«'Finlandia': cómo algunos tíos de izquierdas se resisten al feminismo», por Marta García Miranda
«'Finlandia': cómo algunos tíos de izquierdas se resisten al feminismo», por Marta García Miranda
'Finlandia': cómo algunos tíos de izquierdas
se resisten al feminismo
Los actores Irene Escolar e Israel Elejalde estrenan en La Abadía el nuevo y apabullante montaje de Pascal Rambert escrito expresamente para ellos dos.
—Estaba pensando en que ser hombre, un hombre joven, en estos tiempos, no debe ser fácil.
—¿Por qué? ¿Porque ya no podemos acosar a las chicas?
—¡No! Bueno, sí, no sé, el mundo de ahora, en realidad, es demasiado castrante.
—Vamos, que estamos jodidos.
—Sí. Salvo que seas bombero o algo así, parece que todos los chicos, de mayores, quieren ser el héroe de la historia y, al final, tienes suerte de no ser el malo.
—¿Es porque mamá gana más que tú?
En un hotel de Helsinki, muy lejos de ese resort en Hawái donde transcurre la escena (fantaseamos, claro), una pareja les da la réplica a esos dos hombres. La habitación recuerda a un dormitorio de Ikea. La temperatura exterior es de 10 grados bajo cero. Ella se llama Irene, va vestida con camiseta y pantalón corto de pijama. Él es Israel y lleva una camisa de verano, con palmeras, como si también fuera huésped de aquel primer hotelazo. El reloj digital de la mesilla marca las cuatro de la madrugada y llevan toda la noche discutiendo y gritándose cosas como estas:
—Yo hago el papel de amo de casa, aunque yo también trabajo, y yo también tengo una carga mental enorme porque no soy el que trae el sueldazo de la película china. Yo soy el que sigue subsistiendo, el que sigue creyendo en lo mismo que creía con 20 años, salvo que creer ahora en lo que creías con 20 años hace reír a todo el mundo, a ti la primera, gilipollas.
—Eres un estalinista, un viejo estalinista que no entiende el mundo en el que vive y quiere, por frustración, destruirlo todo. Sois cientos de miles en este país, de izquierda, de extrema izquierda, de derechas o de extrema derecha, descerebrados que ya no entienden nada y sueñan con volver a vivir en un mundo que ya ha desaparecido.
Irene es Irene Escolar, Israel es Israel Elejalde. Ambos protagonizan ‘Finlandia’, la nueva obra del director y dramaturgo francés Pascal Rambert, que por primera vez escribe expresamente para dos actores españoles en esta coproducción del Teatro de La Abadía y Kamikaze Producciones. ‘Finlandia’ es una historia de ruptura y violencia entre dos visiones diferentes del mundo, entre dos personas que antes se quisieron y ahora se destrozan para conseguir la custodia de su hija de nueve años. Irene es hija de buena familia, una actriz que trabaja en una superproducción internacional, una mujer que duerme en su habitación de hotel, horas antes de rodar, cuando llega sin avisar el padre de su hija, que se ha hecho en coche los 4.000 kilómetros que separan Madrid de Helsinki cargando, en el maletero, con su furia, una ideología de izquierdas caducada y una carrera de actor que se resiste al dinero y la fama que dan lo comercial. La niña duerme en la habitación contigua y los escuchará discutir durante horas.
Cuando la izquierda ya no te sirve
‘Finlandia’ eleva a terrorismo afectivo la devastación emocional que sufrían los personajes de 'La clausura del amor', el primer montaje que Rambert estrenó en España, en 2015, en el que Israel Elejalde y Bárbara Lennie daban vida a una pareja que se rompía a embestidas en un escenario convertido en ring. Si entonces Bárbara decía que “el amor es un cadáver”, Irene se cuestiona ahora lo que supone “amar al monstruo”. Si cuando Rambert escribió 'La clausura del amor' el movimiento MeToo no había marcado aún un punto de inflexión en el feminismo y en la manera de identificar y entender la violencia en nuestros vínculos, ahora el director construye unos personajes que representan dos mundos enfrentados. Irene es una de esas mujeres que se ha transformado, que se ha hecho preguntas y ha modificado su mirada. Una mujer que, a ojos de Israel, se ha convertido en “una sermoneadora, una musa de la causa feminista, una chica llena de rabia y venganza que dispara a todo lo que tiene barba y polla”. Mientras, Israel es un tipo roto que boquea, un hombre desesperado y lleno de ira que confiaba en que esa vieja izquierda en la que sigue creyendo le permitiría entender un mundo y una mujer, la suya, que han cambiado. Uno de esos hombres, dice su exmujer, que votan “a los extremistas, a los que prometen que el país volverá a ser como era, que las mujeres volverán a ser lo que eran”.
Dice Rambert que, mientras 'La clausura…' era “romántica”, 'Finlandia' es “un desierto afectivo”. Y en ese desierto a temperaturas bajo cero, ese hombre anuncia una guerra en la que utilizará “todas las armas reaccionarias” a su alcance para arrancar a su hija de su madre y convertirse “en el peor exmarido, en un cabronazo”. ¿Y qué hace ella? Se defiende. Y ataca. Y es cruel. Y se convierte, a ratos y como él, en un monstruo. Y esa decisión, que no es inocente y que Pascal Rambert justifica por nuestra naturaleza de seres contradictorios y en conflicto, difumina la frontera entre víctima y victimario, entre maltratada y maltratador. Pero, mientras él roza el patetismo de quien pelea sabiéndose noqueado, ella es una de esas mujeres que, a pesar del dolor, defiende con firmeza que ya no hay vuelta atrás.
Dice Rambert, en una conversación con este diario, que ha escrito “sobre la violencia humana en esos momentos en que la razón desaparece”, que no quiere hablar “de nada en particular” ni quiere transmitir “un mensaje concreto”, que cuando escribe no sabe qué va a escribir, que se vacía y se deja llevar por Israel e Irene, por su energía. Dice que hace unos días descubrió que ‘Finlandia’ habla acerca de “qué hacen los adultos a los niños y qué le hacen los adultos a su propio niño interior”. Dice que, si afirma “que Finlandia es una obra feminista, 'it’s boring' [es aburrido], yo no hago eso. Eso se lo dejo a los demás. A los demás les gusta hacer obras temáticas. Mi único tema es el lenguaje y esto es un combate lingüístico que muestra a personas con preocupaciones distintas, contradictorias consigo mismas. Él parece una especie de gilipollas horrible, pero es un hombre que intenta aferrarse, que intenta entender lo que está pasando en el mundo y en su pareja. Ella ha llegado a un estado de conciencia de lo que significa luchar y la idea que él tiene de la lucha es aquella de la izquierda de antes, la vieja izquierda".
Dice también Rambert que “el neofeminismo está deconstruyendo el antiguo mundo”, y por neofeminismo entiende “ese feminismo opuesto a Simone de Beauvoir, un movimiento que en Francia es extremadamente fuerte contra el feminismo de los años cincuenta, sesenta y setenta, las chicas que hoy tienen 20 años no se parecen en nada a las que luchaban entonces, hay un abismo entre ellas. Y creo que en España pasa igual”.
Gente 'cool'
La ruptura, la intimidad y el lenguaje son las tres claves que se repiten en cuatro de las cinco obras que Rambert ha estrenado hasta la fecha en España. El dramaturgo coloca a sus personajes en ese lugar en el que los vínculos saltan por los aires, se rompen y se destrozan causando el mayor daño posible: en una pareja (‘La clausura del amor’ y ‘Finlandia’), entre dos hermanas (‘Hermanas’) y entre los miembros de una compañía (‘Ensayo’). Esa ruptura se escenifica siempre en un espacio de intimidad, en el que los personajes están solos —en una habitación de hotel, una sala de ensayos o una sala de conferencias— y se hablan como si el lenguaje fuera un campo de batalla y se gritan como si defendieran su territorio con un cuchillo entre los dientes. Nadie les observa, a excepción del espectador, a quien Rambert convierte en un mirón, en alguien que asiste fascinado a un espectáculo dialéctico tan violento como las broncas que vemos en algunos programas de televisión.
Pascal Rambert escribe como si vomitara el texto, un texto que es orgánico e intelectual al mismo tiempo, un texto con momentos de altura poética y otros más pegados a la calle. El dramaturgo, que suele hacer hablar a sus personajes a través de monólogos, abre aquí el enfrentamiento verbal a un diálogo compuesto por muchos monólogos, lo que le permite acelerar el ritmo unas veces y pausarlo otras, fundamentalmente para que descansen sus intérpretes y el público no colapse. Los personajes de ‘Finlandia’, que también son actores, viven en Lavapiés, tienen sensibilidad, conciencia política y buena educación. No sabemos si llegan justos a fin de mes, pero nos parecen gente 'cool'. ¿Hay algún problema en ello? Ninguno, pero su fórmula —la ruptura asociada al mismo tipo de personajes— muestra signos de agotamiento. El texto de Rambert, traducido por Coto Adánez, está publicado por La Uña Rota.
¿Dos monstruos o dos víctimas?
Rambert crea un personaje de maltratador psicológico, un tipo que se apropia del relato feminista cuando reprocha a su pareja que es él quien lleva la carga mental mientras ella, dice, no sabe ni ocuparse de su hija ni freír un huevo o cuando le reprocha que le ha “silenciado”, que le ha “invisibilizado”. Es uno de esos hombres que va “de tío guay, de artista comprometido, el tipo de tío del que las chicas dicen él no es como esos pobres tíos supermachitos”, un purista que no se ha traicionado ni vendido en su trabajo como actor, un hombre con rencor de clase y una familia más modesta que la de su mujer. Alguien que llora cuando habla de su hija y cómo la concibieron en un hotel italiano, una hija que su exmujer se ha llevado con ella a Helsinki. Sabemos que este hombre ha invadido con violencia un espacio que no era suyo, pero, ¿quién no siente empatía por un señor que muestra su fragilidad, que llora, que se ocupa de todo en casa, que no se ha vendido al capital y al que le gustaría ser un aliado pero no puede o no sabe hacerlo?
Ella ha descubierto el feminismo (“una feminista de palo”, la llama Israel) y también que está harta del control, las amenazas y las humillaciones de su pareja. Le llama inútil, fracasado, fascista, “aquel con quien llega el infierno”, un tipo que ha pasado de ser un seductor a “echar tripa en la cabeza”. Es ella quien le pide (muchas veces) que se vaya, quien tiembla de miedo. Es él quien dice que su mujer y su hija son suyas, y es ella quien reivindica que es dueña de su cuerpo y hace con él lo que le viene en gana. Es él quien la empuja sobre la cama, pero es ella quien le agrede con la punta de un sacacorchos y le hiere en un brazo (y hay sangre). ¿Quién no va a sentir empatía por una mujer maltratada que se defiende de su maltratador? ¿Quién no va a entender a una mujer maltratada que pierde el control?
El fin del Imperio
Pascal Rambert ataca y defiende a sus personajes al mismo tiempo y eso, aunque manda un mensaje en contra de los discursos reduccionistas o maniqueos, puede provocar en el espectador varias reacciones. Una, que empatice con él, con ella, o con ambos. Dos, que no sepa bien qué quiere contar Rambert con esta pieza: cómo el feminismo no nos salva de ser también unos monstruos o cómo los hombres (los de izquierdas) no están deconstruyéndose como nos gustaría (a nosotras y a ellos).
Irene Escolar construye un personaje poderoso que se come el escenario e Israel Elejalde encarna con inteligencia a un tipo que es, a la vez, un maltratador y un perdedor. Ambos actores asumen la complejidad de la obra con entrega física y emocional, pasión y mucho oficio, como si hicieran suyas las contradicciones de sus personajes, como si esos personajes hubieran incorporado las preguntas que ambos se hacen cuando se bajan del escenario. Preguntas que comparten con este diario y que cierran este texto, como si también fueran monólogos de ‘Finlandia’:
Irene Escolar. ¿Qué ocurre en una relación tóxica o de maltrato psicológico? En este caso, el enloquecimiento es muy grande y no es aleatorio que ella también se acabe convirtiendo en un monstruo. Pero es él el que está invadiendo su espacio.
Israel Elejalde. Yo creo que la agresión sí queda clara. Él invade su espacio y ella no le puede echar, físicamente no puedes echar a un hombre porque es más grande que tú. Pero, a la vez, es ella quien le corta la conexión con su hija y eso puede ser justificable o no, no lo sabemos. Y, además, los dos cuentan historias y uno no sabe cuánto de lo que cuentan es verdad porque hay dos versiones.
Irene. Cuando leí el texto me asustó pensar no solo en la dificultad interpretativa tan tremenda de una función como esta, sino en el posicionamiento, en la lectura. Es muy difícil y tuvimos muchas conversaciones todos juntos en París, en las que pusimos sobre la mesa qué estábamos contando. Él (Pascal Rambert) nunca te va a responder, ni siquiera a nosotros nos responde nada. Y luego le das las gracias porque está en el texto y lo acabas encontrando tú.
Israel. Creo que vivimos en un mundo absolutamente politizado y polarizado, donde se acusa a todo el mundo y todo el rato de sus contradicciones y donde una persona que es abanderada de algo es acusada inmediatamente de lo contrario. Un ejemplo: Oriol Junqueras es acusado de traidor por gente que está en su casa tomando café tranquilamente mientras él ha pasado tres años en la cárcel. Creo que la obra habla principalmente de un tema que a mí me interesa mucho y es que no estamos a salvo, nadie está a salvo de las contradicciones. Yo sí creo que él es el que llega allí y creo que él provoca determinadas cosas en ella, pero ella también hace determinadas cosas.
Irene. A mí, una de las cosas que más me inquietaban era parecer una loca. Eso lo dije yo, fíjate, mujer y feminista, pero yo me juzgo a mí misma porque, aun habiendo visto violencia, intento ser políticamente correcta y que eso (la locura) no se vea porque, cómo va a llegar una mujer a ese extremo. Me asustaba eso, pero me parece valiente porque es una realidad y tienes que asumir que eso pueda ocurrir. Además, hay algo muy sagrado en el dolor y en lo que haces con ese dolor en la intimidad.
Israel. Lo que la obra retrata muy bien es la decadencia y destrucción de un imperio, porque el patriarcado ha sido el gran imperio de toda la historia, ha estado a lo largo de los siglos en todos los territorios del mundo y esto está cambiando, pero los cambios producen luchas y, en esos cambios que producen luchas, hay víctimas de diferentes estados. Yo no quiero ser mi personaje. Yo no quiero ser ese hombre y creo que cualquier hombre en su sano juicio no querrá ser mi personaje. Esta es la historia de una mujer que se ha transformado y de un hombre que es incapaz de aceptarlo. Ahora bien, ¿no podemos tener piedad por él? ¿No existe la piedad por ese hombre que está perdiendo cosas y no tiene las herramientas para agarrarse a la vida y sufre, no existe eso? ¿Esto es una película de buenos y malos? ¿En una separación hay siempre un bueno y un malo?
Irene. Sí, sí, pero también te digo que él tiene una responsabilidad, este hombre tiene la responsabilidad de no victimizarse constantemente y de querer aceptar los cambios que están ocurriendo y, por lo tanto, replantearse su propia existencia.
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*‘Finlandia’. Texto y dirección: Pascal Rambert. Intérpretes: Irene Escolar e Israel Elejalde. En el Teatro de La Abadía de Madrid hasta el 23 de octubre. Gira a partir de noviembre: Santurce, Logroño, Vitoria, Pamplona, Alicante, Valencia, Ourense, Sevilla...
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Fotografía: 'Finlandia' (Vanessa Rabade)