A vueltas con esos preliminares...

Otro encuentro en la tercera fase

A vueltas con esos preliminares...

Que si prólogos, proemios, prefacios, introducciones, preámbulos, prolegómenos, preliminares... Tantos nombres para un solo concepto. Hay quien prefiere llamarlo «género». Asimismo, no son pocos los escritores que lo han cultivado con empeño, ya fuera introduciendo textos ajenos o prologando obras propias, e incuso preliminando obras inexistentes: Borges, Macedonio Fernández, Stanislaw Lem o el mismísimo Conrad, de quien hace muy poco publicamos Notas del autor, que por vez primera en castellano recoge todos los prólogos que escribió a su propia obra…

Pero hoy miércoles 13 de noviembre, prólogo de mañana jueves, empezamos por Søren Kierkegaard, que nos cuenta lo que significa para él escribir un prólogo. Y veremos cómo, a renglón seguido, otro prologuista de fuste, Francisco de Quevedo, irrumpe en escena con una cuartilla y una advertencia, mientras Conrad, esta vez, escucha atentamente a uno y otro en silencio… Se trata de uno de esos breves encuentros, otro más, en la tercera fase:

KIERKEGAARD: Un prólogo es un estado de ánimo. Escribir un prólogo es como afilar la hoz, como afinar la guitarra, como hablarle a un niño, como escupir por la ventana. Uno no sabe cómo ni cuándo las ganas se apoderan de uno, las ganas de escribir un prólogo, las ganas de estos leves "sub noctem susurri".

QUEVEDO: Ay, Dios te libre, lector, de prólogos largos...