Con apenas 25 años, este estudiante a la vez que jugador de críquet y aprendiz de escritor es considerado por la crítica “el más interesante de los jóvenes escritores irlandeses de su generación”. Seis años después, recién regresado al hogar tras un viaje por Alemania, soltero y sin compromiso, en paro, sin dinero, sobreviviendo bajo el mismo techo que su madre y habiendo rechazado trabajos bien remunerados, sigue siendo ante todo un autor prácticamente inédito. Se le ve a menudo leer y caminar por las playas y acantilados, o bebiendo a solas o mal acompañado en tabernas hasta altas horas de la noche. Un día, este desempleado y escritor aún incipiente, decide desaparecer de una vez por todas de su Dublín neutral para refugiarse en un París a punto de entrar en guerra. Cartero, conductor de ambulancias y traductor, se muda de idioma y escribe en francés frenéticamente durante seis años seguidos. Será en otoño de 1953, con 46 años, cuando la sombra de este escritor, y esqueleto de alambre, emerja nítida y de pleno entre los escombros de una guerra, reflejo de un naufragio personal que le lleva a “fracasar mejor una y otra vez” mientras va dejando tras de sí un buen número, cada vez mayor, de lectores y espectadores.