FELIZ AÑO: "Una fiesta de la palabra", por Gema Monlleó en la revista Détour. A propósito de los diarios.

02.08.2025

FELIZ AÑO: "Una fiesta de la palabra", por Gema Monlleó en la revista Détour. A propósito de los diarios.

Publicado en Détour (por Gema Monlleó)

Esteban Feune de Colombi, Annie Ernaux. A propósito de los diarios, por Gema Monlleó

 

 

por Gema Monlleó

 

“Como lectores, lo que queremos es esto: la penetración de la privacidad. Queremos mirar bajo la falda”.

Sobre lo azul, William H. Gass

 

Esteban Feune de Colombi | Feliz año: 365 días / 365 diaristas

Según la RAE, la segunda acepción de la palabra “diario” (del lat. Diarium) es: “m. Relato de lo que ha sucedido día por día. Sin.: dietario, memorias”. Ha querido el azar que se publiquen casi simultáneamente dos diarios que, ajustándose a esta definición, no se adecuan a la habitual estructura cronológica consecutiva (Escribir la vida: Fotodiario, Annie Eranux) ni a la voz única que narra los hechos (Feliz año: 365 días / 365 diaristas, Esteban Feune de Colombi). Como ya he escrito en alguna ocasión me gustan los libros raros, los libros híbridos, los que exceden los límites de su propio género, los que combinan en su estilo elementos que no suelen viajar juntos (o no de la manera propuesta). Y estos dos libros encajan en estas categorías. ¿Diarios expandidos? Sin duda, sí. 

En Feliz año, el creador multidisciplinar Feune de Colombi (Buenos Aires, 1980) parte de una autotraba oulipiana para confeccionar/ensamblar un diario multifirmado por 366 autores distintos (¿el subtítulo no indica 365? Sí, pero un subtítulo no es una ley de obligado cumplimiento). Como si de un calendario perpetuo se tratase las entradas indican día y mes, pero no año ni autor-obra (incluyendo inéditos), y no es hasta el final del libro cuando se desvela el misterio de las autorías en un índice de referencias completas.  

Debo confesar que comencé mi lectura por el final. Leí primero las fuentes bibliográficas y rastreé las huellas de mis autores favoritos (Angélica Liddell, Roberto Bolaño -aquí en comandita con A. G. Porta-, Mary Shelley y Percy B. Shelley -el mismo diario, distintas entradas-, Cesare Pavese, Anne Carson, Patti Smith, Enrique Vila-Matas…). Una vez satisfecha mi curiosidad inicial (¿qué habría escogido Feune de Colombi de mis mitos?) procedí a la lectura cronológica (en realidad extracronológica o anarcocronológica, si tales términos existen) sumergiéndome en una fiesta de la palabra que, al invisibilizar los nombres, actúa como antídoto del ego.  

Tal vez porque una de las anotaciones más célebres en un diario es: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, clase de natación” (Franz Kafka, 2 de agosto de 1914) no es esta la que Feune de Colombi escoge del autor de Praga (“9 de julio 1912. Tanto tiempo sin escribir nada. Mañana, empezar”). Y es que este divertimento intelectual de inspiración frankensteniana elude lo obvio y lo previsible y apuesta por lo indómito. Desde aquí, ¡bravo! 

Entradas con una sola palabra (“7 de mayo. Cruising”), con dos (“25 de abril. Hoy, nada”), con tres (“5 de agosto. Llego a Barcelona”), entradas dobles (“28 y 29 de agosto. Come en casa Borges”), entradas-poema (“22 de enero. Hoy miércoles 22 de enero / Tú me llueves – yo te cielo”), entradas poéticas (“17 de marzo. Me fuiste infiel con el agua, cuando tu elemento era el aire”), entradas-letanía (“28 de septiembre. 12 años, 11 meses, 18 días. Ya no tendré miedo, ya no tendré miedo, ya no tendré miedo, ya no tendré miedo, ya no tendré miedo”), entradas-ucronía (“26 de abril. 4900 a.C. Ochenta individuos mueren en el extremo norte de Euroasia”), entradas-distopía (“20 de abril. Tengo mil años más. Hoy es 20 de abril de 3013”), entradas de ficción (“9 de febrero. Viernes, Encontraron el pasaporte debajo del colchón…”), entradas de autoficción (“14 de noviembre. Como he llegado a Praga en un martes 14 de noviembre, siento curiosidad por ver qué hacía Kafka en esa misma fecha de otro año…”), entradas con epígrafes (“21 de marzo. “Hacia la isla, junto a los muertos / Mañana nuestro mar habrá sido vapor. Paul Celan”. Sé que si tardo así será…”), entradas-telegrama (“10 de julio. Viajo. Tengo calor. Letargo. Bienestar. Ni pasado ni futuro”), entradas-inventario (“3 de noviembre. Pedidos por internet: 7. Libros encontrados: 7. Cinco pedidos procedentes de AbeBooks y dos de Amazon”), entradas-consejo (“10 de abril. No le des tu corazón a los fantasmas”), entradas post-oníricas (“17 de abril. Frase dictada por el sueño: Esta espléndida urgencia de querer asumir un desastre”), entradas escapistas (“4 de diciembre. En mis sueños soy libre, no necesito caer a tierra”), entradas pasquín (“24 de julio. Manifiesto Dito del Arte Vivo”), entradas que parecen infrarrealistas, pero no lo son (“10 de diciembre. ¡Salten, delfines! ¡Piérdanse en la noche! ¡Aplaudan los trucos, celebren al mago!”), entradas cartográficas (“6 de noviembre. Quedó Luis Cernuda enterrado a cincuenta metros de Emilio Prados”), entradas floricultóricas (“1 de julio. La hortensia paniculata con sus flores fértiles tiene una belleza hechizante”, “11 de octubre. Han florecido las laurentinas y las coronas del poeta en varias partes del jardín”), entradas-voyeur (“17 de febrero. Hoy abro el armario. Poca ropa, pero de buena calidad”), entradas-conmemoración (“18 de noviembre. Hoy hace dos años que murió Marcel Proust. Hoy entré a habitar exactamente en la misma casa en que murió: 44 rue Hamelin”), entradas-confesión (“5 de enero. Me iré a la cama, que me doy cuenta de que me estoy volviendo un cínico”), entradas-diálogo elíptico (“13 de agosto. Dices: como un niño jugando a encajar piezas de Lego, tú organizas los días”), entradas-celebración (“6 de septiembre. Sigo con vida”), entradas-bienvenida (“22 de octubre. “¿Qué estás haciendo ahora?” -pregunto-. “¿Llevas un diario?”. Así que hoy escribo mi primera entrada”), entradas-recriminación (“30 de septiembre. ¡Olvidé escribir durante dos días seguidos!”), entradas luctuosas (“31 de mayo. Mañana voy a Boston a enterrar a mi hermano”), entradas existencialistas (“3 de diciembre. Verdaderamente, ya no sé por qué vivo”, “4 de febrero. Cada día, y a lo largo de todo el día, me hago la pregunta; o mejor dicho, la pregunta se hace en mí: ¿me costaría morir?”), entradas-brújula (“30 de diciembre. Mañana, 31 de diciembre, muere oficialmente la peseta”), entradas-sentencia (“3 de febrero. Días perfectos como obras de arte: hoy”) 

Por las entradas (iba a escribir entrañas, aunque ¿por qué no?), por las entradas y las entrañas de Feliz año transitan, además de sus autores, personajes históricos (¿es Hitler el más nombrado?: “3 de junio. La visita al Führer fue maravillosa”, “27 de octubre. Diferencias con el Führer”), distintas guerras (“14 de septiembre. Prohibición de entrar y salir de París”, “17 de septiembre. Rusia invade Polonia”, “12 de octubre. Ya es un hecho. “Esta noche se reparte”: los judíos no hablan de nada más”), y ciudades y países en distintos diarios de viajes (“24 de septiembre. Milán. Llego a las siete de la tarde, agotado por el cansancio; corro hacia La Scala), además de coordenadas indeterminadas (“12 de marzo. En un avión holandés entre Ámsterdam y Londres”). Teniendo en cuenta que muchos de los diarios “extractados” son de escritores, también encontramos reflexiones acerca de la literatura (“25 de febrero. La misma histeria romántico-formal, lingüista-contenido que deteriora a Cortázar, digamos, deteriora también la poesía de Nicanor Parra”), dudas respecto a la creación artística (“21 de mayo. Plantear de otra manera el problema de forma y contenido. Palabra falta no tanto de contenido como de interioridad”) y una nube ingente de autores citados: Victor Hugo, Goethe, Borges, Oscar Wilde, Sam Shepard (aunque se le cita sin su apellido: “26 de julio. Las sillas Adirondack de Sam en Kentucky”), Virginia Woolf, Rulfo, Rilke, Paul Valéry, Verlaine…, y, el más citado, Kafka: multipresente Kafka (“7 de septiembre. El lado inferior del futuro. Tal vez sea “Kafka” lo último que escribas”) 

En Feliz año la entrada del 2 de octubre está firmada por Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) y pertenece a su novela Perderse (“Cansancio, torpor. He dormido cuatro horas después de volver de Lille. Dos horas haciendo el amor en el apartamento de David. (David y Éric son mis dos hijos). Heridas, placer, y siempre el pensamiento de aprovechar el momento, antes de marchar, la fatiga”). Ernaux es la autora de este otro “diario raro”: Escribir la vida: Fotodiario, una compilación de fotografías y entradas de sus dietarios íntimos que siguen la cronología vital de las imágenes (“cuya sucesión “hace historia” dibujando una trayectoria social”). Como la propia Ernaux indica a modo de prólogo, los textos nunca son un “comentario” de las fotografías ni estas una “ilustración” de los mismos, sino que más bien muestran (como toda su obra) la “emergencia” de su escritura, “las fluctuaciones de la memoria” y “proyectan luces vacilantes sobre las cosas de mi vida”. Un fotodiario (etno)autobiográfico “portador de una verdad distinta” que complementa el resto de sus títulos. 

La combinación diario-imagen no es un ejercicio nuevo en la obra de Ernaux. En El uso de la foto el texto ernauxiano se articula alrededor de catorce fotografías a modo de bodegón tomadas durante los meses de su tratamiento por cáncer de mama por su amante, Marc Marie, después de sus encuentros sexuales (“28 de octubre de 2008. El milagro de los meses de cáncer es que dejé de ser escritora, solo existía”). En Regreso a Yvetot, la conferencia transcrita que Ernaux pronunció en 2012 (invitada por el ayuntamiento de la ciudad) se acompaña de imágenes de su álbum familiar junto con citas de sus libros. En Los años, a través de instantáneas encontradas en álbumes familiares (elípticas para los lectores), Ernaux configura una biografía personal y colectiva de la sociedad francesa durante la segunda mitad del siglo XX. El carácter confesional (autosociobiográfico, como a ella le gusta recalcar) de su obra “casa” perfectamente con el combo imagen-texto, añadiendo una capa más tanto de intimidad como de retrato social de una época. Prueba de ello fue también la exposición Extérieurs – Annie Ernaux et la photographie en la Maison Européenne de la Photographie de París (febrero-mayo 2024), en la que textos de sus libros “ilustraban” (aquí sí) más de un centenar de fotografías de artistas como Claude Dityvon, Dolorès Marat, William Klein, Henry Wessel, Janine Niepce o Daido Moriyama, dotando de nuevo de carácter colectivo, y por ende político, las reflexiones acerca de sus propias vivencias. 

Creo que es posible afirmar que la literatura de Ernaux posee una naturaleza fotográfica (no hay imágenes, pero también son totalmente “retratistas” Mira las luces, amor mío, Diario del afuera, El lugar…) y en Escribir la vida: Fotodiario esta se explicita de manera total (“si recuerdo, es gracias a la memoria y a la escritura: las fotos dicen qué parecía yo, no qué pensaba, qué sentía; dicen lo que era yo para los otros, nada más”). La primera de las 120 fotografías de su archivo personal nos sitúa en la urgencia y la importancia de sus diarios (“Al volver al hotel a la una y media, creí que me habían robado mi diario íntimo. Angustia extrema”) y la segunda en el latido que atraviesa toda su obra (“enero de 1963. Ayer por la noche pensé que “vengaría a mi raza”, opuesta a la burguesía encarnada por las chicas de Le Havre”), lo que ella denomina transfuguismo de clase. A partir de este momento la cronología fotográfica traza el camino del diálogo con las entradas de sus diarios: una imagen de Ernaux adolescente en 1959 con un texto de 1998 (“Toda la adolescencia está ahí, en ese viento fuerte de las tardes solitarias de provincias. En ese agujero de las tardes se halla el tiempo en estado puro, la muerte”), una imagen de 1949 con un texto escrito en 1983 en Venecia (“Toda nuestra vida errando alrededor de una cuna, no de una tumba. Aquí, todo es historia”), una imagen de su habitación en la residencia para señoritas en que se alojó durante el curso preuniversitario en 1958-1959 con un texto de diciembre de 2007 (“yo crecí sin vergüenza social, sin vergüenza sexual, y, de golpe, me cayeron las dos encima. La segunda, en verano de 1958. Una doble alienación de la que extraigo todo lo que escribo, pero a ciegas”), una imagen con sus hijos en 1968 con un texto de 1983 (“¿Cómo he podido vivir de 1963 a 1972 sin escribir? Es como si hubiera cerrado un armario, con prohibición de abrirlo”), u otra con su marido en 1964 con un texto de 2009 (“Lo más importante fue la acomodación: la pareja se abría camino en el mundo social, las relaciones familiares entonces tradicionales, el éxito y los trabajos”) 

Sus padres (su padre: fotografía conjunta de 1952 con entrada de 1990: “he hecho algo por él, por la clase a la que pertenecíamos”, su madre: fotografía de 1956 con entrada de 1996: “La escritura me viene de ella, que nunca escribió nada”) dan la medida de la vida y la muerte, de su ascenso social y de las dudas sobre su propia exposición a través de la escritura (fotografía de 1966 con entrada de 2001: “si no siento vergüenza de escribir lo que sea, ¿es porque soy tránsfuga o porque mis padres han muerto?”). La memoria biográfica también se inscribe en las casas habitadas, testimonio rocoso de un pasado grabado a modo de escritura cuneiforme (la de su niñez en Yvetot –“1983: Fui a Yvetot ayer. Siempre me pasa lo mismo: me hundo, como en el fango”–; Annecy, tras su boda –“1973: ¿Y si esa novela por venir fuera la historia de una mujer sometida a un engranaje, consumida por tanta mentira, constreñida por las apariencias, los hijos, la madre, los suegros, el infierno familiar y conyugal?”–; Cergy –“2001: en el andén del RER: “Tener dos hijos, escribir una novela, dar la vuelta al mundo y aparentar menos edad de la que tengo. Gymnasium-Club”. ¿Es ese el resumen del éxito soñado?” –) y habita, en imágenes y textos, el dolor y la emoción por las mudanzas. En Fotodiario hay también un muestreo de sus distintos viajes, algunos de los cuales ya pudimos ver en el documental Les années Super 8 (David Ernaux-Briot, 2022), compilado a partir de grabaciones domésticas y familiares. Una película que traza líneas imaginarias con, entre otras y por citar a dos directoras que seguro Ernaux admira, Chantal Akerman by Chantal Ackerman (Chantal Akerman, 1996) y Vi har många namn (Mai Zeterling, 1976). Toda una cosmogonía ernauxiana para deleite de sus fieles (entre las que, claro, me encuentro). 

Ernaux, rigurosa siempre con esa máxima tan suya de narrarse sin censuras, recupera en Escribir la vida hechos que han sido el centro nuclear de algunas de sus obras: su aborto clandestino en París 1964 en El acontecimiento (“1993: seguía viendo al “pequeño bañista colgando de mi sexo”, pesado y muerto”), su hermana fallecida antes de su nacimiento en La otra hija (“1990: Muerta de difteria; o sea: pobreza, ignorancia (sin vacunar)…, lo inaceptable”), su relación de amor-obsesión con S. en Perderse (“2001: Recuerdo el hotel del PCUS, en Moscú, con una precisión extraña, como si me hallase de nuevo detrás de aquella ventana que daba a una calle tranquila. Antes, Leningrado. La habitación de S., todas las habitaciones”), o la definitiva falla familiar causada por La mujer helada (“2021: era el único modo de provocar, si no la ruptura, al menos el acontecimiento que cambiaría la situación conyugal y volver a ser yo misma”).  

Con textos afilados, perfilando la piel y la carne con una hoja quirúrgica, ofreciendo esa escritura tan suya “como un cuchillo”, este Fotodiario es también la plasmación de sus titubeos respecto a la escritura (“2013: la conciencia de mi indignidad literaria me invade cada vez más”) pese a su inequívoca vocación literaria (“2000: ser escritora no era un sueño, era una voluntad”). Y fiel también a ese otro cuchillo que es la máxima de vengar a su raza, las imágenes de Estocolmo en 2022, tras la concesión del Premio Nobel de Literatura (en cuyo discurso haría hincapié en este auto-precepto), se acompañan con entradas sobre el patriarcado (“3 de noviembre de 2022: “Ellos” me han dado el Premio Nobel”) o la composición del parlamento sueco (“5 de diciembre de 2022: No olvido que el país se ha pasado a una derecha bastante extrema, como Italia”).  

Tanto Annie Ernaux como Esteban Feune de Colombi realizan un ejercicio exploratorio íntimo de cartografía literaria (por la propia naturaleza del diario en un caso y por la elección de los fragmentos en el otro, ¿no es la selección una muestra de intimidad?) y proponen un registro descronológico de hechos apuntalados por el valor de la palabra en una libre asociación de textos que conforman dos relatos (éticos y estéticos) que pueden leerse tal cual están propuestos o picoteando desde la curiosidad y el desorden.  

Diarios expandidos, diarios “desplazados”, evocación política y arqueología de un yo que no es sólo uno (366 en Feliz diario, en relación con la colectividad -lo que Jean-Paul Sartre denominaba “singular universal”– en Escribir la vida). Los diarios como medición de la densidad vital, como brújula del tiempo desaparecido, como rastreo de experimentación funambulista. Los diarios como goldberguianas variaciones, como permutaciones encadenadas y como puzle conversacional de felicidad lectora. 

Coda 1: En las citas de Feliz diario no he incluido la autoría de las entradas en coherencia con la propuesta de Feune de Colombi. 

Coda 2: Todos los libros mencionados de Annie Ernaux están publicados por Cabaret Voltaire excepto Regreso a Yvetot (Krk, 2020).