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Javier Roz nació en Plasencia, en medio de un lugar sin orillas, cerca de Portugal, bastante lejos de Dinamarca, a muchos kilómetros todavía de sí mismo. Pronto, siendo muy niño, recogió los bártulos y se mudo con sus padres a una ciudad situada en el sur, en el extremo oeste del mar Mediterráneo, a una hora en coche de Gibraltar. Los extremos son fáciles, se dijo al cumplir los nueve años, sólo el medio es un enigma. Y bajo este pensamiento creció a sus anchas haciendo puzzles, jugando a la pelota en la calle, viendo la tele y garabateando dibujos en papeles sueltos. De noche, en secreto, se encerraba en su cuarto para desentrañar con sus manos el funcionamiento interno de algunos objetos. Todo esto le llevó a matricularse en Medicina nada mas cumplir los dieciocho años. Algo había dentro del ser humano que le abrió el apetito, y durante un tiempo empleó a fondo el bisturí y trató en balde de diseccionar el punto de fuga de lo inanimado. Con el bisturí encontró algunas respuestas, probó hechos, pero cada vez que se acercaba a una pregunta importante, tocaba hueso. Nadie sabe cómo ni porqué, pero un día decidió aparcar radicalmente su carrera de médico para dedicarse por entero a pintar. Hay quien dice que la literatura tiene la culpa. Sea como fuere, de un tiempo a esta parte, se nutre exclusivamente de hacer grabados, fotografías, vídeos, exposiciones... Tal vez pintando encontró lo que quería, fraccionarse. Tal vez con el pincel consiga borrarse con cada trazo y, entretanto, llegar despacio, sin prisa, a ese punto medio donde reside su propio enigma.