Rodrigo García estrena DAISY en Madrid: entradas agotadas

28.05.2015

Rodrigo García estrena DAISY en Madrid: entradas agotadas

Publicado en Teatros del Canal

Daisy

Rodrigo García

Entre el 29 y el 31 de mayo de 2015

 

Festival de Otoño a Primavera

 

★★★★

 

El siempre interesante y controvertido Rodrigo García visita de nuevo el Festival de Otoño a Primavera con su última creación, Daisy. Con un lenguaje depurado, exalta nuestros miedos y nuestras inercias, riéndose de lo que enfada y molesta, con una poesía llena de rabia, tierna y desnuda.

Sala Verde. Duración: 1h 45 min (sin descanso).

[*Incidencia funciones sábado 30 de mayo]

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Daisy

 

La obra, incluida en la reciénte edición de Barullo (un libro dodecafónico) de Rodrigo García, se estrena en los Teatros del Canal de Madrid los días 29 y 31 de mayo de 2015, dentro del Festival de Otoño a Primavera.

***

"Tras su revolucionaria Muerte y reencarnación en un cowboy (2010), también incluida en Barullo, el siempre interesante y controvertido Rodrigo García visita de nuevo el Festival de Otoño a Primavera con su última creación, Daisy. Con un lenguaje depurado, exalta nuestros miedos y nuestras inercias, riéndose de lo que enfada y molesta, con una poesía llena de rabia, tierna y desnuda.

En Daisy hay rituales de la masonería de la cucaracha, hay danzas con perros, caracoles, tortugas y cucarachas vivas, hay bailes con centollos y un cuarteto de cuerdas que interpreta a Beethoven, pero hay también mucho más de lo que, a primera vista, se puede apreciar en escena, todo el poso que el texto logra dejar en la mente y en los sentidos de cada espectador."

Texto, escenografía y puesta en escena: Rodrigo García | Intérpretes: Gonzalo Cunill y Juan Loriente | Sala Verde | Duración: 1h 45 min (sin descanso).

 
[A continuación reproducimos la interesante entrevista que recientemente hizo Peio H. Riaño a Rodrigo García para El Confidencial.]

 

Rodrigo García: "Los políticos españoles han recibido una educación con varicela"

 
Por Peio H. Riaño
 
Existencialista de urgencia, provocador rabioso, más de tres décadas de trabajo en los teatros que han terminado con el exilio en Francia. Publica libro y en unos días regresa con tres espectáculos a España

Del ruido a la reflexión sólo hay un dramaturgo capaz de hacer del cuerpo palabra: Rodrigo García (Buenos Aires, 1964), existencialista de urgencia, provocador rabioso, más de tres décadas de trabajo en los teatros que han terminado con el exilio en Francia porque en España se le seguía considerando un autor de periferia. Violento y ácido Rodrigo García aterriza en Madrid con un calendario intenso: actuará en el Centro Dramático Nacional, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y en el Teatro Pradillo. El director del Centro Dramático Nacional de Montpellier-Languedoc-Rosellón desde 2013, vuelve a España a montar Arrojad mis cenizas sobre Mickey y la polémica Accidens, dentro del ciclo El lugar sin límites (desde el 11 de junio hasta el 5 de julio). Unos días antes pasará por el Festival de Otoño para mostrar Daisy. Además, la editorial La Uña Rota acaba de publicar Barullo. Un libro que recoge sus últimos años de producción, desde 2009 a 2015.

P. Este libro cierra casi treinta años de trayectoria teatral con más de treinta obras escritas, ¿cómo cree que ha sido la evolución del teatro de Rodrigo García? ¿Hacia dónde camina el Rodrigo García actual?

R. Me hace usted una pregunta relacionada con el deterioro de la carne. El tiempo hace mella en los músculos y los huesos, también tenemos la pérdida de la vista, asuntos del corazón, etc. Si tienes suerte y no padeces una enfermedad fulminante, pasa que caminas con cuidado, has envejecido sin darte cuenta, se nota mucho entre los cuarenta y cinco y los cincuenta años, eres menos atractivo físicamente para las mujeres jóvenes y más para otras, puede que perversas.

Todo esto es importante: no me interesa vivir sin ser un animal enérgico, ayer vi un perro labrador viejo, le di agua, intenté jugar con él y él ya no tenía las fuerzas ni el espíritu para jugar… No sé si me interesará vivir así, eso ya se verá llegado el momento.

El camino hay que alumbrarlo, hacernos cada día un presente luminoso es agotador. Borges tenía sus utopías y pasiones públicas: HomeroDante, los tigres, aprender lenguas olvidadas, pero seguramente guardaba para sí fantasías más profundas y nada eruditas, inherentes a toda existencia prosaica, que no conocemos porque se quedan en el ámbito de lo privado.

Estas motivaciones o anhelos, actividades vamos a llamarles “bajas” yo creo que son asuntos cruciales, mucho más que los elevados, solo que no se cuentan a la prensa y eso está bien, ¿por qué hacer públicas nuestras vergüenzas?

Me pregunta cosas imposibles de responder: ¿adónde voy? Nadie sabe dónde va y hay una enorme diferencia entre los que nos consideramos hojas movidas por el viento y los que están seguros de andar y crear “su” propio camino, de estos últimos me alejé siempre.

P. En el libro recuerda cómo fue optimista esporádicamente, con Protegedme de lo que deseo, pero el optimismo es una de las víctimas más notables de su teatro. ¿Qué otras bajas cree que ha causado: cinismo, hipocresía?

R. El solo hecho de reflexionar y compartirlo (mediante la escritura) es optimista: los Cínicos, SénecaSchopenhauerCioranCèline: todos fueron optimistas. Créame que no atento contra el optimismo, mejor dicho, no atento contra la esperanza. Cuestiono una falsa dicha, una felicidad artificial, basada en tonterías como la familia (que siempre es un fracaso y un pozo de angustia para los conyugues) o el status social.

P. ¿Cómo definiría el estilo Rodrigo García y cuándo cree que apareció en su trabajo?

R. Apareció de manera prematura, a inicios de los años noventa, con mi obra Los tres cerditos, que produjo Carlos Marquerie. Yo no escribía, usaba textos de artistas plásticos y poetas. Hablamos entonces de estilo como ética, no importa si se aplica a la puesta en escena o a la literatura. 

La elección de un camino, de una forma de hacer arte y de vivir, acaba definiendo el estilo, en realidad definen al ser. Otra cosa es el día a día,  que lleno gustoso con entretenimientos técnicos para mejorar el sonido de una frase, buscar la expresión adecuada…

Gracias a su pregunta, esta es la primera vez que tomo nota de que fue Marquerie quien me dio la posibilidad de desarrollar mi caligrafía escénica. Se trataba de una pequeña producción enraizada en una confianza de acero de su parte, algo demencial, teniendo en cuenta que casi ni nos conocíamos por aquel entonces.

Pensar que Carlos sigue haciéndolo de nuevo, ahora mismo, con jóvenes artistas y desde el mismo lugar, el Teatro Pradillo de Madrid, me deja perplejo. Él no se cansa de hacer cosas importantes que las instituciones no saben apreciar en su justa medida.

P. ¿Qué puede hacer el teatro por nosotros?

R. Quien sostenga que el teatro mejora la sociedad, una de dos: o es tonto o es un sátrapa oportunista. El error está en el “nosotros”, pensar que existe un público. Yo creo (tengo fe) en la experiencia estética privada, íntima, como acto trascendente. He leído libros que me han construido como soy y he hecho cientos y cientos de kilómetros sólo para ver frescos, polípticos o edificios o para escuchar un concierto y por qué no alguna pieza de danza o teatro. Todo me ha construido como soy. Digo que el ser humano está siempre a medio hacer y es una bella responsabilidad elegir de qué queremos estar hechos.

P. ¿Debemos entender el teatro de Rodrigo García como una llamada a la revolución poética o como una llamada a la revolución política?

R. El ciudadano de hoy es impermeable a asuntos que van más allá de estar seguros rodeados de policía y procrear y deambular por el supermercado con la prole. El súper, esa selva amable y llena de sorpresas multicolores. Quien pueda recogerse, quien pueda salir a caminar lento y sin objetivo preciso, que tire millas. Conocemos el poema de Robert Frost, que se lee incluso en las escuelas en los Estados Unidos. El poeta está ante dos caminos que se bifurcan y al final escoge el que está lleno de maleza, lo prefiere al camino ya andado, pero al mismo tiempo siente nostalgia del sendero que tuvo que abandonar. ¿Quién quiere hoy andar por el camino de la maleza, donde no se vislumbra claramente la meta?

P. “Uno no elige los temas”, dice. Entonces, ¿cuáles son los temas que le interesan, que atrapan a Rodrigo García hoy?

R. Mi tema es la ontología. Heidegger es de lo poco que puedo leer con verdadera satisfacción. Él comprendió que para adentrarnos en el misterio del ser hay que reinventar el lenguaje. Se acordará de aquellos dos gemelos locos que en un filme de Cronemberg fabricaban instrumentos de cirugía nuevos. Que Heidegger haya fabricado herramientas para desentrañar el ser es una enseñanza que me gusta conservar.

P. Precisamente, no parecía el mejor momento político y social para abandonar España y cambiarlo por Francia. ¿Cree que su teatro ha variado en función de su actual ubicación?

R. España… no me haga reír. Hay una monarquía, es algo violento, toda monarquía es una provocación. Hace poco recibí una invitación al Eliseo, François Hollande me invitaba a cenar con él, otros invitados -me imagino que españoles- y los reyes sus majestades de España. Para colmo había que ir de etiqueta. Le respondí que no podía, que cómo iba yo a cenar con los reyes si los considero una carga para la sociedad y pienso que, al igual que la esclavitud, la monarquía es algo insostenible por injusto.

La víspera un avión se estrelló contra las montañas, le echaron la culpa al copiloto depresivo que se encerró en la cabina, los dos reyes salieron pitando de Francia y cancelaron el banquete con Hollande & Co para ir a hacer su otro trabajo: estrechar la mano a desconocidos que lloran por sus muertos.

No sé por qué hablo de la monarquía, será porque el INAEM está en el número 1 de la Plaza del Rey en Madrid. Desde allí se ha destrozado a conciencia la creación escénica desde 1986 (fue cuando llegué a Madrid, desde Buenos Aires) hasta la fecha.

P. Me pregunto si ha pensado en montar una pieza sobre el choque social y religioso que vive Francia y Europa estos días…

R. Ahora trabajo en paralelo a ideas, escritos, dibujos del pensador Rem Koolhaas. Dicen que es un arquitecto o un urbanista y en realidad es un filósofo sentado delante de una mesa de arquitecto. No puedo hablar de las cosas que pasan de ordinario, el telediario ya hace su trabajo.

P. Hay una figura especial en todo este recorrido: Juan Loriente. ¿Cuál es la virtud de este actor para que sea la expresión y representación de su teatro allá donde va?

R. Si pienso en obras nuestras –de mi equipo- que considero importantes, aparecen Jardinería humana y  A veces me siento tan cansado que hago estas cosas. En ninguna participó Juan Loriente. Destacar a Juan sería menospreciar a mis actores que, como él, son la esencia de cada creación, nuestras creaciones. Es verdad que Juan no participó en esas obras porque no pudo, porque yo siempre le he dicho: “Vamos a hacer la siguiente”. Y él siempre dijo: “Vamos”. Y es natural que un actor un día te responda: “Tengo una vida aparte de esta vida, me tomo un pequeño respiro”.

Y ahora me pregunto: ¿puede que un artista como Juan estuviese presente incluso en las contadas e importantes obras donde no participó? Sí: yo he sacado provecho de su sabiduría hasta cuando él no estaba allí.

P. ¿Cómo son las epopeyas del siglo XXI?

R. No hay epopeyas debido a que todo pasa rápido y todo adquiere el mismo color, el mismo valor. Saber que recibimos información fresca cada segundo borra lo épico en todo. Hasta lo trágico se olvida y pierde su condición, ya que las tragedias perduran en la memoria. Ahora nuestra memoria está siempre llena, hay que vaciar para seguir metiendo datos, llenar y vaciar, llenar y vaciar, y sobre todo no disponemos de tiempo para aprehender los sucesos, que llegan en avalancha. La imposibilidad “física” de profundizar es la enfermedad del siglo XXI. Es la enfermedad y es a su vez la algarabía, la suerte de estar ocupados todo el rato en nada en especial.

P. Resuélvame la duda: si en España se le considera –todavía- un outsider, en Francia…

R. No me avergüenza ser un autor clásico, un tipo que forma parte del repertorio y que se lee en las escuelas secundarias y se estudia en las universidades, es lo que toca cuando uno es viejo y no vale de nada llorar sobre eso.

P. ¿La diferencia entre ambos países está en el público o en los gestores? ¿En España es un problema de educación, de interés, de qué?

R. Los políticos españoles han recibido una educación con varicela, pero no olvidemos que es la misma educación que recibimos los que no nos dedicamos a la política: íbamos juntos a la escuela.

A todo nos han dicho: lo importante es la economía y no tuvimos la ocasión de debatir las ideas económicas que son, ante todo, ideas sociales. Ni Malthus, ni Adam Smith… Nos hablaron de economía en términos baratos: moda, consumo, tener-es-ser, existes-si-produces, etc.

Y nunca nos hablaron de la poesía como deberían habernos hablado de la poesía, se nos impuso como una pesada asignatura más y no como la posibilidad de ser-humanos.

Somos el resultado de una educación de espaldas a la poesía, patéticos soldados rasos. Qué error el de Aristóteles: “El hombre se diferencia del animal por el lenguaje”. Hoy vemos que el lenguaje hace que el hombre supere en animalidad al animal. En fiereza. En irracionalidad. En maldad. La guerra y la tortura se fabrican primero con lenguaje.

P. ¿Por qué ha programado a Angélica Liddell en el CDN, qué es lo que le ha interesado de Tandy?

R. Todo. Necesitamos artistas como ella en nuestro proyecto para Montpellier, la necesita el público y sobre todo los profesionales, para darse cuenta de que hacer arte no es ni algo cool, algo que mola, es un asunto de vida o muerte, de pelarse el culo la vida entera, día a día.

P. Su trayectoria y la de Liddell coinciden en el tiempo y en algo más: después de casi tres décadas de trabajo, exiliados culturales en un país donde parece acogerles mejor. ¿Cómo definiría el trabajo de Angélica? ¿Cómo cree que se está recibiendo en Francia? ¿El futuro del dramaturgo y director español pasa por Francia?

R. Una vez en el teatro Lliure me hicieron una entrevista, me preguntaron: ¿qué piensa de que a Angélica Lidell le han programado una obra en el Cetro Dramático Nacional? Yo  respondí: es la evidencia de un error, lo han hecho demasiado tarde. Y ahora le digo a usted: me entrevista a mí y me habla de Angélica. Es un error. Hay que entrevistar a los que no tienen todavía nuestro reconocimiento y lo hacen muy bien y hay que hablar de ellos.

Vamos a suponer que usted me pregunta: ¿Hay en Francia, un país donde las subvenciones abundan, donde ser artista es fácil, creadores que le interesan? La respuesta es: sí, ni la décima parte que en España o en Portugal, donde a los artistas más creativos se les ningunea.

¿Cuándo nos vamos a ocupar de ellos? ¿Cuándo se marchen a vivir a Francia? ¿Qué cojones Francia? Francia dista mucho de ser la panacea. Se trata de un país con un sistema de consumo de las artes escénicas muy avanzado, y que no deja de tratar a los artistas como productos muchas veces de usar y tirar. Los artistas fuertes permanecen, Angélica es un ejemplo.

P. Usted es perseguido por Accidens, y en España vivimos un resurgir descarado de la censura, ¿cómo es posible que esté ocurriendo algo así en 2015?

R. Por culpa de la idea de tolerancia, que es una perversión. Se dice que hay que ser tolerantes y debajo aparece la lista de las cosas, situaciones, conductas que quedan excluidas y que no se toleraránLa idea de tolerancia reafirma la intransigencia.

Nosotros (siempre es un grupo, nunca un individuo) toleramos esto y aquello. Luego somos intolerantes con todo lo demás. Hace poco me censuraron una entrevista escrita en Madrid, dije que con esos cortes (cortaron mis críticas al INAEM con el PP y con el PSOE y cortaron mis reflexiones acerca de Podemos) yo desautorizaba su publicación y discutimos horas por teléfono. No entendían que yo no admitía los cortes. Expliqué que, como ciudadano que soy, mi obligación era denunciarles por esto, denunciar que en mi país en el sigo XXI existe la censura y seguían sin entenderme de tan familiarizados que están con la prohibición.

P. ¿La fuerza de un dramaturgo está en sus detractores?

R. El dramaturgo no tiene fuerza alguna, es como el poeta: nadie se fija en un poeta. La fuerza está en todo lo relacionado con la Bolsa y nosotros no cotizamos. Eso nos da la posibilidad de disparar como nos da la gana, a veces damos en la diana, otras veces no. Yo suelo fallarlas todas.