Educar ¿para qué...?

Educar ¿para qué...?

LGE, LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE… y ahora la LOMCE. ¡Ya van 13!

Porque hoy jueves el pleno del Congreso de los Diputados aprueba la «Ley de Mejora de la Calidad Educativa», conocida como ley Wert.

Sin contar con la presente, desde 1980 se han aplicado en España doce leyes orgánicas sobre educación, incluida la LGE de 1970 que reguló todo el sistema educativo y se aplicó hasta comienzos de los 80.

Ante tal desaguisado, convocamos un nuevo "encuentro en la tercera fase", esta vez con dos destacados filósofos: Tomás Pollán y Agustín García Calvo, a los que, sin previo aviso (y bienvenido sea) se unió en última instancia Thomas Bernhard... Son discursos largos -en realidad, los relativos a Pollán y García Calvo son extractos de dos conferencias impartidas en 1991, al cabo de aprobarse la LOGSE, conferencias hoy casi inencontrables, salvo en hemerotecas-, pero que, en nuestra opinión, encajan pertinentemente en el actual (e interminable) debate sobre la educación:

Tomás Pollán. Presentación La nada y las tinieblas, 24-11-2012, en Segovia.jpg

TOMÁS POLLÁN: Yo parto de la afirmación según la cual, en la educación, lo fundamental es aprender para nada. En ese sentido yo cambiaría el título de la mesa redonda, que se titula «Educar ¿para qué?», donde el «para» parece apuntar a algo distinto del placer de aprender por sí mismo las cuestiones y las cosas que a uno le interesan, por este otro de «Aprender para nada». Para mí sería el aspecto fundamental de la educación.

El presupuesto implícito que, en mi opinión, subyace a la idea de educación es, por el contrario, que a nadie le interesa en cuanto a tal nada de lo que aprende o investiga; más aún se busca explícitamente que a nadie le interese (en caso de que a alguno se le pudiese ocurrir interesarse por algo en concreto). Porque si de lo que se trata es de que a nadie le interese en cuanto tal nada de lo que aprende o investiga, es natural que en esas condiciones nazca, como en la tierra más apta para su monstruoso crecimiento, el temible y numerosísimo batallón estatal de pedagogos y psicólogos, cuyo objetivo es conseguir que los estudiantes se interesen por razones extrínsecas por lo que en sí mismo no les interesa. Por eso, como el contenido mismo no interesa, la tarea del pedagogo-psicólogo es motivar o –por utilizar otra expresión horrorosa– incentivar para que el joven compita con sus compañeros en el aprendizaje de lo que no le importa pero que el Estado le obliga a conocer si quiere ser un empleado útil.

En perfecta coherencia con este planteamiento se presenta, en un lugar privilegiado, la figura del profesor-tutor, en la que el profesor deja de ser tendencialmente el maestro que provoca la pasión y la curiosidad por las cosas y por las técnicas y enseña a usarlas con rigor, para ser degradado a la condición de una especie de padre espiritual, bajo la forma de ángel de la guarda-comisario, encargado de fiscalizar la vida entera del joven y de su entorno, ahogándolo por asfixia. […]

A partir de esta tesis fundamental, se entienden perfectamente las otras cuatro o cinco creencias esenciales que subyacen al desarrollo de la legislación (*): el objeto mismo no interesa, lo único que interesa es preocuparse por el sujeto y su destino, es decir, su vocación. […] Una vez que se ha eliminado el objeto (porque si uno se preocupa del objeto podría terminar olvidándose de la vocación que se le ha asignado y no cumplirla adecuadamente), es una reversión sobre el sujeto, al que a pesar de todo hay que motivar para que haga las tareas que tiene que hacer si quiere cumplir con su vocación, lo que, en mi opinión, fundamenta la tarea del pedagogo-psicólogo. Ésta es tarea completamente extrínseca, que está fundada en lo que se llama motivación o incentivación, potenciada por la competencia. Hay que competir en la sociedad, ya que se supone además que lo que se estudia es aquello que es útil para el aparato productivo  o para satisfacer las necesidades sociales. Como, menos que nunca en ese caso, esos contenidos no interesan, hay que apoyar desde fuera, mediante estas manipulaciones referidas a las motivación y a la incentivación, al joven o al niño para que cumpla con la vocación que se le ha asignado; vocación que, por supuesto, presupone la descualificación absoluta de cualquier contenido en que pudiera entretenerse con fruición y placer.

Agustín García Calvo con el burro Rafael.jpg

GARCÍA CALVO: He caído aquí sin saber muy bien dónde, debo confesarlo. Me dejo invitar con demasiada facilidad a sitios, y así resulta, que al caer aquí me he encontrado con que estas reuniones de ustedes eran con motivo de una especie de nueva ley, de la cual tenía yo la más vaga de las ideas. Porque díganme, ¿cómo puede haber una ley nueva de educación? Yo las estoy viviendo desde que era pequeñito. Una detrás de otra. A velocidad acelerada. Cada vez suelen llevarse menos años unas a otras. Pero en definitiva, ¿cómo es posible que ninguna ley sea nueva? Nada de lo que esté dictado desde el Poder puede ser de verdad nuevo […]. Es imposible que los órganos del Poder, y los ejecutivos de dios empelados por dichos órganos, sean capaces de producir nada nuevo, tener ninguna ocurrencia, porque eso sería contradictorio. Imagínense que un ministro o cualquier otro ejecutivo de Dios tuviera una ocurrencia. Sería una catástrofe. […] Hay que decir que, en general, llegan a ocupar altos cargos los que mejor han sido educados. Es una ley que suele cumplirse. Entonces, sabiendo lo que es la educación, ya se sabe que quien llega a ocupar uno de estos cargos se encuentra especialmente imposibilitado para tener ninguna ocurrencia. Por tanto, las disposiciones de arriba están destinados a decir lo que ya está dicho, a promulgar lo que está promulgado. Y para ello necesitan continuas renovaciones legales. […]. Respecto al Estado y Capital, y a sus representantes, «para qué enseñar» tiene una respuesta clara y evidente. Está claro que para ellos enseñar tiene la utilidad de formar súbditos y clientes fieles y que cumplan las normas. […] Ellos creen que hay un mañana, que hay un futuro de la humanidad, que hay un camino. Creen, correspondientemente, que cada persona tiene su camino, su destino. No sólo lo creen sino que lo saben, y por tanto conciben la enseñanza como una especie de preparación para cumplir justamente ese camino que previamente, para el individuo y para la humanidad, está trazado. Es decir, Estado y Capital tienen que ser enteramente sordos al verso de la canción de Antonio Machado que dice «no hay camino». Ellos están fundados en la creencia de de que hay un camino hecho, por tanto, nada que ellos dispongan puede ser otra cosa que hacer lo que está hecho, en cuanto que previsto, cumplir un camino; y todo lo que cuenten de desarrollo, de instrucción y de vocación, se traducirá necesariamente en cumplir lo previsto; en hacer, individualmente y en poblaciones y en humanidad, lo que ya estaba hecho y cuidarse de que no suceda ninguna otra cosa, que no pase más que lo que ya ha pasado.

[…] Notad que ni siquiera los intríngulis de los planes de estudios y los pormenores de las actividades pedagógicas les interesan de verdad mucho. […] La verdadera labor, da lo mismo con cualquier plan de estudios, consiste en aburrir a los niños, y seguir aburriendo a los adolescentes y, por supuesto, si es que hace todavía falta –quiero decir si no están ya aburridos para siempre–, seguir aburriendo a los adultos. Ésta es la verdadera función.

Es verdad que si al niño se le dice que tiene que estudiar informática porque eso es lo que tiene Futuro, o al niño se le dice que se matricule en Derecho porque eso es lo que tiene Futuro, parece que la naturaleza misma de estas enseñanzas cumplirá mejor lo que desde arriba desean. Es verdad, pero secundario. Lo importante es que sea cualquier cosa que se enseñe todo quede privado de interés, de pasión, de entendimiento, y subordinado a otra cosa que está fuera, que es cumplir ese camino individual y ese camino también en el nivel de las poblaciones. Por fortuna, esto nunca hecho del todo. Nunca les sale bien. Nunca es perfecto. Pero, «¿para qué enseñar?» en el sentido de ellos está clarísimo, es para esto.

No puedo conservarle ningún valor bueno a la palabra educación, ya se la han cogido ellos. Es una táctica a la que me he referido muchas veces, que cuando las palabras las han utilizado ellos suficientemente, lo mejor que se puede hacer es abandonárselas.

[…] En la medida en que no seáis capaces de responder a la pregunta «¿para qué?», en la medida en que no sepáis para qué sirve algo de lo que estáis haciendo, cuanto menos lo sepáis, más aumentan las probabilidades de que no esté previamente condenado al servicio, a los amos. A lo mejor, no se sabe muy bien para qué se aprende a escribir. Si no se sabe muy bien para qué se aprende a escribir estamos en una situación en que tal vez eso pueda servir para un descubrimiento y para que suceda algo, en vez de lo contrario. Otro tanto podría decirse de leer, o bailar o lo que sea.

Thomas_Bernhard_S122_1977_Ottnang.jpg

BERNHARD: A los hombres los encontré en la dirección opuesta, al no ir ya al odiado instituto sino al aprendizaje que me salvaría, al ir, contra toda sensatez, muy de mañana, no ya con el hijo del alto funcionario al centro de la ciudad por la Reichenhaller Strasse, sino con el oficial de cerrajero de la casa de al lado a la periferia, por la Rudolf-Biebl-Strasse, no tomando el camino a través de los jardines descuidados y por delante de las artísticas villas, al colegio de la gran y pequeña burguesía, sino por delante del asilo de ciegos y del asilo de sordomudos y por encima de los terraplenes del ferrocarril y a través de los jardincillos de las afueras y por delante de las vallas del campo de deportes de las proximidades del manicomio de Lehen, a la Alta Escuela de los marginados y los pobres, a la Alta escuela de los locos y de los tenidos por locos del poblado de Scherzhauserfeld, al barrio absoluto de los horrores de la ciudad, fuente de casi todos los procesos judiciales de Salzburgo, y al sótano como tienda de comestibles de Karl Podlaha, que era un hombre aniquilado y tenía un sensible carácter vienés, y que quiso ser músico y fue siempre un pequeño tendero. Los trámites de mi admisión en su establecimiento fueron de lo más breve…

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Fuentes:

Revista Archipiélago, Nº 6 / 1991, «Educar ¿para qué?». La conferenica de Tomás Pollán se titula "Aprender para nada" (p.33) y la de Agustín García Calvo, "Aguantando, aguantando" (p.37)

El sótano, de Thomas Bernhard (Editorial Anagrama).