Diario de 1926, yo no soy pero también

02.06.2013

Diario de 1926, yo no soy pero también

Publicado en Paisajes Eléctricos

Reseña de Diario de 1926 de Robert Walser escrita por J. S. de Monfort y publicado en el magazine Paisajes eléctricos.

 

Escrito un poco antes de que Robert Walser (1878-1956) se adentrase en el crepúsculo de los cincuenta años y justo antes de ingresar en el psiquiátrico en el que pasaría el resto de su vida, Diario de 1926 (La Uña Rota, 2013) es un falso diario que sigue la línea de escritura walseriana caracterizada por ser una prosa parentética, zumbona y de una poética imaginativa y anómala y contradictoria.  El título proviene de las peculiaridades de su composición, y es que fue escrito en la parte trasera de las hojas de un calendario del mismo año y es el paso previo, una parte de la bisagra por así decir, entre sus obras narrativas precedentes y publicadas con poco eco (estimadas, eso sí, por algunos escritores notables) y el desarrollo de su “método del lápiz”, sus textos conocidos como microgramas y sobre los que decía Carl Seelig -ese redescubridor moderno- que eran una “fuga tímida fuera del alcance del público”.

Así, Diario de 1926, texto publicado por primera vez en español, es una suerte de confesión de (y reflexión sobre) este fracaso, esta triste desatención de los lectores que a Walser le fascina de igual modo que le aterra y a la que el escritor se enfrenta desde el absurdo, pero también desde la irrealidad y la fantasía. Dice, por ejemplo: “Me preocupa la idea de que muchos de mis contemporáneos crean que soy una persona terriblemente mediocre”. Pero también: “la intelligentsia joven me desprecia a la par que me estima, y en cierto sentido, al mismo tiempo [...] me quiere y me ve como un parásito”. Incluso practica la autoconmiseración al decir: “se me puede considerar un bribón”. Y una idea de apariencia más o menos paradójica, pero que sirve como resumen del leit motiv del libro: “No tengo mucha confianza en mí mismo, pero creo en mi persona”. Esta idea es la que sustenta su prosa y la que hace que esta sea sincera y no pocas veces un puro embeleso a fuer de resultar igualmente fantasiosa y desbarrada. Sin embargo, la más notable cualidad del libro y lo que, me parece encontrará de mayor estima el lector contemporáneo, es su buen humor (que sobrevuela por encima de cualquier pesadumbre o melancolía), y al que se dedica Walser íntegramente, pues “constituye algo delicado, algo difícil de conservar”.

Diario de 1926, siendo uno de los primeros pasos de ese huir de los demás walseriano para irse progresivamente quedando en silencio, se quiere “redacción” de los hechos vividos, un relato “de extensión razonable basado en mis experiencias personales” y cuyo héroe es él mismo; “un libro del yo”, afirma. El redactado del tal relato lo concibe Walser como un deber, casi escolar: una (auto)imposición, por mantenerse ocupado, siendo que es esto “una forma muy buena y útil de mundanería y sensatez”. Y, así, la escritura de Walser se torna un redactado alegre, evidenciando que “la escritura corre pareja a la vida”. Escribiendo de esta manera despreocupada y feliz, Walser va encontrándo(se) paralelismos morales entre las cosas del día a día,“un poco como los hermanos buenos y felices que se llevan bien”, dice. Y esas cosas de la cotidianidad las complementa Walser con la imaginación, pues es del sentimiento que nace la fantasía, tan real o más que cualquier otra realidad. Dice Walser: “el sentimiento no es menos real que el intelecto”. Para decirlo con mayor claridad, lo explicita así Robert Walser: “El héroe de un producto literario de auténtico valor no puede comportarse de tal modo que en todo lo que hace o dice se lo confunda permanentemente con el autor”. He aquí pues la declaración de intenciones de este breve volumen: yo no soy yo, pero también.

Walser nos cuenta que la gente le tilda de taciturno, que le reprochan que sea demasiado reservado y que incluso hace algunos años una cierta muchacha le confesó que “estaba profundamente convencida de que yo ponía más pasión en la escritura que en la vida, que me comportaba con más vivacidad sentado al escritorio que en la vida cotidiana”. Esta es la razón, pues, de que pierda el hilo Walser de las cosas que quiere contar, y que se le vaya la narración de las manos, pues se sabe alguien “insensible, un tipo incapaz de entusiasmarse, incapaz de albergar ilusión, de exaltarse pro algo, de luchar denodadamente por esto o aquello, de sentirse arrebatado, enardecido”. Así, no puede encontrarse más ligazón en este diario simulado que el del ánimo creativo que propulsa esa mano que ejercita el lápiz con que el texto se va escribiendo, ininterrumpidamente.

Dejó dicho Coetzee de Walser que sus textos “no están dirigidos ni por la lógica ni por la narrativa, sino por estados de ánimo, fantasías y asociaciones”. Así lo que nos ofrece Diario de 1926 no es (y no puede ser más que) un fenómeno de naturaleza moral, un relato en primera persona, hecho con coraje y que no quiere esconder su necesaria vanidad como tampoco su desbarre. Un relato, en suma, verdadero. Y único.