"Mierda bonita" en la revista Vísperas

08.03.2017

"Mierda bonita" en la revista Vísperas

Publicado en Vísperas

Yaiza Berrocal Guevara en Vísperas

En un escenario vacío un chico habla de espaldas al público. La historia que nos cuenta, con voz neutra y vaciada, es la de un joven con el secreto deseo de ser sodomizado por «cuatro o cinco personas sin saber nada de esas cuatro o cinco personas». Mientras tanto, advertimos un panel en el centro del escenario, sin mayor interés si no fuera porque de él emerge, a través de un agujero que recuerda a los glory holes del cine porno, un pene humano. El pene se yergue y retrae al ritmo del discurso del narrador que, sin pena ni gloria, repasa la vida de un joven brutalmente sodomizado incapaz de retomar su vida tras la materialización de su deseo supremo.

Textos como erecciones: cuerpos traspasados por los flujos de la violencia y la pulsión. Humor(es) oscuro(s). Galerías profundas de las que emerge ingenua, ridículamente, el torrente monstruoso que escapa a las voluntades ilustradas. Esta es la declaración de intenciones que leo en Historia Uno de Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke, puesta recientemente en escena en el Teatro Pradillo de Madrid. Historia Uno es también el texto inaugural de Mierda Bonita (La uÑa Rota, 2015), que reúne todas las piezas escritas por Pablo Gisbert para El Conde de Torrefiel. La declaración se reafirma y multiplica a través de las nueve obras que conforman este libro-artefacto. La posibilidad que desaparece frente al paisaje presenta diez instantáneas de escenas ocurridas en distintas ciudades europeas, con el denominador común de la violencia aplacada; en Observen cómo el cansancio derrota el pensamiento asistimos a dos entrevistas anónimas hiladas por el humor y el desconcierto; La historia del rey vencido por el aburrimiento explora el tema de la precariedad en varias de sus formas; La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento cuenta, a modo de viaje iniciático con cierta carga patética, la escapada de dos amigas a la playa. Morir nunca y Barcelona Madrid son las piezas más breves, dos flashescomprimidos de dos historias alrededor de la intimidad; Guerrilla disecciona un concierto y una conferencia a través del análisis de sus asistentes; Orxata, por último, plantea una serie de situaciones extremas y cotidianas. Organizado en dos partes diferenciadas, Cara A y Cara B, el libro presenta tanto las propuestas escénicas efectivamente llevadas a cabo como aquellas que no lo hicieron. Porque en esta nueva textualidad propuesta, tentativa y materialización son categorías que dejan de ser operativas. Mierda bonita inscribe al lector en el puro proceso: todo, lo dicho y lo no-dicho, lo potencial y lo efectivo, se conjugan en una única experiencia dramática.

Al leer Mierda bonita no puedo dejar de pensar en el libro-máquina de Deleuze, ese nuevo artefacto venido a desmentir todo despotismo significante que comportaría por fin la desestabilización revolucionaria de los discursos oficiales y sus jerarquías. Libros-máquina asentados en el tambalearse, el eterno devenir, abriendo fugas hacia territorios inexplorados. La mezcla de géneros (con orígenes teatrales y literarios, pero también de la danza y la performance ) propone un código nuevo para una nueva experiencia liminal, donde los personajes transitan espacios incómodos, textualidades escorzadas. Es precisamente el uso del lenguaje el elemento que a mi parecer concentra las potencialidades más interesantes de lo propuesto por Gisbert. La del autor es una voz naif, deliberadamente sentimental y simplificadora, plagada de lugares comunes y repeticiones, adjetivos vacuos y nombres agarrados a una materialidad obtusa, que viene a contarnos historias extremas de angustia y desesperación. Sólo con esta combinación es posible evidenciar la violencia que esconde el empobrecimiento del lenguaje en muchas esferas de nuestros días y que acaba conformando nuestra experiencia de la vida cotidiana. El efecto humorístico que consigue este uso tensionado es de una fuerza arrolladora: asistimos a una suerte de mímesis pasada por ácido sulfúrico de nuestro razonamiento complaciente, aquel que estructura la manera de movernos en el mundo.

Mierda bonita resulta lúcida al señalar el ridículo de los discursos oficiales sobre «cómo deben ser las cosas»; no lo es tanto al enfrentarse a ciertos temas de calado político o social, como los fascismos en Europa, la violencia del Estado, las condiciones laborales, la incapacidad de crear comunidad en la sociedad actual o las dificultades para las construcciones identitarias. Cuando el texto trata de abarcar este tipo de asuntos de manera frontal, el uso del lenguaje que antes resultaba subversivo juega ahora en su contra, convirtiendo las reflexiones en menciones que se estancan en el efecto, en el impacto superficial. Parece como si la obra acudiera a temas legitimados, asumidos como importantes o serios para justificarse a sí misma, sin darse cuenta de que es precisamente en el ataque incisivo a lo minúsculo donde reside su fuerza. La estetización del solipsismo y el individualismo contemporáneo funciona por sí misma como dura parodia siempre y cuando se reivindique abiertamente, sin escudarse tras una pátina de transgresión generalista.

Lo que entiende Mierda bonita es que la política, la violencia, se encuentran también, si no sobre todo, en la palabra. Es la palabra la que funda los conflictos del deseo y sus tensiones en relación a los cuerpos, a los trozos de carne que se yerguen y retraen, que traspasan las subjetividades; la perversidad del lenguaje sobre los cuerpos reprimidos es el primer eslabón en la cadena de violencia que se extiende sin fin. Y es ahí donde debemos atender para comprender las consecuencias de los miedos cotidianos que conducen a las existencias cómicas y miserables de unos personajes que, si nos fijamos, se parecen bastante a nosotros.