A los diecisiete, a pesar de haber nacido y crecido en tierras interiores y de no haber visto el mar más que una vez, decidió y comunicó a su familia la decisión de hacerse marino, y poco después intentó suicidarse de un tiro en el corazón. A los treinta y dos empezó a escribir una novela en inglés –lengua que había comenzado a aprender a los veintiuno: ese hecho no le pareció obstáculo suficiente– y a los treinta y siete dejó de forma definitiva la vida de marinero y decidió comenzar la de escritor. En los años que siguieron fue considerado traidor a su patria y a su lengua, genio vivo de las letras inglesas y mero prodigio de circo. Para cuando murió, a los sesenta y seis, había tenido tiempo de contrabandear armas para los revolucionarios carlistas en España, de viajar desde el archipiélago malayo hasta la costa caribe de Colombia, de tener dos hijos y escribir más de veinte libros, de ser admirado por Henry James y por André Gide, de negarse a recibir los máximos honores de la Corona Británica y de cambiar para siempre el arte de la novela.»
Juan Gabriel Vásquez, Joseph Conrad: el hombre de ninguna parte, Belacqva
Ediciones.