AUTORRETRATO DE LA FUNAMBULISTA

AUTORRETRATO DE LA FUNAMBULISTA

PALOMA GONZÁLEZ

 

Mi oficio consiste en atravesar la cuerda floja de izquierda a derecha. En atravesarla lo más rápido posible. Es un oficio de mujeres. Primero porque cuando está a un lado de la cuerda, a cincuenta metros sobre el suelo, la mujer tiene ganas de llegar al otro lado, y luego porque cuando hay varias mujeres en el lado izquierdo de la cuerda, todas quieren llegar al lado derecho más rápido que las demás.

Un oficio humano.
Soy funambulista.

Tuvimos a James Ardí, tuvimos a Adili Wuxor, tuvimos a Nick Wallenda, tuvimos a ese chino loco que caminaba por la cuerda andando hacia atrás. Y ahora estoy yo. Este año cruzaré las Cataratas del Niágara saltando a la pata coja por un cable de acero y el año que viene ganaré el Record Guiness de funambulismo atravesando sobre un cable los 540 kilómetros que separan la isla china de Gulangyu y la de Jinmen en Taiwán. Sí, ya sé que esto se ha hecho, pero yo lo haré dormida y con una bata de boatiné.

Soy la mujer más equilibrada de la cuerda floja, la más tranquila, la más concentrada y mi trabajo consiste en generar desequilibrio.

Todas las grandes funambulistas generan desequilibrio.
Cruzar un precipicio sobre un cable de acero más rápido que nadie es, antes que nada, cruzarlo de otra manera; con el fin de sembrar la inquietud y la duda.

Dar miedo. Funambulear de tal forma que los demás estén convencidos de que no serás capaz de dar un paso más sobre el vacío hasta que una generación entera funambulee como tú.
En una vida de funambulista no se puede inventar más que un desequilibrio genial, uno y sólo uno.
Los chinos del Circo del Sol llegaron a la cuerda floja con su fama de “locos del cable” y, dos temporadas después, los cincuenta mejores funambulistas del mundo funambuleaban como ellos.

Ahora estoy yo.

Ser una gran funambulista es una condición que exige una entrega absoluta de una misma y una concentración total. Yo estoy sobre la cuerda floja a tiempo completo. Lo estoy en las reuniones de mi comunidad de vecinos. Lo estoy cuando voy al banco y me cabreo porque me cobran comisiones. Vivo subida a unos “manolos” con tacón de aguja de quince centímetros y con un carro de la compra de noventa kilos sobre mi espalda para después, deslizarme mejor por la cuerda. Sonrío a los guardias de tráfico y a las dependientas de las mercerías porque sé que eso me ayudará a funambulear mejor. Le doy la paliza a mi primo, que es un inútil  porque sé que eso es bueno para mis proezas.

Coges a dos mujeres en igualdad de arrojo y equilibrio sobre dos cables del mismo grosor y a la misma altura y siempre yo soy la más rápida y la más precisa, también la más mona.

La travesía del Canal de la Mancha suspendida sobre una cuerda a sesenta metros, me lo hago yo mil y una veces por semana. El récord del mundo de más horas corriendo a la pata coja sobre un cable, me lo hago yo todas las noches antes de desmaquillarme. Me conozco al dedillo todos los acantilados y precipicios de Europa y América y con los ojos vendados y ligeramente ebria los veo pasar al ralentí.

También me preparo para esas cuerdas blandas e imprecisas que nos imponen a veces los medios sensacionalistas. Esas cuerdas de esparto ásperas suspendidas sobre cataratas en medio de la selva que permiten a una Andrea Leño convertirse en la reina del mambo del funambulismo.

Todo cuenta en tu carrera.

Un día, una pequeña esquirlaen la uña del dedo meñique de tu mano izquierda se convierte en lo esencial. Es esa uña rota la que determina tu éxito o tu fracaso. Has estirado uno a uno todos tus músculos hasta hacerlos de goma, has sopesado el peso y el grosor del cable por el que caminarás, has masajeado tus pies en busca del agarre natural más perfecto, has titubeado un momento, te has enojado y has estado a punto de caerte cuando cruzabas por el aire el espacio que media entre dos de las torres más altas de Nueva York.

Cuando duermo funámbulo, cuando como funámbulo. Diseño mis trayectorias, modelo mis apoyos. Mis piernas y mi espalda son inquebrantables, tengo siempre en el arco de mis pies la marca de la cuerda floja.
En cuanto mi manager me libera en el extremo de salida del cable, libera toneladas de trabajo. Después queda una funambulista suspendida en el aire que ya no tiene ni ojos, ni cabeza, ni piernas y que se desliza por las alturas más veloz, más segura y con más elegancia que todas las demás mujeres.
Aunque tenga la regla.

Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo de la funambulista.

Has superado con éxito ese golpe de viento que amenazaba con hacerte perder el equilibrio, estás justo en la mitad del trayecto, suspendida a 80 metros de altura. Y cometes ese minúsculo error en la pisada de tu pie derecho, ese pequeño fallo estúpido (que no es de distracción, porque las funambulistas ignoran la distracción) que te aparta unos milímetros de la trayectoria perfecta. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Notas un cosquilleo en el estómago, luego enseguida una zumbido extraño en tus oídos, un sudor frío, una sensación como ¿de vértigo? Ya nada tiene importancia. Ya no eres una funambulista, tu cuerpo se relaja, tu mente se libera, ves el suelo cada vez más cerca de tu cara. Sabes que vas a abrirte la cabeza.