Juan Mayorga: "El teatro es un extraordinario depósito de experiencia"

21.05.2014

Juan Mayorga: "El teatro es un extraordinario depósito de experiencia"

Publicado en Vozpópuli

Entrevista  de Karina Sainz Borgo a Juan Mayorga en Vozpópuli

De pequeño, su padre leía en voz alta mientras él jugaba a las chapas en el salón. Fue allí donde descubrió que las palabras eran capaces de despertar mundos en quienes las escuchan; que con ellas es posible levantar un territorio y una geografía. Hoy, a sus 49, a Juan Mayorga le sujeta ese mismo vínculo. Porque en el teatro, las palabras no pueden andarse por las ramas. Deben ser justas, precisas, milimétricas y de eso él sí que sabe. Doctor en Filosofía y matemático, Mayorga es uno de los dramaturgos españoles más prolíficos y premiados.

Hizo una sátira de la boda de la hija de Aznar en 2003, justo en los años en que la foto de las Azores daba la vuelta al mundo, se llamó Alejandro y Ana: lo que España no pudo ver del banquete de boda de la hija del presidente; resucitó a una Santa Teresa en un cara a cara con su inquisidor; dio voz y cólera a Copito de nieve –sí, el mono del zoo de Barcelona-, hizo filosofar a cuatro perros y trajo de vuelta a Harriet, la tortuga de Charles Darwin. Dominación, violencia, poder y memoria son temas constantes en una obra que procura ser el sitio de muchos encuentros y que ahora ha sido reeditada por La Uña Rota.

Se trata del volumen Teatro 1989-2014, un tomo que resume 25 años de escritura a través de 20 textos comunicados entre sí con el mimbre de una obra compacta, firme. Mayorga comenzó a ver teatro muy joven, apenas con 16 años, pero no fue hasta el año 2011 cuando comenzó a dirigir; entonces allí su teatro se volvió total, un ejercicio vital completo que este libro ayuda a desentrañar.

Ha sido distinguido con los premios Nacional de Teatro (2007), Valle-Inclán (2009), Ceres (2013), La Barraca (2013), Nacional de Literatura Dramática (2013) así como varios Max al mejor autor (2006, 2008 y 2009) y a la mejor adaptación (2008 y 2013). Su teatro ha sido representado en 31 países y sus obras traducidas a 22 idiomas, además de haber participado en la adaptación de clásicos como Shakespeare, Calderón, Eurípides, Valle-Inclán, Dostoievski, Ibsen o Dürrematt.

-¿Dirigir es una manera de escribir con otros medios?

-Es algo que he descubierto con gozo. Al fin y al cabo el espectador es un lector: entregas unos signos para que interprete y establezca correspondencias. Dirigir es escribir en el espacio y en el tiempo.

-En el epílogo del libro, cuando habla de su padre y su costumbre de leer en voz alta, plantea la idea del teatro como un acto de lectura colectivo. Escuchar se vuelve parte de la experiencia lectora.

-Es cierto que la correspondencia entre espectador y lector es interesante, pero hay que matizarla. En el texto uno se encuentra a solas con el lector, en el hecho teatral el espectador se ríe con otros, a la vez que se ríe contra otros. Es un lector que lee en comunidad, que lee con otros y contra otros. La reacción es parte del espectáculo.

-El teatro histórico de la urgencia es un concepto que usted ha trabajado a lo largo del tiempo. ¿Pero realmente cree que el dramaturgo está obligado a tomar una posición?

-Sobre este hecho conviene decir distintas cosas. Si pensamos en la historia de la literatura dramática, cuando Bertolt Brecht escribió Terror y miseria del Tercer Reich podríamos pensar que hizo lo que tenía que hacer: reaccionar frente a la tormenta que arrasaba a Europa. Pero también los griegos, que en lugar de hablar de la coyuntura se ocupaban de un tiempo mítico. Ellos también hacían lo que debían.

-Pero a usted le incumbe la actualidad, incluso cuando escribe sobre el siglo XVI.

-En una obra como La lengua en pedazos estoy hablando de mi tiempo. El hombre de teatro ha de ser capaz en ciertos momentos de decidir que no sea la coyuntura la que marque su agenda. El gesto de resistencia está en entregar a la gente algo que le sirva para vivir hoy. Creo que si las obras se hacen es porque conectan con las preocupaciones del hombre que habita un tiempo.

-¿Por qué abundan animales como personajes en su obra?

-Mi primer intento con animales fue una versión libre que hice del Coloquio de los perros, de Miguel de Cervantes, una pieza que no está aquí incluida en este volumen. A diferencia de otros que sí, como Últimas palabras de copito de nieve , La tortuga de Darwin, La paz perpetua o Animales nocturnos … En todos esos textos está presente la animalización del ser humano, porque los animales en escena tienen un valor poético a la vez que político.

-Queda muy claro, por ejemplo, en La tortuga de Darwin. Un ser que ha vivido dos siglos y que aparece con el único fin de dar un testimonio de lo que ha visto.

-Los testigos de Auschwitz tardaron en encontrar palabras y quién las escuchase, pero poco fueron imponiéndose como figura, como aquel que tiene la autoridad de haber visto. En La tortuga de Darwin hay eso. Ella evoluciona a golpe de historia; adquiere voz humana; de hecho, es la palabra “no, la que le confiere el habla y lo hace para salvar a una niña en el gueto de Varsovia. Sí, la figura del testigo es importante en mi obra.

-Su tesis doctoral fue sobre Walter Benjamin. La memoria y la recuperación están muy presentes en un autor como él.

-Benjamin es un optimista paradójico. Y aunque no podemos ser del todo optimistas, porque ocurren atrocidades todos los días, sí podemos organizar el pesimismo. Eso es posible incluso en la visión de la historia: el pasado fallido habría de ser la mayor fuente de ocasiones de felicidad. Esto puede educarnos para la derrota o la dominación. No olvidar las terribles formas de humillación de unos hombres sobre otros en el pasado nos advierte sobre nuestras posibilidades de hacer daño. Allí hay un paradójico optimismo. ¿Qué somos si no el relato de lo que hemos sido: lo que el dolor de recordar y la tentación de olvidar? 

-Usted, que además es matemático, ha dicho que en el teatro el lenguaje no debe tener grasa. ¿Acaso puede tener decimales? ¿Qué tan preciso puede llegar a ser?

-Reescribir es tachar. El solo cambio de orden de las palabras puede hacer que una frase tenga más teatralidad y se vuelva más significativa. El teatro es el arte de la palabra pronunciada. Su destino último es el de ser entregado a actores que lo convertirán en palabra pronunciada. La voz es un misterio humano formidable y el teatro se nutre de eso. Se pronuncia la palabra y también se pronuncia el silencio. Y lo que hace la diferencia es aquello que no encaja, lo que está de más; el hecho de una frase tenga o no grasa es una cuestión de decimales.

-En la obra El crítico, su personaje Volodia dice: “Criticar el teatro es criticar la vida. Y la vida está llena de mal teatro. El teatro espera la verdad”. ¿Y usted qué espera?

-Justamente eso: la verdad. Al teatro le debo mucho. Walter Benjamin tenía una frase sobre lo que él llamó la pérdida de cotización de la experiencia. Dice que la capacidad de hacer y transmitir experiencia ha decaído extraordinariamente. Por eso tiene cada día más valor aquellas artes y espacios en donde eso ocurre. Eso es lo que me ha dado el teatro desde que soy un espectador adolescente. Salía de la función con la sensación de que era un poco menos ignorante ante la vida, con más capacidad de compasión y de comprensión. No hay un arte que nos hable tanto sobre la vida como el teatro.

-Y sin embargo, ¿no cree que es una de las artes que más espectadores pierde?

-No lo creo. Soy optimista. Antes sí percibía una cierta atmósfera de tristeza en torno al teatro. Ahora no. Y no me refiero únicamente a España, también a otros lugares. Hay un redescubrimiento del teatro como arte de la reunión y la imaginación, además de ser un extraordinario depósito de experiencia.

"Escribo buscando a otros; ojalá éste sea sitio de muchos encuentros", escribe Juan Mayorga en la nota que inicia este amplio y rico muestrario de su obra. Teatro 1989-2014 es una puerta de acceso perfecta al universo de Mayorga: veinte títulos ordenados cronológicamente, seleccionados por el autor, desde los más antiguos hasta los más recientes, entre los cuales se incluyen tres inéditos. El prólogo ha sido escrito por la ensayista francesa Claire Spooner.