"Si supiera vivir no escribiría", Angélica Liddell. Entrevista de Antonio Lucas

19.05.2021

"Si supiera vivir no escribiría", Angélica Liddell. Entrevista de Antonio Lucas

Publicado en EL MUNDO, entrevista de Antonio Lucas

Angélica Liddell: "Los discursos ideológicos, identitarios, nacionalistas, a veces repugnantes, han manipulado la tauromaquia hasta arruinarla"

 

La dramaturga y poeta publica Veo una vara de almendro. Veo una olla que hierve, canto de amor, erotismo, desamor y pasión. Además, prepara una obra teatral en homenaje al torero Juan Belmonte. 

 

 

Angélica Liddell (Figueras, 1966) es una de las creadoras más hondas y feroces del teatro europeo. Escribe con los nervios, con el asco, con la fiebre de los que están fuera de sitio por voluntad y por destino. Publica un nuevo libro de poemas Una vara de almendro, Una olla que hierve (La Uña Rota) y prepara un homenaje al torero Juan Belmonte.

 

¿De qué le salva la poesía?

Malcolm Lowry dice en Bajo el volcán que hasta la mala poesía es mejor que la vida. Uno no trabaja para salvar la vida sino para salvarse de la vida.

¿Y a qué le empuja?

A la esencia.

Los poemas de Una vara de almendro. Una olla que hierve son un canto de amor, de amor y espera, de amor y herida, de amor y entrega, con el Cantar de los Cantares como atmósfera. ¿De dónde viene este libro suyo?

Es de inspiración carmelitana. Conviví con tres monjes durante un tiempo, en mitad de un valle muy hermoso, el voto de silencio solamente se suspendía para rezar, y el eje de la sensibilidad carmelita es el Amor. Se habla de amor a todas horas y por todas partes, con una violencia exquisita, hasta el salvajismo. Los versos de Santa Teresa y San Juan siempre están presentes. Fue una experiencia profundamente perturbadora. Llegué hasta allí muy herida y de mi sangre empezaron a brotar flores, me inundé de misericordia. El encuentro con Oliver Laxe también me marcó muchísimo, el diálogo incesante con su universo espiritual, compartir religiones. Personifiqué al Amado gracias a Oliver, a su esencia mayestática, a su fe. Era fácil escribir pensando en él.

Tiene una textura más luminosa que Una costilla sobre la mesa

Una costilla sobre la mesa es el libro de la enfermedad. Lo terminé el día que vi morir a mi padre. Este, en cambio, es el libro de la alabanza, de la sumisión a una belleza que nos rebasa.

Pasión, ardor, carnalidad, muerte… Eso está en los Cantares.

Sí. La sensualidad del libro de Salomón es brutal. El lenguaje del amor humano se transfiere al amor divino, y al revés. Se funden. Solo hay un Amor y una manera de amar. El resto es falso. El amor al hombre y a Dios se expresa en los mismos términos, con las mismas metáforas ardientes, idénticos arrebatos, idéntica agonía, Amado y Amante se vuelven uno, y la máxima intensidad se alcanza en su ausencia, en su búsqueda desesperada, en el gozo del reencuentro. A veces El Cantar… se emplea en liturgias dedicadas a María Magdalena.  Cuando Jesús resucita lo hace bajo la forma de un labrador, por eso en el libro está presente la tierra, es entonces cuando le dice a María “No me toques”. Esa escena me ha perseguido siempre, pertenece a mi propia experiencia amorosa. En los hombres a los que he amado siempre he visto el rostro de Dios. Los he querido con esa desmesura. No se puede querer de otra manera.

Estos poemas tienen un bello tono salmódico.

Trabajé con la musicalidad del rezo. Los releía una y otra vez, y hasta que no me sabía la boca a perfume, a milagro, no los terminaba. Pasaba horas recitando.

¿Cuál es su relación con lo litúrgico?

La liturgia es lo que te transporta de lo cotidiano a lo trascendente. En un mundo sin rituales, reivindico la ceremonia para identificar los sentimientos y las emociones que acompañan los tránsitos importantes de la existencia. Por eso mismo no entiendo el escenario sin liturgia.

¿Y con lo místico?

La mística es el desprecio absoluto por la vida. Es la huida del mundo calculado y racional a favor de lo inefable, la búsqueda de la unión del alma con lo sagrado. Para una persona como yo, que no encuentra satisfacción en nada ni encaja en ningún sitio, supone la vía mediante la cual me alejo del mundo, de toda esta mentira y este asco. Dame asco para tener sed, dice Santa Teresa. El sentido de la vida consiste en desear la muerte, ese es el verdadero núcleo de lo místico. La tragedia no es la muerte, la tragedia es el nacimiento.

¿Qué descubrió de Belmonte a través de Chaves Nogales?

Descubrí a un alma gemela, me identifiqué con el matador como no me había identificado con nadie. Un lirio entre las espinas. Su sentido espiritual del arte, su sentimiento trágico de la vida, su inmensa fragilidad, las identidades que establece entre el amor y el toreo, él decía que no se enamora uno a voluntad ni a voluntad se torea. Ese salirse del propio cuerpo para dejarle hacer a los ángeles y a los fantasmas, la transfiguración, no la representación de los teatreros sino la transfiguración. Como nos cuenta Bergamín, y transcribo, “después de la muerte de Joselito, solo y único, Juan Belmonte, arrastró consigo, como un capote por la arena, esa oscura sombra de sí mismo, esa ansiedad y desasosiego inquietantes, de su propio destino mortal”. A mis ojos Belmonte pertenece a la categoría de lo divino. Sin necesidad de verle torear podemos hablar de él como de Alejando Magno o Nijinsky. Su influencia es mítica, la del lauro infinito. De verdad, me parece mentira que no lo tengamos integrado en la historia de las Bellas Artes.

¿Qué es Liebestod, la pieza que le dedicas?

En Liebestod escalo con Belmonte las cumbres de la desesperación de Cioran. Este verano fui a visitar su sepultura, en el cementerio de San Fernando, en Sevilla, era un día precioso, cogí unos jazmines de la tumba de Joselito y se los llevé. Pasé allí un buen rato, sentada en aquella piedra negra, leyéndole el libro de Cioran, hablándole de ese no poder ya vivir, en mitad de un silencio de crucificados, casi satánico. Yo tenía el corazón roto a causa de un amor contrariado, lloraba, leía, acariciaba y besaba su lápida, su nombre. Le recé, no recé a Dios, sino a Belmonte, recé a Belmonte, le pedí que me devolviera al hombre al que amaba. Después anduve como sonámbula por el cementerio, toda la mañana, había algunos gitanos cuidando de sus muertos, me miraban como a una loca. Recogí las partículas de Juan y ese día cambié totalmente el proyecto. Me fui al hotel y puse a Belmonte en el corazón de Liebestod. Así se llama el tema principal del Tristán e Isolda de Wagner y significa “muerte de amor”. Y fue así como la obra se transformó en una ofrenda y en una inmolación. Es una oda al peligro, el eje de la vida sublime, según D’Annunzio. Es mi historia del teatro, me encargaron una de las historias del teatro y mi historia del teatro es la historia de la emoción, mi alma no es de cobardes.

El de las corridas de toros es un terreno achicado ya hasta la afasia del a favor’ o el en contra’ (sin más). ¿Qué sentido cree que tiene hoy la tauromaquia?

Efectivamente, los discursos ideológicos, identitarios, nacionalistas, a veces repugnantes, han manipulado la tauromaquia hasta arruinarla. A menudo el mayor enemigo de un arte se encuentra en su propio seno: los intereses mezquinos y la mediocridad. Como dice Bergamín, el toreo no es español, ni siquiera universal, el toreo es interplanetario. Precisamente en estos tiempos de la banalidad, desacralizados, sin ritos, la tauromaquia cobra todo su sentido, la tauromaquia se erige como un arte espiritual, de pronto se convierte en el ejemplo de aquello de lo que carecemos, es un arte absolutamente transgresor y exigente en el plano intelectual, demasiado exigente para este infantilismo en el que chapoteamos. Al mismo tiempo es una lección ética. La ética nace de la guerra. Y la guerra nace al mismo tiempo que la poesía. Allí donde se dirime la vida y la muerte es donde florece el honor, los valores, el alma y la belleza.

¿Qué le interesa de ese mundo?

Lo táurico ligado al sacrificio.  Me conecta a la antigüedad, a la tragedia ática, a la catarsis, me identifico con esos estremecimientos. Por otra parte, a través del toreo se expresa mi mundo interior, la noche oscura del alma, el silencio eterno de los espacios infinitos, aquel de Pascal. En el toreo se une el amor, la belleza y la muerte, esa triada que le da sentido estético a mi trabajo, la geometría de las pasiones, el eros y el tánatos, ese estado religioso que precisa cualquier ceremonia, así en el toreo como en el teatro. Dicen que antes de Adán, Dios creó al toro.

¿Y si mira alrededor (en general, en la vida), qué ve?

Estupidez, estupidez por todos lados. Tontería. Veo una sociedad que en su lucha por los derechos ha devenido prohibicionista, pacata, puritana, una sociedad que confunde igualdad con uniformidad, y la diversidad con lo puramente genital, que no acepta contradicción ni paradoja, insensibles a lo bello, una sociedad que ha sustituido el enfrentamiento y las peleas por las denuncias, una sociedad de derechos y no de deberes, de vanidades desaforadas y sin fruto, ajena a la entrega, al servicio, a la humildad y al respeto, instalada en la victimización constante hasta llegar incluso a prescindir del delito. Víctimas sin delito.

¿Y qué teme de lo que ve?

Temo que arraigue lo higiénico, lo bobo. Un mundo que prescinde de su parte oscura es demasiado estrecho. Nos acabarán juzgando por nuestros deseos y no por nuestros actos, tal y como profetizó Foucault. ¿Qué diría Foucault? Hemos llegado al peligro del que él hablaba. Pero lo que más temo es la manera en cómo afecta la estupidez general al mundo de la expresión y a su libertad. Las censuras encubiertas.

¿Cómo se relaciona con lo exterior (con el mundo)?

Me siento como los sordociegos de la película de Herzog, Land of Silence and Darkness. Ese es mi mundo.

¿De qué le sirve el teatro?

No me gusta contemplarlo desde una perspectiva utilitaria.

¿De qué te aparta o de qué le blinda?

Como dice Cioran, la creación te salva temporalmente de las garras de la muerte. Mientras estás allí la angustia desaparece. Se transforma en otra cosa, mueres de otra forma.

¿Se considera una autora bien entendida?

Cuando veo mis libros en las estanterías destinadas al teatro pienso que no han entendido nada de nada. Pero nada de nada.

¿Cómo le afecta en el trabajo diario el ruido mediático y político que ahora mismo se da en Madrid?

No estoy muy al día, la verdad. Trabajo sin parar, de la mañana a la noche. A mi trabajo le afecta por ejemplo leer El final del affaire, de Graham Greene, una maravilla.

En este momento de pantallas, selfies”, instagrammers”, influencers”. ¿Cuáles son sus referentes, sus cómplices, sus faros de costa?

Los nadie, los nada y los ninguno. Me dejo llevar por la piedad que toda esa gente despierta en mí cuando me los cruzo mientras doy larguísimos paseos.

Rimbaud le dijo a su madre en una carta desde Abisinia que si hubiese seguido escribiendo se habría vuelto loco… A usted le ocurre lo contrario, de no poder escribir qué sucedería…

Si supiera vivir no escribiría. Siempre quise ser un hombre de acción. ¿Cómo resolver el dilema entre la pluma y la espada, entre la tinta y la acción? Con el suicidio. Así es para los escritores, siempre es así. Pienso en Mishima.

¿De todo lo interrumpido por la pandemia, qué da por perdido?

Nunca lo sabré, porque no sucedió, no sucedió. San Agustín dice que el tiempo viene del futuro. Es de locos, ¿no?