«En el teatro de Paco Bezerra hay una constante búsqueda de lo incómodo». Daniel Ferrera

03.10.2022

«En el teatro de Paco Bezerra hay una constante búsqueda de lo incómodo». Daniel Ferrera

Publicado en KILLED BY TRAIN: LITERATURA Y ESTUDIOS CULTURALES

El teatro… ¿viene después? un acercamiento a la obra de Paco Bezerra.

 

 

No voy a pretender escribir sobre la obra de Paco Bezerra con imparcialidad, porque quienes me conocen bien saben que me ha fascinado desde siempre. Y tampoco voy a pretender escribir sobre la gestión de espacios públicos sin hacer constar que más de tres años dedicados de lleno a la programación cultural han dado para multitud de anécdotas, alegrías y, cómo no, también desengaños. Por tanto, antes de adentrarse en la lectura de estos párrafos, hibridación de reseña literaria y crónica (de sucesos, por qué no) aderezada con leves destellos de experiencia autobiográfica, el lector debe tener en cuenta estas premisas, que sirven a la vez como anticipo de lo que se va encontrar.

En marzo de este año, Ediciones La Uña Rota publicaba toda la obra de Paco Bezerra, almeriense nacido en mil novecientos setenta y ocho que cuenta en su haber, entre otros, con el Premio Nacional de Literatura Dramática. El volumen, que se acerca a las seiscientas páginas, reúne los once textos escritos por el autor hasta la fecha, algunos de ellos inéditos en nuestro país. Desde «Ventaquemada» a la reinterpretación de las tragedias de Fedra y Edipo, pasando por textos tantas veces (y en tantos países) representados como «El pequeño poni» (tristemente de rabiosa actualidad) o «Grooming», cuya adaptación cinematográfica a cargo de Pablo Maqueda todavía está pendiente de estreno, se observa en la dramaturgia de Bezerra una constante búsqueda, no de la verdad ni de respuestas, sino de la pregunta, lo incómodo, aquello que hace reflexionar al lector/espectador y cuestionarse todo el texto al que acaba de enfrentarse y aquello que plantea, volviéndose molesto, incómodo, como un zumbido imperceptible en las primeras líneas que va intensificándose hasta volverse ensordecedor.

Desde la protagonista ausente de «Ventaquemada», los personajes de Bezerra se desenvuelven por un mundo en el que la realidad queda tocada por destellos oníricos, fogonazos de irrealidad que, quizás, únicamente no estén presentes en «La escuela de la desobediencia». Las presencias fantasmales en «Dentro de la tierra», el giro final en «Grooming», la sombra en «El señor Ye ama los dragones» o el retrato del niño y esa estancia cambiante en «El pequeño poni» van configurando una imaginería propia que cristaliza y podemos observar de forma más nítida según avanzamos hacia la lectura de sus textos más recientes.

De esta forma, la ruptura de la cuarta pared en la intervención final de la mujer en «Lulú», que interpela directamente al espectador adquiriendo voz de narrador, y la revisitación de las tragedias de Fedra y Edipo, con la reapropiación de elementos del teatro clásico griego, conducen al lector hasta un último personaje, Teresa, que, a través de un monólogo, resume su vida (la de antes de morir y ser santificada y la de después de recuperar las reliquias dispersas de su cuerpo y volver a encarnarlo en el Madrid actual) al puro estilo stand up. «Muero porque no muero (La vida doble de Teresa)», XXX Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela, es el texto que cierra el volumen, terminado durante los meses de confinamiento, y se presenta al lector con la leyenda «A fecha de esta edición, aún sin estrenar».

Durante la lectura de «Velocidad Mínima. El teatro viene después», título bajo el que se engloban los onces textos de Paco Bezerra, fui anotando frases con la intención de citarlas en el presente artículo, pues muchas parecían vaticinar lo que iba a ocurrir con este último texto dedicado a la vida de la santa. Pero, tras poner en orden las notas (y las ideas), me parece más apropiado dejar que sea el lector (o el espectador) el que se acerque directamente a las palabras de Bezerra sin ningún intermediario. Por tanto, únicamente destacaré el concepto de libertad sobre el que vuelve una y otra vez en «Muero porque no muero» (pero el concepto de libertad real, no esa palabra tan manida utilizada con fines electoralistas hasta el desgaste, pero completamente alejada de su verdadero significado) y la pregunta con la que el autor cierra el prólogo, en referencia también a esta obra: «cuánto de bueno hay en todo lo malo que nos ocurre».

Porque «Muero porque no muero (La vida doble de Teresa)» es un texto que, según el mismo Bezerra explica, ha pasado más de un lustro en barbecho. Escrito inicialmente por encargo, con un acuerdo económico que no terminaba de llegar y una nueva propuesta que quedó en nada, con la aparición y posterior desaparición de un personaje que bien podría formar parte de su obra, resultaría finalmente premiado e incluido en la programación de los Teatros del Canal dentro del «PROSPERO – Extended Theatre», ambicioso proyecto de cooperación teatral entre diez entidades culturales de nueve países de la Unión Europea. ¿O… no?

Con un coste repartido entre Bitó Producciones y Teatros del Canal, el proyecto «PROSPERO» se encargaría de aportar el 50 % del total asignado a los teatros para llevar a cabo la producción que, tras pasar por Madrid, iniciaría la gira europea. Pero el 8 de julio, a tres días de anunciarse la programación para la temporada 2022-2023, el autor anunciaba en su cuenta de Instagram la cancelación del espectáculo «debido a un recorte presupuestario de última hora», junto a la negativa de «reubicarlo en la siguiente temporada». Del mismo modo que Teresa había quedado atrapada en los papeles de Bezerra durante más de cinco años antes de ver la luz, «Muero porque no muero (La vida doble de Teresa)» quedaba fuera de la programación, perdiendo la ayuda a la producción, la gira europea y la grabación y emisión del montaje en la cadena francesa ARTE. Un proyecto seleccionado por unanimidad no podría llevarse a cabo debido a razones económicas. ¿O… no?

Porque, teniendo en cuenta que la mitad del importe que debía aportarse desde los Teatros del Canal, dependientes de la Comunidad de Madrid, iba a correr a cargo de «PROSPERO», suprimir precisamente esta obra de la programación no parece la decisión más inteligente en términos económicos. Esa libertad por la que clama Teresa en el texto de Bezerra, esa reivindicación de la figura del escritor y, más concretamente, de la escritora española, esa dualidad de la carne recompuesta de la santa, reconvertida en drogadicta y prostituta por la pluma del almeriense, choca frontalmente contra un muro de burocracia y decisiones difícilmente justificables únicamente en términos económicos. La analogía que plantea en su monólogo Teresa entre las drogas y la cultura, y esa persecución a la que las someten aquellos que nos gobiernan, parece saltar de las páginas del libro a la realidad, entendiendo por realidad el mundo físico en el que habitamos, y la santa ficcionada parece enfrentarse a una censura a la que ya se había sometido a los textos de la santa original. Porque ¿es ciertamente un problema económico el que impide que se lleve a cabo la producción del texto de Bezerra esta temporada o se trata de una decisión que nada tiene que ver con el coste? Si este año no puede programarse, ¿qué impide planear la temporada siguiente de forma que el texto pueda ser mostrado sobre las tablas? Y, si no hablamos de cuestiones presupuestarias, ¿nos encontramos ante un caso de censura?

Escribe J. M. Coetzee en sus ensayos sobre la censura, publicados por primera vez en 1996, que esta tiene su origen en la intención del censor de actuar movido por el interés de la comunidad. Por tanto, si nos encontramos ante la censura de un espectáculo teatral (derivada de esa vida doble de la santa a la que hace referencia el título), el objetivo último de eliminarlo de la programación es mantener intacta la virtud del (hipotético) espectador «puro» frente a la «perversión» que se le mostraría sobre las tablas. Pero, del mismo modo que explica este supuesto interés del censor, Coetzee realiza una interesante analogía al compararlo con un hombre que trata de impedir que el pene se le ponga erecto. La supuesta ofensa de la que quiere librar a la comunidad no es tal o, al menos, no lo es para esa comunidad que quiere proteger sino para el censor mismo. De esta forma, como si de unos textos oraculares se tratasen, el monólogo de Teresa vaticina ya en sí mismo esa persecución a la política de la clase gobernante. Porque, tratándose de un espacio de titularidad pública, la aceptación final de la programación corre a cargo de la Comunidad de Madrid.

Tras el periplo del propio texto (similar al de la santa en la reconstrucción de su cuerpo), «Muero porque no muero» se queda de nuevo en barbecho después de recibir otro golpe (con el que no puedo evitar establecer una analogía con la llegada de la reconstruida Teresa a Madrid). Antes del éxito posterior de la protagonista (mismo éxito al que está abocado el texto de Bezerra, de eso no me cabe ninguna duda), es este golpe el que redirige la historia para dotarla de interés. Por tanto, y en relación a la pregunta que planteaba el autor en las páginas iniciales del libro, «cuánto de bueno hay en todo lo malo que nos ocurre», ¿puede extraerse algo positivo de la situación actual?

Más allá de la relevancia que pueda haber adquirido la noticia en medios y la difusión que haya tenido a través de las redes, si una cosa puede destacarse de este caso es lo mediático del mismo y del autor, cuya obra es reconocida a escala internacional. Y ¿por qué es esto importante? Pues por la simple razón de que, si el texto de un Premio Nacional de Literatura Dramática puede retirarse de la programación de un espacio público, ¿qué no sucede con textos y compañías menos conocidos?

Como gestor cultural que ha trabajado en la programación pública de ámbito local, puedo arrojar algo de luz sobre esta cuestión. En primer lugar, más allá de lo mediático del caso de la Teresa de Bezerra, resulta necesario destacar que, antes de empezar a negociar con una productora, distribuidora o compañía, la elección de los espectáculos a programar, si bien suelen partir de la iniciativa del gestor, deben contar con el beneplácito del responsable político de turno; por tanto, antes incluso de poder llegar al punto de cancelarse, un primer escollo al que se enfrenta cualquier obra es esa primera aprobación. Llegados a este punto, el gestor debe preparar la retención de crédito para que el correspondiente órgano de gobierno apruebe de forma oficial el gasto, procediendo a la firma del contrato por parte de la administración. Pero, ¿qué pasa cuando la política se inmiscuye en la gestión y el criterio de programación deja de ser artístico? La opción más sencilla, en caso del personal funcionario, es esperar a que pase el temporal (es decir, la legislatura), cruzando los dedos para que el nuevo equipo de gobierno no se inmiscuya de esa forma en su trabajo como programador; en caso de tratarse de personal laboral que haya obtenido su puesto mediante oposición o concurso de méritos, puede también esperar (presa del temor a que su puesto de trabajo pueda peligrar) o tomar la decisión de plantarse y buscar un nuevo proyecto en el que embarcarse (resultaría obvio especificar que, en caso de una adjudicación directa de la plaza, no existe ni tan siquiera el planteamiento de tal capacidad de decisión).

Por tanto, una censura de carácter menos obvio se va filtrando entre la programación de los distintos espacios públicos del territorio nacional, fácilmente identificables al observar cambios bruscos en la programación cada vez que se producen modificaciones en la composición de los distintos gobiernos y de los equipos de profesionales que se dedican al ámbito de la cultura.

El caso de la particular santa Teresa a la que da voz Paco Bezerra sirve para poner sobre la mesa la necesidad de establecer nuevos mecanismos en las políticas culturales para evitar injerencias de cualquier tipo, garantizar el acceso a la cultura a toda la ciudadanía y promover la transparencia tanto en la composición de los equipos de programación como en la adjudicación de los presupuestos culturales, ya de por sí bastante escasos. Esa «Velocidad mínima» que titula al compendio de obras del almeriense y que hace referencia a la velocidad más lenta a la que debe ir un vehículo por las diferentes vías para no suponer un peligro para la circulación, no puede ralentizarse en el ámbito cultural, ni mucho menos convertirse en retroceso. Como afirma también el título, tras el texto, obra principal del dramaturgo, viene el teatro. Pero ese «después» no puede quedar cercenado y eternizado por decisiones que nada tienen que ver con el mismo ni con la cultura. En el caso de Paco Bezerra, está claro que el teatro vendrá después, porque su obra continuará representándose y él seguirá siendo un referente de la dramaturgia contemporánea de nuestro país. Pero el caso de «Muero porque no muero (La vida doble de Teresa)» debe servir para replantear una realidad a la que se enfrentan compañías de toda índole en nuestro país, fomentar la responsabilidad de las personas dedicadas a la gestión cultural y reconquistar unos espacios públicos que, como su propio nombre indican, pertenecen al pueblo.