Escribir la enfermedad para sobrevivir a ella
Escribir la enfermedad para sobrevivir a ella
La uÑa RoTa edita por primera vez en España Ebrio de Enfermedad de Anatole Broyard
Koult
Afirmaba Gonçalo M. Tavares en su último libro, Uma viagem à Índia, que cuando nombramos una enfermedad estamos describiendo cierta condición de sufrimiento, lo que hace de esta acción un acto literario antes que médico. Susan Sontag empieza su ensayo La enfermedad y sus metáforas trazando una clara línea divisoria entre personas sanas y enfermas, convirtiéndonos así en ciudadanos con doble pasaporte. Son muchos los escritores que han abordado el tema de la enfermedad y la muerte, desde Tolstoi, Kafka y Mann hasta un reciente Sergio del Molino, con su libro La hora violeta. ¿Pero cuántos de ellos han conseguido abordarla desde un tono irónico y belicoso como lo hace Anatole Broyard?
Con un excelente prólogo del gran doctor neurólogo Oliver Sacks, y la última traducción de Miguel Martínez-Lage, Ebrio de enfermedad nos sumerge de lleno en la posición del escritor frente a la enfermedad y la muerte a través de su cáncer. A modo de diario y en un radiante discurso, Ebrio de enfermedad recoge entre otros, el maravilloso relato Lo que dijo la cistoscopia, que narra la vivencia del cáncer y muerte de su padre. Incluso se atreve de manera brillante a describir la compleja relación médico –paciente, dictaminando cómo debería ser el médico ideal, poniendo en tela de juicio el propio oficio que combate a la enfermedad y al dolor.
Broyard planta cara y grita, deletrea, escupe, dice cáncer, c-á-n-c-e-r, y no teme. Se encuentra anestesiado e inmerso en una especie de absolución concedida por su enfermedad, y declara que estar enfermo o morir es en cierto modo poesía y una cuestión de estilo. Basta abrir el libro para darle toda la razón. No escribe como Kafka desde el sanatorio allá en el abril de 1924 a un amigo diciendo “Verbalmente no me entero de nada concreto”, ni maquilla el cáncer como se sigue haciendo actualmente con la célebre frase: “murió tras una larga enfermedad”. Porque como escribía Novalis, lo importante de una enfermedad es su individualización, y Anatole Broyard con su prosa llena de vida y feroz consigue apropiarse de ella hasta hacerla completamente suya.
Sontag afirmaba el paralelismo entre literatos y románticos con los enfermos de tuberculosis, equivocándose de lleno, al negar esta similitud al cáncer. Anatole Broyard la contradice: Ahora entiendo por qué los románticos tenían tanto afecto por la enfermedad: el enfermo lo ve todo como si fuera una metáfora. En esta fase me encuentro encandilado con mi cáncer. Es algo que apesta a revelación. Y es que el autor va creciendo y expandiéndose como la metástasis de su cáncer conforme vamos avanzando en la lectura del libro.
Rebusco entre mis apuntes de patología. Encuentro la sentencia: “No hay límite exacto entre salud y enfermedad. No hay enfermedades, sino enfermos”. Sigo leyendo y deduzco que para haya una enfermedad tiene que haber una reacción viva al agente que la causa, lo que nos convierte a nosotros en uno de los factores importantes e intrínsecos del sumatorio enfermedad. Y vuelvo a darle la razón a Broyard y a su prosa como remedio y declaro su escritura como una eficaz inmunología contra la enfermedad.
Muchos se preguntarán que para qué tanta literatura de la enfermedad, de la muerte y del dolor, para qué este propósito y necesidad de escribir cuando sabemos que estamos próximos a recibir el pasaporte del lado nocturno de la ciudad, como escribía Sontag.
El mismo Anatole Broyard dictamina: “para cerciorarme de que estaré vivo cuando muera”