‘Nota del autor’: Conrad o la sangre azul de la literatura

09.12.2016

‘Nota del autor’: Conrad o la sangre azul de la literatura

Publicado en Drugstore

Por Eduardo de los Santos Molina

 

Cuando empecé el libro pasé muchas horas pensando cómo pudo Joseph Conradsalir del mar y escribir así a los treinta, en inglés, lengua que apenas sí conocía a los veintidós. Era la primera semana de junio del año 2015 y yo estaba trabajando en la Feria del Libro de Madrid, y aprovechaba los trayectos en metro para leer Nota del autor, la colección reunida (y, por primera vez, traducida al castellano) de los prólogos que Conrad había escrito para la publicación de sus obras completas y que había editado en 2013 La uÑa RoTa, que fueron mis vecinos de caseta (por suerte o por desgracia) en el Retiro. Una noche, al cierre, Carlos nos pidió a mi compañera y a mí que eligiéramos un libro cada uno, y yo, que no conocía a Liddell ni a Mayorga, ni a ninguno de los asiduos en la editorial segoviana, me agarré al nombre más familiar como a una tabla en el océano. Me llevé la mano a la cartera y él se carcajeó y rechazó mi dinero. Carlos siempre se está riendo. He coincidido con él en el festival de Segovia y de nuevo en la Feria, y sé que debe de significar algo que un editor se esté siempre riendo. Me propuse leerlo entonces, antes de que acabara la Feria, para poder agradecer el gesto como correspondía: me ha gustado mucho, es un buen libro; total, tampoco esperaba mucho de un puñado de prólogos pagados (imaginaba) a un penique la palabra. Qué tendrían que decir que no dijeran ya los relatos. Qué, que no pudiera encontrar uno navegando en internet el tiempo suficiente. Qué, salvo demostrar lo que ya sabía: que Conrad fue un magnífico escritor a pesar de haber salido del mar a los treinta y de haber escrito en lengua ajena.

Pero esto es lo determinante: que Conrad fue, de verdad, un magnífico escritor. Un escritor acostumbrado al esfuerzo de la escritura y comprometido con el arte de la novela y con su tiempo, un escritor hecho a sí mismo, un hombre de mar y de mundo, y un constante extranjero. Escribió estos prólogos al final de su vida, hecho ya el trabajo, consciente de que solo entonces podía permitirse el lujo de echar una mirada atrás (teorizar no es sino mirar), hacia lo escrito; consciente, también, de que hacerlo era precisamente eso: un lujo innecesario. En Nota del autor se suceden los títulos de la bibliografía original en orden y, con ellos, queda perfilado una suerte de biografía literaria repleta de las memorias, reflexiones, e inevitables ajustes de cuentas que un escritor de su talla, uno tan polémico, además, no podía dejar de tener pendientes y que sirven para situar cada obra en sus circunstancias. Porque antes he dicho que Conrad fue un escritor comprometido con su tiempo, y es una verdad parcial, porque el compromiso de Conrad no fue nunca sino con los hombres y las mujeres que poblaron su vida, todos aquellos que conoció en sus viajes, todos aquellos que leyeron sus historias y que formaron parte de esas circunstancias que hicieron posibles libros como Un vagabundo, Lord Jim, Juventud, El agente secreto, Azar o La línea de sombras; libros que no son, para Conrad, como confiesa en las notas de El espejo del mar, sino el mejor homenaje que puede ofrecer a quienes modelaron su destino: «el mar imperecedero, los navíos que ya no existen, y los hombres sencillos cuyos días ya han concluido».

Conrad entiende que la ficción literaria no está hecha, en esencia, de algo distinto de la realidad: que las palabras son traducciones de la vida, unas veces más afortunadas que otras, y que no es posible literatura sin justicia, sencillamente porque no es posible escribir literatura, hacer ficción, sin decir la verdad. Solo la verdad, escribe para Bajo la mirada de occidente, puede justificar una obra de ficción que aspire mínimamente a la categoría de arte. Añade, para Tifón, que es una exigencia, y que decir la verdad es siempre hacer justicia, y acaso no sea otra la misión de todo artista. Ética y estética se relacionan así en el prólogo a El negro del Narcissus, cuando Conrad afirma que el arte se dirige a nuestra capacidad innata de asombro y deleite, a nuestro sentido de la belleza, y a nuestro sentido del dolor que conduce a la fraternidad y a la solidaridad con el otro en la alegría, en la esperanza, en el miedo y en el misterio que todos enfrentamos (el de nuestro origen y el de nuestro destino). Conrad es, ante todo, un hombre y un escritor compasivo. Como Cervantes, curioso, lúcido, ha viajado mucho y ha leído mucho, y sabe lo parecido que es su corazón al corazón de todos los hombres en todas partes: por eso su compromiso con las historias de aquellos a quienes conoció es a la vez el compromiso mayor con la humanidad. Compromiso que pasa por escribir esas historias, a veces, y por no escribir en absoluto en otros casos: tiene relatos que no debe escribir, otros que no puede escribir, y la convicción de que solo podría haber escrito en inglés. La escritura en Conrad es un accidente afortunado.

Nota del autor no presenta un sistema de pensamiento ni una teoría estética, a pesar de acompañar los prólogos con dos ensayos sobre la vida y la obra de Conrad que ayudan a consolidar la imagen del hombre; por eso, en ocasiones, las afirmaciones resultan contradictorias; pero Conrad es siempre conmovedor, certero y serio. Nada humano le es ajeno (es su grandeza y la de los de su estirpe, la de los Cervantes, la de los Camus) y el libro, además de permitir una comprensión mayor de su trabajo, supone un hermoso testimonio de que la entrega sin condiciones a la escritura tiene también un valor cognoscitivo y algo que ofrecer a cualquier estudioso, escritor o lector interesado, no solo sobre el origen de la obra de arte, la palabra, la creación del personaje y la relación del artista con la verdad, la justicia o el azar, el esfuerzo constante que reclama su oficio, o la vocación, todo ello presente en esta colección; sino también, y principalmente, sobre aquello que «une a la humanidad entera: a los muertos con los vivos, y a los vivos con los que aún están por nacer», y de lo que tanto tiene que decir la literatura cuando quien la escribe es, de verdad, un magnífico escritor.