando”. Y realiza un juramento hipocrático como mensajero de Asturias.

Un mensajero que habla del “más acá” como si estuviera más allá, y dice “aparta de mí ese cáliz de refresco negro”, y sueña con expulsar, con el palo selfie, a los mercaderes del templo. Las páginas de Barullo describen un mundo de apariencias, de terrorismo invisible, HAMBRE, frente a arcadas de menús XXL, tarjetas Fnac, puntos de Spanair, nitrógeno líquido, falsos Adidas, links website y Mercedes clase A… Este “licuado” de sociología, fuera de todo academicismo, describe un mundo feliz  (cada cual con su soma), que, como se dice en una de las piezas, emula a los infiernos “representados en la iconografía primitiva y renacentista”. Jardín de las delicias, todo a un euro, selva o Zara Taras: Calvarie Locus.

“Enseñaros a matar de hambre no puedo: ya lo habéis hecho vosotros.

(…)

No puedo enseñaros a arrasar ciudades ni pueblos enteros, no puedo enseñaros las técnicas para concluir un holocausto: ya lo habéis hecho vosotros.

No puedo hacer temblar la tierra con bombas lanzadas desde el cielo: ya está hecho por vosotros.

No puedo enviaros pestes nuevas, no puedo perder el tiempo cayendo a la tierra como fuego, plaga y exterminio para atormentaros: ya lo hacéis bien vosotros contra vosotros”.

(Gólgota Picnic)

El Juicio Final se parece al primer día de rebajas. En La selva es joven y está llena de vida, García describe semimonos, “globales hasta la médula”, también en sus “fracasodepresiones” y “taramanías”; “gentes que venían del más allá / suicidas de toda la vida / los suicidas del viaducto del puente de Bailén / que regresaban y se incorporaban a la cola (del Burger King)”. Y es ahí donde él agita el palo (nada de stick, sino “palo” como “barullo”, o como el campo semántico de la charcutería contra la Nouvelle Cousine), esgrimiendo la violencia del sexo y de la muerte (irreducibles, gracias al cielo).

“Sentir apego por este mundo es de gilipollas”, pero en el descenso, incluso los ángeles caídos se entretienen, contemplando el horror vacui a 250 Km/h. “Os digo –exclama García– que quien no tenga sentido del humor, no entiende la vida”. La salvación llega por el humor, y “abolido lo trascendente que tiene reservado para nosotros cualquier día de diario, lo pasamos francamente bien, entre risa y risa, por la superficie” (Gólgota Picnic). La sonrisa del sociópata, un poco como la de Mona Lisa frente a los domingueros del Louvre, vale por un centenar de carcajadas vacías. Como Nietzsche en relación con Schopenhauer, me pregunto “si un negador de Dios y del universo que toca la flauta tiene de verdad derecho a llamarse pesimista”.

Empezando por el pesimismo, es posible romper con muchos de los clichés asociados a la escritura de García, porque estos textos (en su mayoría para teatro, pero también para radio y conferencias) lo hacen. “La causa principal del envejecimiento es nada menos que vivir”, pero ¿cómo envejece un enfant terrible? Pensemos en un cowboy solitario (“la soledad es el paisaje apropiado para la reflexión”, se dice en El mensajero de Asturias) o en Robert Walser (si éste se hubiera hecho adicto a las flores de bach del humor), caminando, hincando el palo selfie en una alfombra de nieve artificial… a unos kilómetros de la muerte:

“Salir a dar  un paseo, haga bueno o caigan perros del

cielo, salir a dar una paseo, a contemplar y perdonar

perdonar cada existencia, al fin y al cabo, qué culpa

tienen todos estos”

(Muerte y reencarnación en un cowboy).

En medio de las ya habituales enumeraciones, esas que nos dicen que somos plaga (biológicamente, plaga), y entre palabras que caen al vacío, como de una piñata, después del pig-bang, encontramos lágrimas, y pese a la contaminación acústica se escucha la “respiración de una flor”, por ejemplo en el treno por la desaparición de su amigo el compositor y contrabajista Stefano Scodanibbio. En otra enumeración, la lista de la compra, tal como se cuenta en estas páginas, Raymond Carver había anotado poco antes de morir, junto con “leche”, “huevos” o “lavavajillas”, las interrogaciones: “¿La Antártica?” “¿Mongolia?”.

El autor de Gólgota Picnic dice que “la poesía y el misterio deben ofrecernos los puntos de vista menos esperados. Hacer de lo incongruente, posibilidades incuestionables”. Ya decía Hans-Thies Lehmann que la poesía es una “fisura en el poder logocéntrico”. Antes de llegar a la serie de poemas que pone el broche final a esta edición, y por más que se travista de “avión que anda esquivando las estrellas”, García ya se ha afianzado como poeta en La selva es joven y está llena de vida, inspirada en A floresta é jovem e cheja de vida, de Luigi Nono (la música, también Bach, Beethoven o Brahms, es un chute rápido de trascendentalismo).

“Quien escriba un poema en este lugar –se afirma en Daisy–, ahora, con este tiempo, en esta época y rodeado de esta gente, es alguien de otro mundo”. Ciertamente, hace falta un animista, que vea las lágrimas de las cosas por más que sean de pexiglás, tengan relleno de espuma picada o parabenos: “Doy gracias a este trastorno mío, joder –se exclama en Texto para France Culture–. Ver lo que me da la gana donde en realidad acontece otra cosa”.

Si los crudiveganos dicen “no te pongas en la piel aquello que no te comerías”, Rodrigo “propone poesía en la lista de la compra”.