Lector Mal-herido: «Los mejores prólogos no van de nada... Conrad escribe y escribe hasta completar piezas perfectamente literarias»

08.11.2013

Lector Mal-herido: «Los mejores prólogos no van de nada... Conrad escribe y escribe hasta completar piezas perfectamente literarias»

Publicado en Lector Mal-herido

Nos llega la primera reseña de Nota del autor, de Joseph Conrad.

En su crítica, Lector Mal-herido destaca del libro esta frase extraída del prólogo de Azar (véase p.125): «Sería un desafuero indecente negarle al público en general la posesión de una mentalidad crítica». 

Antes de nada, una breve puntualización. Que sepamos, fue Conrad quien se ofreció a la editorial, que le publicó su obra completa, a escribir un prólogo a cada uno de los libros. Poco antes lo había hecho también Henry James. Y Conrad, quien no quiso perder comba, por así decir, se lanzó a realizar la tarea de prologarse. Un esfuerzo que por momentos debió de fatigarlo, a tenor de algunos comentarios que deja escapar en algunos de los prólogos. Ahora bien, entre los prólogos de James y Conrad hay notables diferencias, tal como señaló Grahan Greene en un breve texto crítico recogido en La infancia perdida y otros ensayos (Seix Barral): «Los prefacios de Conrad no son como los de Henry James, una complicada reconstrucción de objetivos técnicos. No son prólogos a los que los novelistas recurrirán con tanta frecuencia como los lectores». 

Dicho esto, os dejamos con la crítica del Lector Mal-herido, a quien le agradecemos que haya archivado el libro en la categoría de imprescindibles:

Nota del autor, de Joseph Conrad

Publicado el 7 de noviembre de 2013

Los prólogos son una cosa escrita para tontos. Un prólogo es siempre innecesario y siempre hay que saltárselo antes de leer lo que anticipa. Hay gente que lee los prólogos y cree que ha entendido algo del mundo, incluso algo del libro. Hay gente, también, que se merece un prólogo ella misma para ahorrársenos a los demás. Qué puta lástima no poder prologar personas y darlas por consabidas. Quizá Facebook no sea más que un prólogo para enunciar que uno no vale la pena.

Joseph Conrad. El caso es que un libro compuesto exclusivamente de prólogos es toda una reivindicación del proemio. Es el único libro donde no puedes saltarte el prólogo sin saltártelo todo. A Conrad lo tuvieron dos o tres años escribiendo putos prólogos a su propia obra. Seguramente hizo algo mal para merecer semejante suplicio.

Alguien editaba todo Conrad y tuvo la idea feliz de encargarle un comentario a cada uno de sus libros; a todos y cada uno. Ahí vemos a Conrad sentado a su mesa políglota tratando de decir algo sobre sus propios libros, algo con sentido a sabiendas de que tanto prologar no podía ser sano. Algunos prólogos son obvios y rectilíneos y van de la trama de la novela y poco más; otros ilustran sobre las fuentes de inspiración de la historia que se contó, normalmente periódicos o cotilleos; otros más aún recuerdan las malas críticas recibidas y todo el preliminar es rencilloso y al rencor; otros, los mejores, no van de nada, porque Conrad, como es lógico, no tiene nada que decir muchas veces de sus propios libros, así que escribe y escribe -sin decir cosa alguna- hasta completar piezas perfectamente literarias.

Muy interesante es la explicación del autor sobre su escritura amadrastrada; o sea, en inglés. No hubo, dice, elección; no se hernió Conrad para aprender el inglés y hacer literatura con esta lengua. De hecho: “de no haber escrito en inglés nunca hubiera escrito una sola palabra.”

También jugoso es el placer que explicita ante el éxito comercial que tuvieron algunos de sus libros; en concreto, Azar, novela que ahora nadie lee: “Lo que ha hecho de éste un libro para mí memorable, dejando al margen el sentimiento natural que uno tiene para con sus propias obras, es la respuesta que provocó. El público en general respondió con generosidad, quizá con mayor generosidad que ante cualquier otro de mis libros, y de la única forma en que puede responder el público en general, es decir, comprando un determinado número de ejemplares.”

El respeto de Conrad por el público lector “en general” queda de manifiesto algunos renglones más abajo: “sería un desafuero indecente negarle al público en general la posesión de una mentalidad crítica.”

Todo está escrito con esta elegancia deliciosamente trasnochada, una prosa señorial y polaca. Ninguno de estos prólogos da ganas de leer el libro, lo que, al cabo, quizá sea lo mejor que se puede decir de ellos.