Decálogo a propósito de «El centro del mundo», por Elisa McCausland

30.04.2014

Decálogo a propósito de «El centro del mundo», por Elisa McCausland

Publicado en Periódico Diagonal

 

Decálogo a propósito de El centro del mundo (La uña rota, 2014), última trilogía de la dramaturga Angélica Liddell compuesta por las obras ‘Maldito sea el hombre que confía en el hombre’, ‘Ping Pang Qiu’ y ‘Todo el cielo sobre la tierra (El síndrome de Wendy)’.

 

I. Los libros de Angélica Liddell están escritos para ser leídos en voz alta. Da igual si fuera alguien escucha. Leer en voz alta los textos de Angélica Liddell es una necesidad para aquel que se nutre del pensamiento que duele, del pensamiento que ahoga y hiere. Ese pensamiento que nace de “lo oscuro”, de la soledad más absoluta. De encontrarse el lector consigo mismo, con El centro del mundo entre sus manos, y saber que no es sólo un lugar, tampoco un viaje. Este libro, como tantos otros, es un espejo de mano; mirarse en él supone un verdadero reto, suicida y honesto.

II. Importantes galardones avalan el “teatro de resistencia” de Angélica Liddell. Ella, sin embargo, ha asegurado a la prensa en repetidas ocasiones no hacer “puto teatro”. Ella, en escena, brama. Es fuerza de la naturaleza, voluntad extrema en acción. Ella, en escena, miente. Sobre­vive, como hacemos todos, “al aburrimiento de la diversión, al tedio de la hipocresía”, pues sabe lo que implica el pacto social: “En la mesa de bodas la hipocresía es tan necesaria que podemos seguir hablando incluso con un tiro en la cabeza”.

III. Sobre el papel, lo escrito por Angélica Liddell puede pala­dearse. Hay oportunidad de diálogo, entre sus ideas y las del lector. Hay tiempo para calcular la velocidad del mordisco, de la bofetada. Hay distancia para pensar en abrazar al bufón o insistir en despreciarle. Recuerda Liddell en el ensayo que precede a Perro muerto en tintorería: los fuertes(Nórdica, 2008) que “decididamente el bufón nos quiere demostrar que no existe orden social que solucione aquellas cosas que pertenecen estrictamente a la naturaleza humana, la envidia, la mezquindad, la corrupción moral, la mediocridad. Ante la inmundicia de los deseos humanos se tambalea cualquier tipo de orden social”.

IV. La desobediencia, decidida desde la víscera, vertebra su obra y vuelve a aparecer como espina dorsal en El centro del mundo. No hay futuro, no ha de haberlo. Termina el primer acto, Maldito sea el hombre que confía en el hombre, con una plegaria: “Que no vuelva a ser concebido un solo niño más sobre la tierra”. Si un idioma ha de aprenderse es para aniquilar todo lo que el lenguaje esconde: “La atrocidad que permite que la comunidad triunfe por encima del dolor individual”. La familia que programa el presente y sacrifica el mañana por el qué dirán, por la norma, por el pacto, merece la extinción.

V. Comienza el segundo acto, Ping Pang Qiu, con una lectura en alto: “Un hombre sin doctrina se parece más a un hombre (…). Tú eres un ser vivo al que ya no manipula ninguna doctrina, prefieres ser un observador que vive al margen de la sociedad, que, aunque no pueda evitar tener un punto de vista, una opinión y alguna inclinación, no tiene doctrina”. Apela Ping Pang Qiu a la belleza, a lo sublime. Mientras muchos se preparan para otra bofetada en el ecuador del libro, Liddell acaricia. Habla de amor; más concretamente, “de las consecuencias de la política en el amor”. Ella lee El libro de un hombre solo, de Gao Xingjian.

VI. “La historia es la domadora del sufrimiento. La verdad no tiene que ver ni con la ley ni con la justicia. Allí donde no se necesita la belleza se mata más. La estupidez mata”. Liddell desarrolla en esta trilogía una reflexión sobre la desconfianza. Señala las instituciones, las ideologías, como normalizadoras del espíritu, codificadoras de “lo bello” hasta convertirlo en “bonito”. Dirige la mirada del lector hacia una concepción de libertad ajena al mercado, donde “el dolor y la tristeza también son libres” porque “si por algo vale la pena vivir es por esa libertad que por fin te proporciona alegría y serenidad”.

VII. “Es necesario haber sido un amigo, un amante, para poder pensar. Sin Eros, el pensamiento pierde toda vitalidad, toda inquietud, y se hace represivo y reactivo”, dice el filósofo coreano Byung-Chul Han, en su libro La agonía del Eros (Herder, 2014). Angélica Liddell dice estar enamorada de China. Dice estar enamorada de Shanghái. En Todo el cielo sobre la tierra recuerda que “el objetivo principal desde que nacemos es sexual. Ése es el origen de la tristeza humana”. La palabra Shan­ghái puede significar dos cosas: la ciudad y herida. Angélica Liddell ama la primera herida, aquella que, sobre todas las cosas, es promesa.

VIII. Todo el cielo sobre la tierra es el tercer acto de este libro; también es la obra donde Angélica Liddell habla del síndrome de Wendy, “o de cómo satisfacer todos tus deseos para que no me abandones”. Habla del suplemento de dignidad que trae el ser madre (o beata) y “limpiar las letrinas por amor para tener algo que escupir cuando las cosas se pongan feas”. Habla de los niños oscuros que no aman, “escolares serios y enfermos con los rasgos más duros que un anciano”. Recita Wendy a Angélica en Los deseos en Amherst (Trashu­mantes, 2007). Una niña que no quiere tener hijos, por desobediencia, por convicción. Una niña a la que no le satisface lo posible, tampoco lo imposible. Una niña perdida que se siente abandonada en todo momento.

IX. “Cuando un escritor es completamente honesto en sus
libros, se convierte en una persona completamente falsa en la vida.
 Escribes honestamente, y vives mintiendo”. Peter (Pan) le escupe a Wendy Liddell.

X. Escribe Angélica Liddell el 31 de agosto de 2013: “Sólo hay verdadero sexo en la belleza.El deseo nace únicamente de la belleza. Kioto me lleva una y otra vez al sexo, irremediablemente”. En su diario, recogido en el número de invierno de la revista Eñe, escribe el 3 de septiembre de 2013: “En Shanghái me siento completamente extranjera. Sin embargo, es como si hubiera nacido en Kioto. (…) Nunca fui una persona fiel. Tenía que traicionar a China, tarde o temprano”.

[Imagen:  ©Angélica Liddell, 1 de diciembre de 2013. Serie Hoteles. París]

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