¿Sueñan los escritores con ovejas eléctricas? / y 2
¿Sueñan los escritores con ovejas eléctricas? / y 2
En el Japón medieval un «libro de almohada» era un cuaderno que se guardaba en los cajones de las almohadas. Contenía observaciones personales, habladurías, impresiones de los sucesos cotidianos, listas… Y, cómo no, también sueños. El más conocido es el firmado por Sei Shōnagon (hacia el año mil). Y bueno, de la noche a la mañana, y después de visitar ese bar al fondo del mar lleno de soñadores reflexionando sobre el acto de soñar (del que dimos cuenta en la anterior entrada de este perezoso blog), hemos querido idear una especie de libro de almohada. O de almohadas. Pero sería a base de almohadas de otras y de otros. O dicho de otra forma, un libro de sueños de escritores que anotaron lo que soñaron.
Kant dijo que un sueño es «poesía involuntaria en un estado saludable». Y tanto que es saludable si ese estado es el de dormir. Así, consultamos con las almohadas de una serie de escritoras y de escritores para que nos chivaran sus sueños. Y esta «poesía involuntaria» la hemos volcacado aquí, en orden alfabético, pero a la inversa, porque los sueños, por lo común comienzan por la zzzzz.
W. G. SEBALD
Estuve mirando en la lejanía, hacia el mar, allí donde la oscuridad se tornaba más espesa y donde, apenas apreciable, se extendía un banco de nubes con una forma muy extraña, la otra cara de la tormenta que por la tarde se había precipitado sobre Southwold. Las cumbres más elevadas de esta montaña color tinta continuaron resplandeciendo como los campos helados del Cáucaso, y mientras las veía extinguirse lentamente se me ocurrió que una vez, hacía años, en sueños, había caminado a lo largo de toda una cordillera igual de extraña y distante. Tuvo que haber sido un trecho de más de seiscientos kilómetros a través de despeñaderos, gargantas y valles, por collados, laderas y corrientes, por la linde de grandes bosques, por campos pedregosos, piedra picada y nieve. Y recordé que en mi sueño, al final del camino, eché una mirada hacia atrás y eran justo las seis de la tarde. Las cumbres dentadas de las montañas de las que había salido se destacaban con una nitidez sorprendentemente angustiosa de un cielo teñido de azul turquesa, en el que se suspendían dos o tres nubes rosáceas.
Me resultaba una imagen de una familiaridad insondable que no se me fue de la cabeza durante semanas. Acabé siendo consciente de que coincidía, hasta el último detalle, con la imagen del macizo de Vallüla que había visto desde el ómnibus un par de días antes de mi es-colarización, al regresar, por la tarde, de una excursión al Montafon en un estado de agotamiento absoluto. Probablemente son recuerdos soterrados que generan la curiosa suprarrealidad que se ve en los sueños. Pero tal vez sea algo diferente, algo nebuloso y misterioso, a través de lo que, en sueños, paradójicamente todo aparece con mucha mayor claridad. Un poco de agua se convierte en un lago, un soplo de viento en una tormenta, un puñado de polvo en un desierto, un pequeño grano de azufre en la sangre en un fuego volcánico. ¿Qué clase de teatro es éste en que somos escritores, actores, tramoyistas, escenógrafos y público, todo en uno? En la travesía de los espacios oníricos, ¿hace falta más o menos entendimiento del que uno se lleva consigo a la cama?
PLATÓN
Sócrates: ¿Por qué has venido tan temprano?
Critón: Para darte cuenta de una nueva terrible, que, por poca influencia que sobre ti tenga, yo la temo; porque llenará de dolor a tus parientes, a tus amigos; es la nueva más triste y más aflictiva para mí.
Sócrates: ¿Cuál es? ¿Ha llegado de Delos el buque cuya vuelta ha de marcar el momento de mi muerte?
Critón: No, pero llegará sin duda hoy, según lo que refieren los que vienen de Sunio, donde le han dejado; y siendo así, no puede menos de llegar hoy aquí, y mañana, Sócrates, tendrás que dejar de existir.
Sócrates: Enhorabuena, Critón, sea así, puesto que tal es la voluntad de los dioses. Sin embargo no creo que llegue hoy el buque.
Critón: ¿De dónde sacas esa conjetura?
Sócrates: Voy a decírtelo: yo no debo morir hastaa el día siguiente de la vuelta de ese buque.
Critón: Por lo menos es eso lo que dicen aquellos de quienes depende la ejecución.
Sócrates: El buque no llegará hoy, sino mañana, como lo deduzco de un sueño que he tenido esta noche, no hace un momento; y es una fortuna, a mi parecer, que no me hayas despertado.
Critón: ¿Cuál es ese sueño?
Sócrates: Me ha parecido ver cerca de mí una mujer hermosa y bien formada, vestida de blanco, que me llamaba y me decía: "Sócrates, dentro de tres días estarás en la fértil Phtia".
Critón: ¡Extraño sueño, Sócrates!
Sócrates: Es muy significativo, Critón.
ELIA MAQUEDA
Esta noche me he soñado que me abrían el estómago
que me sacaban los dolores y las malas digestiones
que no me pasaba la vida con retortijones.
Me plantaban una tripa nueva y luego fregaba la loza.
Ya podía haberme soñado con la pantaruja,
como cuando era chica.
GEORGES PEREC
Nº 5 / Diciembre de 1968: Al dentista
Al fondo de un Dédalo de galerías cubiertas, un poco como en un zoco, llego a la consulta de un dentista.
El dentista no está, pero está su hijo, un muchacho joven que me pide que vuelva más tarde, después recapacita y me dice que su madre vendrá de un momento a otro.
Me voy. Me tropiezo con una mujer muy bajita, guapa y risueña. Es la dentista. Me arrasa a la sala de espera. Le digo que no tengo tiempo. Me abre a la sala de espera. Le digo que no tengo tiempo. Me abre la boca todo lo grande que es y me dice, estallando en sollozos, que tengo todos los dientes podridos pero que no vale la pena curarme.
Mi gran boca abierta es inmensa. Tengo la sensación casi concreta de una podredumbre total.
Mi boca es tan grande y la dentista tan pequeña que tengo la impresión de que va a meter la cabeza entera en mi boca.
Nº 39 (1968): El puente de piedra
Un puente de piedra, en el cruce de un camino y un río.
Un panel indicador señala el lugar llamado:
(tú)
Entre paréntesis.
ANGÉLICA LIDDELL
Carta de la reina del calvario al gran amante
[…]
¿Sabes?, todos los días sueño que te mueres.
Muriendo tú, amor mío,
alcanzaré cotas más altas, azules absolutos.
Mi alma se elevará hasta participar tan sólo de la dicha.
Primera carta de san Pablo a los corintios
31 de diciembre de 2013. Madrid
Los sueños no los dirige tu pensamiento, sino mi angustia. Esta noche he soñado contigo, bajabas por un acantilado hasta un lugar muy peligroso para traerme un objeto de cristal. Después de un oscuro terrorífico empezaba a darme cuenta de que ya no estaba en el acantilado, estaba en una cama, aferrada al objeto de cristal que tú me habías traído. Entraba un perro sin patas, arrastrándose, y mi padre abría la puerta permitiendo que la luz entrara en el cuarto oscuro. En ese momento he empezado a gritar dominada por una angustia insoportable, insoportable, no eran gritos sino alaridos. Era la casa de mis padres. Como si ni siquiera tuviera derecho a soñar con algo hermoso sin ser castigada y torturada.
FRANZ KAFKA
Soñé que Max, Otto y yo teníamos la costumbre de hacer las maletas en la estación. Un ejemplo atravesábamos el vestíbulo principal con nuestras camisas hasta llegar a nuestras maletas, que se encontraban a cierta distancia. Aunque todos parecían tener la misma costumbre, a nosotros no nos daba buen resultado, sobre todo porque empezábamos a empaquetar las cosas muy pocos minutos antes de que saliera el tren. En consecuencia, nos sentíamos naturalmente alterados y apenas teníamos esperanzas de coger el tren a tiempo, y menos aún de encontrar buenos asientos.
***
Hoy he inventado en sueños un nuevo medio de transporte para circular por un parque escarpado. Se coge una rama, que no tiene por qué ser muy gruesa, y se apoya de manera oblicua en el suelo, retenemos un extremo en la mano, nos sentamos con la mayor ligereza posible, como sobre una silla de montar de mujer, la rama resbala naturalmente a lo largo de la pendiente y como estamos montados encima, nos lleva con ella y nos mecemos agradablemente sobre la madera elástica, avanzando a toda velocidad. Más tarde, podemos encontrar una manera de utilizar la rama para la subida. La ventaja principal, sin hacer referencia a la simplicidad de todo el dispositivo, consiste en que la rama, delgada y móvil como es –puede ser levantada bajada y según el gusto–, puede pasar por todos los lugares por los que incluso un hombre solo pasaría con dificultad.
ERNST JÜNGER
Hojeado los diarios de Goncourt… En las anotaciones del 16 de mayo de 1884 he encontrado un buen sueño de León Daudet. Se le aparecía Charcot y le daba los Pensamientos de Pascal. Al mismo tiempo, y como prueba, le mostraba en el cerebro de un gran hombre las células en que habían estado alojados sus pensamientos –se parecían a las celdillas de un panal reseco.
Tuve una experiencia muy desagradable. Descubrí que me salían gambas por el pene, con la orina. Había alrededor de una docena en la pila del lavabo, y una cigala.
En junio de 1984 visité a Castro en Cuba. Dimos un paseo mientras charlábamos amigablemente y nos detuvimos al lado de un pobre hombre que lloraba. Acababa de enterrar a un chiquillo en una tumba diminuta que él mismo había cavado. Castro trató de reconfortarlo diciéndole que su hijo ya no sufriría nada, no sabría nada, pero el hombre no se consoló. Yo me santigüé, y el hombre dejó de llorar en el acto y me estrechó la mano.
–Me parece que usted es de los que creen que posiblemente haya algo después de la muerte –me dijo.
FOGWILL
Mutación
Perdí un sueño de fines de la década de los setenta: yo era un langostino de tamaño humano y con pequeñas patitas humanas. Había nacido con esta malformación pero, a cambio, el espacio libre dejado por miembros, hombros y caderas estaba aprovechado por el sistema espinal para almacenar ganglios neuronales que multiplicaban mi capacidad cerebral.
Yo, langostino, tenía apenas doce años de edad e ingresaba a la Facultad de Derecho con el propósito de ser abogado. Mis compañeros, mayores y mucho más humanos que yo, me admiraban porque a tan corta edad ya era graduado de Medicina, Ingeniería y Filosofía y ahora seguía brillando en mis exámenes de Derecho.
Los médicos de un instituto querían investigar mi mutación y yo los eludía cambiando permanentemente mis carreras y el objeto de mis estudios. Mis compañeros me llamaban Thalidomide, pero yo concurría a la facultad orgulloso por la admiración que mis calificaciones despertaban entre las estudiantes, mucho mayores que yo y de origen social muy superior al de mi familia de marginales mutantes.
Todavía ignoraba que durante su adicción a la benzedrina, en tiempos de la redacción Los caminos de la libertad o de El ser y la nada, Sartre alucinaba que era un langostino que iba dejando una estela viscosa por las veredas que pisaba. Y recién ahora, al compilar esta muestra de sueños, un editor me hizo llegar el libro de los sueños de Graham Greene en uno de los cuales mea camarones,, al revisar la taza del baño, descubre que a través de su pene ha dado a luz a un enorme langostino que deberá abandonar en la cloaca.
Pienso que mi sueño, más placentero, sigue siendo mejor. A pesar de que con frecuencia narran episodios de poder, los sueños del viejo Greene parecen salidos de un tubo orgánico sin que nadie disfrute del proceso de su emergencia.
FRANCISCO FERRER LERÍN
Pesadilla
He soñado con la más hermosa de mis cuñadas,
y los musculosos brazos y muslos que la rodean no son los míos;
ahí permanecen cuando me rechaza.
Busco el rostro que les corresponde
y sólo encuentro los rasgos de ella.
Brillo
Reconozco que se me fue la mano con el abrillantador de zapatos, pero los mocasines nuevos color burdeos se lo merecían. Me esperaban en el vestíbulo del hotel y el delegado del gobierno se adelantó para abrazarme al tiempo que profería un estentóreo: «qué zapatos tan brillantes». Me fue presentando y, cada pocos minutos, como para recordarlo o para que yo lo recordara, seguía con la cantinela «¡qué zapatos tan brillantes!», circunstancia que llevó a los concejales, e incluso al alcalde, cuando íbamos hacia el salón de conferencias, a no dejar de mirar mis zapatos que, la verdad, brillaban con insospechado fulgor. Para mi desgracia, a los miembros del foro nos sentaron, en el estrado, sin la protección de una mesa, por lo que el intenso lustre quedó expuesto de modo inmisericorde a la voracidad de los ojos de la cruel audiencia. Luego, al entrar en el comedor, y después en la sala de los espejos, el delegado no dejó de pronunciar la frasecita. Salíamos a la calle, a esperar que los coches nos recogieran para ir a la ópera, cuando vi al delegado del gobierno avanzar hacia mí, sonriente, casi carcajeante, y, antes de que abriera la boca, le clavé en la carótida el bolígrafo regalo. Al abrir la zanja para echar el cadáver me ensucié los mocasines con el polvo de la rastrojera; el brillo mutó a mate.
WILLIAM BURROUGHS
Voy a Europa en un barco. Estoy en un dormitorio grande, en una cama junto a la pared. Tengo adosada a la espalda una pequeña criatura. La cojo y la pongo donde pueda verla. Es del tamaño de un gato y parece un pulpo humanoide. Tiene una boca discoidal redonda, de entre tres y cuatro centímetros de anchura, provista de almohadillas de succión, de menos de un centímetro de anchura. Tiene también, creo, cuatro tentáculos, de unos treinta centímetros de longitud cada uno de ellos. No para de intentar volver a adosarse a mí. No puedo ver ningún ojo. La criatura parece ser ciega, y quizás quiera utilizar mis ojos. Alguien me dice que estas criaturas abundan sobre todo en las camas de las paredes extremas más próximas al mar. La criatura no me produce ninguna repugnancia.
JORGE LUIS BORGES
Sí. Le contaré un sueño recurrente que me interesó mucho. Un pequeño sobrino mío, quien solía quedarse conmigo con cierta frecuencia y me contaba sus sueños cada mañana, soñó el siguiente tema recurrente. Estaba perdido en un sueño y luego llegaba a un claro en donde me veía salir de una casa blanca de madera. En ese punto, solía interrumpir su resumen del sueño y preguntarme, "Tío, ¿qué hacías en esa casa?". "Estaba buscando un libro", le contestaba. Y se quedaba muy contento con esa respuesta. Como niño, todavía era capaz de deslizarse de la lógica de su sueño a la lógica de mi explicación. Tal vez así funcionen mis propias ficciones...
WALTER BENJAMIN
Cerrado por reforma
Me quité la vida en sueños con una escopeta. Tras dispararme, no me desperté, sino que por un tiempo me vi yacer como un cadáver. Sólo entonces, al fin, me desperté.
El cronista
El emperador va a ser juzgado. Pero hay sólo un estrado y una silla, y ahí justo ante ella van interrogando a los testigos. El testigo era ahora justamente una mujer con su hija que iba explicando que el emperador la había arruinado con su guerra. Para corroborarlo mostró dos objetos, que eran ya todo lo que le quedaba. El primer objeto era una escoba con un rabo muy largo; con ella limpiaba su casa la mujer. El segundo era una calavera. «El emperador me ha hecho tan pobre –dijo ella de pronto– que no tengo otro recipiente en el que pueda darle de beber a mi hija».
THEODOR ADORNO
Frankfurt, enero de 1954
Oí la inconfundible voz de Hitler procedente de unos altavoces con una arenga: «Puesto que ayer mi única hermana fue víctima de un trágico accidente, decreto que hoy, como expiación, descarrilen todos los trenes». Me desperté riendo a carcajadas.
14 de abril de 1967
A. me dijo: «Ya tengo 30 años, pero parezco 28 años más joven».
Coda:
SOPHIE CALL
Le pedí a la gente que me diera un par de horas de su sueño. Para venir a dormir a mi cama. Para dejarse mirar y fotografiar...
Durmientes (Les Dormeurs, 1979)