¡Sorpresa! Rodrigo García, nuevo director del teatro nacional de Montpellier

¡Sorpresa! Rodrigo García, nuevo director del teatro nacional de Montpellier

Rodrigo García y Montpellier. El teatro nacional de Montpellier tomará un nuevo rumbo en 2014. El creador hispano argentino, dicen que contra todo pronóstico, es su nuevo director. 

Le Mond lo anuncia aquí. Y de la noticia extraemos la siguiente frase que a propósito de la elección dijo Michel Orier, director de creación artística del ministerio de Cultura francés: «Un centro dramático nacional ha de ser una herramienta de creación al servicio del artista, y no un grifo de agua tibia».  

Y Rodrigo García lo celebra así, ante el escaparate de un supermercado.Y claro, nosotros también muy contentos.

Estaremos pendientes de su programación que pondrá en marcha a partir del 1 de enero de 2014. Mientras, aprovechamos la ocasión para rescatar una entrevista que le hizo Roberto Valencia y que publicó la revista Lateral en 2005, cuatro años antes de la edición de Cenizas escogidas, que recoge en un solo volumen las obras escritas entre 1986 y 2009, y que va por la segunda edición.

Entrevista a Rodrigo García

Por Roberto Valencia.

«Trato de generar malestar»

–– Tus obras interpelan al espectador. ¿Te interesa tocar a un espectador concreto?

Siempre escribo mis piezas dirigiéndome al espectador. Yo sé a quienes me dirijo. Es un público que puede pagar la entrada, que tiene unos hábitos, es medianamente culto e informado, y vive en las ciudades en las que actúo, que son ciudades en las que hay un bienestar. Yo decido que a este público no le voy a dar espectáculo, porque ya tienen mucho, ni entretenimiento, porque también tienen mucho en otros teatros o en la tele. Lo que yo trato de hacer es generar un poco de malestar y de inseguridad en el público.

–– Tus textos, ¿son más críticos que provocativos?

Yo no intento provocar a nadie porque la provocación es un término que a veces queda vacío. Yo hago un teatro crítico en el que hablo de cosas que la gente no está acostumbrada a hablar. Ojo, todos vivimos la misma realidad de mierda, lo que pasa es que muchísima gente prefiere no hablar de ella. Dicen que soy provocador cuando en realidad lo que hago es hablar de una manera franca y directa de cosas que se ocultan.

–– La clave es la manera tan explícita de hablar de estas cosas.

Yo intento mezclar en mis obras los momentos más explícitos, más claros, con momentos poéticos. Para mí el teatro es una mezcla de lo poético y de lo político. Mi teatro tiene cada vez más una carga más política y social, pero no me olvido de que soy un tipo que trabaja en teatro y, como tal, tengo que hacer poesía. Aparte de esto, también hay momentos más oscuros en mis obras, momentos de confusión. Creo que en mis obras no aparece un discurso claro. Yo trabajo con contradicciones, en un momento de la obra estoy afirmando una cosa y a los diez minutos puedo afirmar otra. En mis obras no hay una voz de alguien que te habla, sino dudas.

–– Si tuvieras que hacer obras no para un público de clase media sino, por ejemplo, para los trabajadores de una mina, no podrías hablar de las cosas como lo haces.

En ese supuesto quizás no me hubiera dedicado a hacer teatro. Yo creo que me dedico al teatro para generar un poco de malestar en un público burgués al que, por cierto, yo también pertenezco. Yo también voy a comprarme la camiseta, las zapatillas, yo no estoy ajeno a consumir. Es más, mis obras están dentro de un mercado de consumo, yo soy un artista más del supermercado del arte. No me puedo plantear hacer teatro para otra gente porque entonces no habría elegido esta profesión.

–– Intentas provocar un poquito de malestar. ¿Sólo un poquito?

Pienso que hacerle sentir mal a alguien en un teatro es una idea un poco utópica. Hay una gran desilusión con esta sociedad que hacemos entre todos donde parece que todo el mundo está inmunizado a todo. Hay gente que afirma que, desde una obra de teatro, puedes cambiar conciencias, pero yo lo dudo. Además, yo no quiero darle un discurso a nadie, sólo quiero poner dudas sobre verdades sociales que parece que tenemos que aceptar y que yo creo que se pueden ver de otra forma.

–– Un lenguaje tan explícito como el tuyo, ¿no puede conducirte a un callejón sin salida?

Sí. De hecho yo lo he vivido. Ahora estoy cerrando un ciclo. Este año 2005 tenía que haber estrenado una gran obra en el Festival de Avignon, pero hace año y pico que he parado de producir nuevo material, porque estoy reflexionando. No quiero convertirme en una máquina de producir siempre las mismas cosas. También es muy difícil luchar contra el mercado, que es muy cruel. Por un lado te dicen: bueno por qué no cambias, tu discurso es muy evidente. Luego cambias y te dan palos por todos los lados, te dicen: esto no es lo que tú hacías..

–– El empleo de la agresividad en tus obras, ¿crees que potencias estas contradicciones que quieres evidenciar o las neutraliza al saturar al espectador?

Buf, hay una cosa que me llama la atención. No eres la primera persona que, cuando se refiere a mi teatro, habla de la parte violenta. Sin embargo, nadie hace referencia al humor que hay en mis obras. Vale que hay momentos muy duros, pero también viaja mucho humor en ellas. De hecho, intento el humor se compense con esos otros elementos. Ahora bien, es cierto que si nadie me habla del humor será porque lo otro está mucho más presente. Además hay otra cosa, te juro tío, es que son mis limitaciones como artista. Uno no es un mago que puede tocar todos los palos y hacer de todo. Yo prefiero que en mis trabajos se vean mis límites, para que se vea cuál es mi lenguaje.

–– Antes me decías que quieres poner evidencia contradicciones. Pero este leif motiv lo puede utilizar cualquier artista para vender. A veces, se nos dice que directores de cine acomodados ponen en tela de juicio nuestros valores. Lo dicen hasta de Steven Spielberg.

Ya, pero lo que yo cuento es distinto. No creo que Spielberg haga una película en la que los payasos de Mcdonalds se revuelquen en Ketchup o quemen libros, como he hecho yo. Yo creo que no hablamos de lo mismo. Yo estoy en contra de un sistema y Spielberg está muy a favor, creo.

–– ¿Te ha creado problemas utilizar los nombres de las grandes marcas?

Nunca. Sería ridículo que esas empresas se metieran con obras de teatro pequeñita como las que yo hago. Quedarían como auténticos fachas. Además, bien mirado, cuando en mis obras hablo de Ikea o de McDonalds no hay un ataque directo contra ellos. Hay mucha gente que me emparienta con Supersize me, la película esta del tipo que come hamburguesas, y yo digo que no. Supersize me ataca frontalmente a McDonalds. Yo no ataco a McDonalds ni a Kentucky Fried Chiken, yo hablo de una colonización cultural, de una pérdida de los hábitos europeos, de cómo la vida va perdiendo espesor, y nos convertimos en unas maquinitas iguales. De eso hablo yo.

–– ¿Y cuando mencionas a personas concretas, por ejemplo, dictadores argentinos?

Bueno, ése es otro tema y tiene que ver con el cambio que he dado en mi trabajo. Yo antes pensaba que para ser artista no había que hablar de estas cosas. El artista se ocupaba de problemas abstractos, más teóricos y tal. Encontré mi voz cuando dejé de buscar esos problemas abstractos y me di cuenta que tenía rencor contra mi pasado. Hay algo pendiente en la Argentina contra esa gente, porque no han sido juzgados o si lo han sido, los juicios han resultado un paripé. Ha habido muchos muertos, así que me siento bien cada vez que los pongo con nombre y apellidos. Es lo poco que yo puedo hacer.

–– ¿Te ha creado problemas?

De ninguna clase

–– ¿Es porque su capacidad de influencia es ya pequeña?

Nunca hemos hecho estas obras en las que ellos salen en la Argentina. No sé si allá nos quemarían el teatro.

–– Tus textos son muy literarios. Muchos parecen la pataleta de un neurótico. ¿No temes que el público confunda ese narrador teatral con la persona de Rodrigo García?

No, yo me encargo de que no. Es verdad que en mis textos hay cosas biográficas, pero las trabajo mucho para que no se queden en meros apuntes biográficos que no le interesan a nadie. Los exagero tanto, los convierto en tales despropósitos que no son reconocibles. Además, me encargo de que en los textos haya mucha contradicción. Así no sabes quién habla.

–– Sin embargo, a veces los adolescentes vienen a pedirte autógrafos.

Es una cosa extrañísima. Hay muchos adolescentes en Francia, que es donde mejor se difunde mi obra, que aprecian mis textos. A lo mejor es una forma de rebeldía típica de su edad. Ahora, ¿qué nivel de lectura pueden tener de mis textos? No lo sé, yo soy un cuarentón y pienso que debería comprenderme mejor un cuarentón. No sé si esta gente joven se queda con lo efectista, con esta cosa violenta, loca y tal. Aun así me alegra que lean a los clásicos y les interese otro teatro como el mío.

 

DESPIECE: lapidario de García

Hemos seleccionado algunas frases de las obras de Rodrigo y se las leímos para que nos las comentara.

«Antes teníamos ciudades, antes tenemos tiendas», de Jardín humano.

Me refiero a la arquitectura. Muchas veces voy a una ciudad nueva y me doy cuenta de que en el campo de visión lógica cuando vas caminando, es decir, a la altura de los ojos, siempre están las mismas tiendas. Tienes que hacer un esfuerzo para ver la arquitectura de la ciudad, y mirar hacia arriba porque abajo siempre ves lo mismo: Benetton, Zara. Así que todas las ciudades son iguales: París, Madrid.

 «Tuvimos Malvinas, tuvimos Auschwitz para aprender de una puñetera vez que alguien tiene que poner la otra mejilla, porque si nadie pone la otra mejilla, esto no avanza, joder», de La historia de Ronald, el payaso de McDonald’s.

Sí, ese discurso bastante terrorífico y facha, aunque es muy cristiano porque está en la Biblia eso de que si te pegan pues que te sigan pegando. Es una crítica a eso, es decir si te pegan, pues hay que pegar tú también. Aquí le doy la vuelta, lo pongo en la voz de un facha que cree que siempre tiene que haber un débil, que históricamente siempre ha hecho falta que exista un débil. Y ya sabemos quiénes son los fuertes y quiénes son los débiles. Esto es para joder que yo digo esto en la obra.

«Quiero ser Miguel Ángel Blanco», de After Sun.

Ésta no es mía. Es de una improvisación de un actor. Sí que nace de una idea mía, de hablar de toda la gente que queremos ser, todas las vidas que quisiéramos vivir. A veces, estoy en una ciudad y veo tanta gente, cada uno con su vida, que me gustaría conocerlos a todos, saber quiénes son. En la obra, había una larga lista, totalmente ligada a la improvisación, de gente de la que decíamos quiero ser tal, quiero ser cual. Ahí empezábamos con la contradicción, porque en esa larga lista había personajes abyectos y personajes maravillosos.

En la pieza Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba, había una lista con la lista de los hijosdeputa más hijosdeputa del mundo. El primer puesto estaba reservado a Maradona.

 Sí, el ganador. En esa lista había mucha gente, gente que me parecía admirable, Janis Joplin o Nelson Mandela o Gandhi. Había una crítica a todos ellos, los actores improvisaban una crítica. Por ejemplo salía Gandhi y el actor decía algo así como «este gilipollas que quería trabajar por la paz». Luego salía Passolini y el actor decía «Passolini: un comunista y un maricón de mierda». Era muy fuerte porque nosotros nos poníamos en plan intolerante. Lo alucinante era que en el patio de butacas, había gente que estaba de acuerdo. Maradona aparece mucho en mis obras porque a mí me gusta mucho el fútbol y yo le admiro como futbolista. Es un tipo al que se le ha criticado tanto por su manera de vivir. Yo he escrito mucho sobre él. La forma en la que ha vivido me parece lógica: un chico de barrio que no ha leído ni dos libros, al que han metido en una maquinaria tan brutal de hacer dinero, es imposible que no pierda la cabeza. El caso Maradona es simbólico de la sociedad en la que vivimos.