El texto teatral ha de ganarse su autoridad frente a director y actores

21.05.2014

El texto teatral ha de ganarse su autoridad frente a director y actores

Publicado en El Mundo

Entrevista de Esther Alvarado a Juan Mayorga en El Mundo

Pudiera parecer que a Juan Mayorga (Madrid, 1965) le falla la palabra. Nervioso, inquieto, no para de moverse en la silla, gesticula con las manos, se levanta, cambia mil veces de postura, sus ojos miran más allá de la conversación, titubea. Pero, obviamente, es todo lo contrario: un universo lingüístico se agolpa en su cabeza y las ideas (muchas, infinitas, bien hiladas y ordenadas) se atropellan por salir de su boca y remueven el resto de su cuerpo. A veces (las mejores) acaban anotadas en una libreta tamaño A7 que lleva en el bolsillo del pantalón.

Se tarda exactamente un minuto y medio en coger el ritmo de esa autovía teatral que es Juan Mayorga, un autor prolífico y prolijo (esmerado) que recopila en un volumen editado por La Uña Rota (ilustrado por Daniel Montero) sus principales obras de 1989 a 2014. La cuenta final es de 20, aunque el dramaturgo confiesa con una sonrisa efímera que se ha guardado cosas. "Así, a quien critique este libro se le puede decir que lo mejor está por venir".

Empieza la recopilación por una obra muy interesante que nunca ha sido representada.
'Siete hombres buenos' es la primera obra que di a leer a alguien más allá de mi familia o amigos. Había ensayado el teatro en los últimos años de la adolescencia, y en algún momento concebí este argumento y pensé: "Esto es teatro". Es una de las cosas por las que estoy feliz con este libro: porque habrá gente que se acercará a él por textos que conoce y seguro que encontrará otros que quizá le sorprendan.

Esta discusión ficticia entre miembros del Gobierno de la República en el exilio, ¿qué cuenta?
Pretendía ser una historia sobre el exilio, pero siento que esta versión es más universal y que, sin perder fuerzas importantes de nuestra historia, también puede dar cuenta de otras experiencias del exilio. Tengo muchas dudas de lo que hago, pero también soy ambicioso y quisiera que mis obras provocasen reuniones en lugares distantes de aquel en que escribo y quizá que alguna venza el tiempo. Me alegro de ver cómo 'Cartas de amor a Stalin', que escribí a finales de los 90, mañana se estrena en Timisoara (Rumanía). Al menos ha trascendido 15 años.

¿Cómo se gestó este trabajo?
Comenzó como una suerte de antología mínima, pero luego gracias a la generosidad de los editores y de Claire Spooner, la prologuista, añadimos otras obras significativas. No está todo, pero es una panorámica amplia. Es bueno que no se ofrezca todo, porque si a alguien le decepciona, siempre se puede decir: "Es que lo mejor está por venir".

¿De dónde salen sus obras?
Si empiezo a rastrear de dónde salen las obras me encontraría con sorpresas. Por ejemplo, El jardín quemado nace de una noticia que leí un día en un periódico hace muchos años. Se encontraron fichas de un psiquiátrico en una isla española, pero además esos archivos muestran que ha habido un número sorprendentemente alto de ingresos en la Guerra Civil. Y yo pensé: para qué se ingresa a alguien durante una guerra, ¿para salvarle de la cárcel o para castigarle con algo peor que la muerte? El chico de la última fila nace de una experiencia propia como profesor de Secundaria. En resumen, las obras nacen de impulsos que voy anotando en esta libretilla [se saca un cuaderno minúsculo del bolsillo del pantalón] y arrancando. Muchas de ellas mueren y otras acaban convirtiéndose en historias y en obsesión y te piden que halles una forma de compartirlas: estructura de la obra, número de los personajes, los espacios, el tiempo, la palabra... Además, como uno nunca sabe qué va a hacer... [revuelve en un maletín que tiene a sus pies] siempre llevo encima la última obra que estoy escribiendo. [Mayorga saca de una carpeta de plástico unos folios impresos con anotaciones en los márgenes]

¿Cuándo están terminadas?
Nunca. Ésta no está siquiera para ser editada. Se estrenará en noviembre y se llama Famélica legión. De hecho, no hay texto en el libro que haya aparecido así nunca. Reescribir es tachar y buscar una expresión más intensa y elocuente.

El teatro vive en las versiones.
Claro. Mi trabajo como adaptador me ha llevado a tener una visión desacralizadora del texto. Si yo me he atrevido a adaptar Rey Lear o La vida es sueño, de algún modo soy un permanente adaptador de mis textos y más aún: mis textos nacen a la búsqueda de un adaptador que probablemente les lleve a lugares imprevistos. Pretendo escribir textos en que sólo esté lo innegociable, pero tan abiertos como sea posible para que un director y unos actores los completen de forma inesperada. Uno ha de trabajar para que sus textos tengan una intensidad tal que se impongan al director y los actores. Creo que el texto ha de ganarse su autoridad, pero el autor no se puede poner en una actitud fiscalizadora.

¿Y las traducciones?
Por suerte, tengo algunos traductores que son auténticos cómplices [y cita de memoria a unos cuantos, por sus nombres y apellidos]. Muchas veces conocen mi obra mejor que yo mismo y tienen una relación con los textos que los constituyen en los primeros críticos.
Su teatro político tiene la virtud de no ser dogmático ni pesado.
El teatro es inevitablemente político. Es un arte en el que están en juego nuestros valores, ilusiones y proyectos. Hay obras que tiene mayor vocación política: La paz perpetua pone al espectador ante la pregunta del mal necesario: hasta qué punto puedes legitimar que haya violencia en la sociedad. Pretendo que las obras no se conviertan en sermones; quiero que suspendan al espectador ante la pregunta y que sea el espectador el que, si quiere, la responda. Si el teatro tiene una misión política es darnos a examinar las palabras que usamos y cómo somos examinados por las palabras.

Si este libro cayera dentro de 100 o 200 años en manos de un lector, ¿qué podría decir del autor?
[Se ríe] Ojalá sea así. Yo no creo que mi teatro vaya a sobrevivir más allá del próximo fin de semana. El teatro que sobrevive es el que nos da a examinar posibilidades de la vida humana: gente que conocemos, somos o podríamos ser. Si mi teatro sobrevive será porque en alguna de las obras aparezca eso. Si hay un tema común es la paradoja del teatro: somos frágiles pero insistimos en aspirar a la belleza, a la dignidad, a la libertad... Sabiendo que esa belleza sólo puede ser intermitente.