«Leningrado fueron (casi solo) ellas». El Mundo entrevista a Perlina y Simmons

26.12.2014

«Leningrado fueron (casi solo) ellas». El Mundo entrevista a Perlina y Simmons

Publicado en EL MUNDO

HISTORIA El infierno de los '900 días'

Leningrado fueron (casi solo) ellas

·El libro 'Escritos de mujeres desde el sitio de Leningrado' recoge los testimonios femeninos del asedio más cruel de la Segunda Guerra Mundial

E. VASCONCELLOS

 

El 29 de agosto partió el último tren de evacuación. El 8 de septiembre, los alemanes completaron el cerco y bombardearon la antigua capital de los zares, incluido su principal almacén de comida. Tres millones de personas, en su mayoría mujeres y niños, quedaron atrapadas. Y los 871 días siguientes empezaron a rodar cuesta abajo. El frío (hasta 40ºC bajo cero), la falta de alimentos y el fuego enemigo fulminaron a la mitad de la población durante los ocho primeros meses. La septuagenaria A. P. Ostroúmova escribiría en marzo de 1942: "En toda esta fantasmagoría mundial, siento una especie de romanticismo satánico y, además, la grandiosidad, el impulso precipitado hacia la muerte y la destrucción".

Cynthia Simmons y Nina Perlina, profesoras de Estudios y Literatura Eslava, recopilaron hace más de una década los testimonios de 30 mujeres de todas las edades, clases sociales e ideología que sufrieron el asedio. Un ejercicio de justicia histórica y una revisión del relato oficial difundido por la URSS que acaba de publicarse en español: 'Escritos de mujeres desde el sitio de Leningrado' (La Uña Rota).

Las narraciones recogidas demuestran que no fue el patriotismo lo que mantuvo la ciudad a flote, sino la obstinación de las 'blokádnitsy': madres, hijas, esposas, obreras y combatientes demasiado ocupadas para dejarse extinguir. Buscaban comida, cavaban trincheras, fabricaban municiones, luchaban contra el absurdo en los hospitales. "El reconocimiento de las contribuciones y sacrificios de las mujeres en las guerras mundiales ha sido insuficiente", sostienen las autoras. "Esta negligencia no es solo un fenómeno de Rusia, pero fue en la URSS donde las mujeres, sobre todo en la Segunda Guerra Mundial, desarrollaron funciones de combate a un nivel sin precedentes".

Excepto el personal político y militar indispensable, casi todos los hombres sanos menores de 55 años habían sido enviados al frente, o al gulag durante las purgas políticas, como recuerdan algunos diarios: "Durante 23 años todos hemos estado en el corredor de la muerte, pero ahora ha llegado la era de la apoteosis final. Un final nada glorioso". No opinaban lo mismo camaradas como M. V. Kropachova, una profesora de Historia y miembro del Partido convencida de que "el orden revolucionario osado y honesto de Stalin" los llevaría a la victoria.

Pero las ideas enmudecían frente al hambre, un látigo que no azotó a todas por igual. Mientras unas recibían ridículas raciones de pan verdoso adulterado con serrín, otras -empleadas en panificadoras y comedores para niños- paseaban su "rolliza" figura en los baños públicos. La gente se alimentaba de hierba, pegamento y correas de cuero. "Ya no quedan gatos ni pájaros ni perros en la ciudad. Se los han comido todos", respondía K. M. Matus al hombre que le pedía "un gatito" a cambio de arreglar su oboe. Las alucinaciones provocadas por la inanición llevaron a la tía de N. Vladímirovna, por entonces una niña, a expirar gritando: "¡Vino, vino, carne!".

Los muertos se amontonaban en las calles, y no era un secreto que muchos tenían los glúteos rebanados. Unas 2.000 personas fueron detenidas por canibalismo o tráfico de cadáveres.

Cynthia Simmons destaca el testimonio de una joven bailarina que vio cómo una banda de músicos de la Marina se fue consumiendo en un apartamento sin calefacción. De vez en cuando tocaban "un fragmento de alguna marcha inspiradora y patriótica de su repertorio", hasta que los instrumentos se apagaron. Una mañana atrozmente helada, dos de ellos cargaron el cadáver de un tercero en un trineo de niños y lo arrastraron "en un intento por darle un entierro decente". "Su defensa fue estética, y eso también era coraje", señala.

A través de "los retratos de sí mismas, de sus amigos y compañeros de armas" las 'blokádnitsy' capturaron "el alma inmortal, el 'spiritus mundi' de su querida ciudad", resume Nina Perlina. Una ciudad que fue un averno; un fundido a negro sin combustible, transporte ni electricidad en el que, a pesar de todo, pocos desearon rendirse.

El 18 de enero de 1943 los soviéticos rompieron el cerco alemán. El asedio se prolongaría hasta el año siguiente, pero la brecha permitió abastecer Leningrado y recuperar el aliento. Para entonces se habían hecho carne los versos premonitorios que Anna Ajmátova había dedicado a la muerte años atrás:

Vendrás de todos modos. ¿Por qué no ahora?

Cuánto he esperado. Vienen los malos tiempos.

He apagado la luz y abierto la puerta

para ti, porque eres mágica y sencilla.

Asume, por tanto, la forma que más te plazca...

 

La carretera de la vida
Los alemanes cercaron la ciudad por el sur; los finlandeses, por el norte. Al oeste quedaba el golfo de Finlandia; al este, el Ladoga: un enorme lago que frustraba la huida hacia el continente. Solo un estrecho corredor unía la actual San Petersburgo con el resto de Rusia: la 'Carretera de la Vida', un cordón umbilical que discurría muy cerca del frente (por tierra o por el río Nevá) y una línea ferroviaria improvisada sobre el lago cuando se helaba en invierno. Esta vía posibilitó el transporte de víveres y la evacuación de personas, pero de forma limitada y peligrosa.